Rusia, la fe de Nicea y la necesidad de un diálogo de paz
Moscú también conmemoró en estos días los 1700 años del primer Concilio Ecuménico que redactó el texto de la profesión de fe. Y pocos días después, la conversación telefónica entre Putin y el Papa León XIV ofreció la oportunidad para relanzar el diálogo entre la Iglesia de Roma y la Iglesia Ortodoxa Rusa. Como en el siglo IV, después que terminaron las persecuciones, también hoy el desafío para los obispos de Oriente y Occidente es mostrar a los emperadores una verdad más grande que cualquier pretensión de dominio.
Las Iglesias ortodoxas no celebran junto con los católicos el Jubileo de la Esperanza, porque este sigue los plazos propios de las grandes celebraciones de la tradición católica latina, que nunca fueron asumidas por los ortodoxos, excepto en los milenios. Pero en 2025 todos se han unido en la gran conmemoración de los 1.700 años del primer Concilio Ecuménico de Nicea, cuando se formuló la primera versión del Símbolo de la Fe común a todas las confesiones cristianas, que los ortodoxos atribuyen de manera particularmente importante a su propia tradición, porque fue proclamado en el lugar donde estaba naciendo la “segunda Roma” de Constantinopla.
El patriarcado de Moscú también celebró solemnemente esta fecha porque es una Iglesia que desciende directamente de la tradición bizantina, y por lo tanto “niceno-constantinopolitana”, a pesar de haber nacido casi siete siglos después del Concilio de Nicea y más de dos siglos después del último de los grandes concilios de la época patrística, el Segundo de Nicea en el 787. No obstante, Rusia fue evangelizada en el primer milenio, y eligió el bautismo de Constantinopla después de la “investigación de las fes” que narran las antiguas crónicas, en las que se elogia la “gran belleza” del rito y de la tradición bizantina. Un siglo antes, en tiempos del patriarca Focio de Constantinopla, habían estallado las diatribas precisamente sobre el Credo niceno, cuando se acusó a los latinos de haber distorsionado la profesión de fe añadiendo el Filioque, es decir, la afirmación de que el Espíritu Santo procede no sólo del Padre sino también del Hijo, que se consideró un intento de someter al “poder papista” incluso la libre efusión de los dones del Espíritu, en los siglos del monacato como principal expresión del cuerpo eclesial.
Los “nuevos cristianos” de la Rus' de Kiev no heredaron las sutilezas dogmáticas del enfrentamiento entre bizantinos y latinos, y en las antiguas crónicas rusas se condena a los latinos solo con argumentos confusos de “ritos satánicos”, en los cuales los sacerdotes católicos pisoteaban las cruces y se unían con varias esposas. La polémica sobre las fórmulas de la fe quedó en segundo plano, y a finales del siglo XI los rusos recibieron con alegría la noticia de que se habían trasladado a Bari en 1087 las reliquias de san Nicolás, el obispo de Myra de Licia que según la tradición había participado en el Concilio de Nicea, lo que en cambio fue considerado por los griegos como una de las más graves afrentas de los latinos a las antiguas Iglesias orientales. Hasta hoy los rusos celebran el “Nicolás de primavera” entre el 8 y el 21 de mayo, y aunque reconocen que fue un “robo de los latinos”, de hecho es la fiesta del santo patrono de la Rus', testimonio de una fe común.
Por consiguiente, el patriarca de Moscú Kirill (Gundyaev) presidió el 1 de junio (20 de mayo según el calendario gregoriano) las celebraciones por el aniversario de la apertura del primer gran concilio en el 325, convocado por Constantino - con la esperanza de obligar a la religión cristiana a apoyar la ideología de la divinización del emperador - cerca de los lugares donde se estaba construyendo la Nueva Roma. Señaló que los 318 obispos habían llegado a Nicea “de todas partes del mundo cristiano”, obviamente casi todos de Oriente, con pocos emisarios latinos y ciertamente no el obispo de Roma. Recordó que la herejía arriana “buscaba racionalizar la fe y transformar el gran misterio de la encarnación en una teoría filosófica abstracta”, y citó a un gran historiador ruso de la Iglesia, Vasily Bolotov, quien explica que “el símbolo de Nicea era tan preciso que era imposible interpretarlo de otra manera, solo se podía aceptarlo o rechazarlo”.
El patriarca afirmó que “la historia de la Iglesia no es solo una investigación académica sobre acontecimientos del pasado y tradiciones sepultadas en tiempos lejanos, como páginas amarillas de un libro polvoriento”. El estudio de estos hechos antiguos debe “ayudar a comprender mejor la vida religiosa contemporánea, distinguiendo lo que es importante de todo lo que es secundario”. El Espíritu Santo - siguió diciendo - “enseña a la Iglesia a responder a los desafíos de cada tiempo con una razón qie es fruto de la comunidad [sobornaya] en diálogo fraterno”. Lo que ocurrió en el primer concilio de los apóstoles en Jerusalén, insistió Kirill, y en el de Nicea del 325 con la “victoria dogmática” sobre el hereje Arrio, debe ser un ejemplo “hasta el fin de los tiempos”.
Y por lo tanto hoy, “cuando la Ortodoxia mundial está atravesando un tiempo nada sencillo, hace falta una profunda comprensión teológica de las problemáticas eclesiales”, y una vez más es necesario dar testimonio de fidelidad a la doctrina apostólica y a los principios canónicos, que son “la columna y el fundamento de la verdad”, como recordaba el gran teólogo Pavel Florensky, en la “unidad de espíritu por medio del vínculo de la paz”, insistió el patriarca citando la carta de san Pablo a los Efesios (4,3).
Las afirmaciones del patriarca Kirill sin duda no sorprenden por sus contenidos, vinculados a la conmemoración del concilio, sino más bien por las alusiones al diálogo eclesial con una perspectiva universal, que parecen abrir una nueva fase en las relaciones entre los cristianos de las diferentes denominaciones, incluyendo los católicos. Tres días después de esta relativa “apertura”- quizás solo por coincidencia - tuvo lugar la conversación telefónica entre el papa León XIV y el presidente Vladimir Putin, en la que el zar transmitió al pontífice los saludos del patriarca Kirill por el inicio de su ministerio pastoral, según comunicó la oficina de prensa del Kremlin. El Papa también expresó el deseo de “continuar el importante diálogo de la Iglesia católica-romana con la Iglesia ortodoxa rusa”, precisamente en el espíritu conciliar (soborny, según la versión difundida por Moscú).
Naturalmente, Putin aprovechó para defender los intereses de los rusos, poniendo de relieve las “violaciones de los derechos de los creyentes de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana” unida a Moscú, que se reunió en los últimos días en asamblea sinodal, confirmando su vínculo con el patriarcado y desafiando a las autoridades de Kiev, que intentan suprimir la jurisdicción “hostil” de la Iglesia UPZ. El presidente ruso expresó el deseo de que “la Santa Sede se comprometa activamente para apoyar la libertad de profesar la propia fe en Ucrania”, aunque sin duda en este caso no se trata de sutilezas dogmáticas y diferentes interpretaciones de las fórmulas conciliares, sino solo de la carga de enemistad acumulada en la compleja historia de las relaciones entre los ortodoxos de Moscú y los de Kiev.
En la conversación, el Papa León agradeció al patriarca Kirill por “los afectuosos saludos” y señaló que “los valores cristianos comunes pueden ser la luz que abre a la búsqueda de la paz, la defensa de la vida y la auténtica libertad religiosa”, según comunicó el portavoz de la Santa Sede, Matteo Bruni. La referencia a los valores no es ciertamente pleonástica, considerando que es la motivación más insistente con la que Rusia justifica sus iniciativas con respecto a Ucrania y todo Occidente, y también determina una nueva posibilidad de diálogo con el sucesor del Papa Francisco, que se concentraba principalmente en los aspectos humanitarios. Con el Papa americano los rusos sienten que pueden dirigirse a un interlocutor de nivel “dogmático”, e indican las nuevas “herejías” de los valores traicionados como el argumento de un nuevo camino conciliar. El mensaje que transmitió el patriarca al pontífice, por lo tanto, expresa la esperanza de que las relaciones entre Roma y Moscú “puedan desarrollarse cada vez más para dar juntos a la humanidad un testimonio de la fe en Cristo y de la belleza imperecedera de la existencia, fundada en los mandamientos divinos”.
El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, añadió que “el presidente Putin no había tenido hasta ahora contactos con el Papa de Roma, y en esta circunstancia quiso expresar él mismo sus felicitaciones por la elección al solio pontificio”, y agradecerle por la apertura de esta iniciativa "para contribuir a la resolución del conflicto con Ucrania". Las anteriores mediaciones humanitarias no fueron tenidas en cuenta, y los rumores sobre una posible reunión de las delegaciones de Rusia y Ucrania en el Vaticano parecen basarse en iniciativas diplomáticas más decididas y articuladas, y no solo en rumores provenientes de las esferas del poder o de los medios internacionales.
De todos modos el Papa pidió a Putin que “hiciera un gesto de paz”, sobre todo con la liberación de los prisioneros, e incluso la conversación telefónica misma parece indicar un posible punto de inflexión en la interminable serie de declaraciones y reuniones sin resultado alguno, como resultado del afán de protagonismo del presidente estadounidense Donald Trump, que hasta ahora lo único que ha logrado es permitir que los contendientes se reorganicen para relanzar sus respectivas ofensivas en el campo. El diálogo bajo la mirada de la Iglesia nos devuelve en cambio a los tiempos de los antiguos Concilios, aunque ciertamente tampoco faltaban las enemistades a nivel político y social, pues ya entonces los dogmas de la fe se enfrentaban a los principios de las ideologías de poder. Así como en el siglo IV, después que terminaron las persecuciones, los obispos de Oriente y Occidente supieron mostrar a los emperadores una verdad más grande que cualquier pretensión de dominio, también hoy las Iglesias de Roma, Moscú, Constantinopla y de todo el mundo pueden dar testimonio de que existe un camino para la paz entre los pueblos y para reconstruir las civilizaciones destruidas tanto en los siglos antiguos como modernos.
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