22/10/2020, 15.49
VATICANO - CHINA
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La renovación del acuerdo sino-vaticano: los pocos frutos de hoy y el futuro

de Bernardo Cervellera

La Santa Sede y Beijing han anunciado la prórroga del acuerdo por otros dos años. China parece insatisfecha porque no se cortaron las relaciones con Taiwán. El Vaticano está contento con los frutos: ningún obispo ilícito. Pero no hay nuevos obispos y la represión de las comunidades oficiales y clandestinas continúa y se ha agravado. Evitar el "nominalismo declaracionista" y trabajar por una plena libertad religiosa.

 

Roma (AsiaNews) - A las 18 horas de Beijing, en correspondencia con las 12 de Roma, se anunció que el acuerdo provisional entre China y el Vaticano se ha renovado por otros dos años, siempre de manera provisoria y siempre de manera secreta.

El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian, confirmó en la conferencia de prensa de rutina que el acuerdo se prorrogará por otros dos años y dijo que el Vaticano y Beijing mantendrán un diálogo cercano y trabajarán para mejorar las relaciones.

Si bien el Vaticano afirma desde hace varias semanas su deseo de continuar el acuerdo, China ha guardado silencio hasta hoy, con raras y genéricas frases sobre la experiencia positiva de los últimos dos años, pero sin decir ni una palabra sobre la renovación.

Incluso las pocas palabras que se han dedicado hoy a confirmar la continuación del acuerdo revelan el descontento de Beijing con el mismo. Como confirman varios expertos, la razón fundamental por la que China se ha involucrado en este diálogo es eliminar al Vaticano de la lista de países que mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán. El regreso de la isla rebelde a la madre patria es uno de los objetivos que se ha propuesto Xi Jinping para estos años, después de haber sometido a Macao y Hong Kong.

Pero para el Vaticano, la carta de Taiwán será la última que estará en juego hasta que no se garantice la plena libertad religiosa a la Iglesia Católica. De allí la insatisfacción y los pronunciamientos minimalistas de Beijing. Es cierto que mantener esta relación con la Santa Sede, que desafía los juicios de Mike Pompeo y la administración estadounidense, aporta a China una gran corriente de simpatía de muchos países pobres y antiamericanos, que se sienten defendidos e interpretados por la diplomacia vaticana.

Más allá de las consideraciones geopolíticas, desde el punto de vista de la Santa Sede el acuerdo tiene un enorme valor: por primera vez, de manera ciertamente ambigua y "secreta", se reconoce al Pontífice como parte en el nombramiento de obispos; el Papa Francisco reivindicó incluso "la última palabra" en esos nombramientos. Además, este frágil acuerdo es el comienzo de un sueño que todos los papas han acariciado: mantener una relación con este gran país, después que Mao Zedong expulsó al nuncio Antonio Riberi en 1951. El nuncio había esperado años para ser recibido por el Gran Timonel, hasta que lo subieron a un tren y lo expulsaron a Hong Kong, colonia británica en aquel momento.

Los frutos de estos dos años, sin embargo, son incluso más frágiles que la relación establecida. El acuerdo fue sobre los nuevos nombramientos de obispos. En China harían falta por lo menos cuarenta obispos más, ya que hay varias sedes vacantes y otras con pastores muy ancianos. En 2016 y a principios de 2018, Wang Zuoan del Ministerio de asuntos religiosos prometió una "avalancha" de ordenaciones episcopales sin el mandato de la Santa Sede, aumentando la confusión de los fieles y la división en el episcopado entre los obispos leales a Roma y los sometidos al Partido.

Un resultado importante del acuerdo fue haber frenado esa posible "avalancha": desde el día del acuerdo no hubo más obispos ilícitos. Pero también hay que decir que no hubo ningún nuevo nombramiento u ordenación. Aunque la historiografía oficial cita dos ordenaciones, la de Mons. Antonio Yao Shun, de Jining (Mongolia Interior) y la de Mons. Stefano Xu Hongwei, de Hanzhong (Shaanxi), los dos nombramientos se habían decidido muchos años antes y no pueden atribuirse al acuerdo. Lo mismo se puede decir de la toma de posesión de algunos obispos que han adquirido un estatus oficial.

Fruto negativo del acuerdo fue el apuro con que el Vaticano levantó la excomunión de siete obispos, sin que éstos hubieran hecho ningún gesto de contrición ante sus comunidades, y la prisa porque algunos de ellos tomaran posesión de diócesis donde la mayoría de los fieles pertenecen a la comunidad no oficial. Aunque el Papa Francisco les ha pedido a todos un camino de reconciliación, las dificultades no han disminuido, sobre todo por la intromisión de las autoridades políticas en la gestión de las comunidades. La situación de Mons. Guo Xijin es emblemática. De obispo ordinario de Mindong, a petición del Papa, había aceptado ser degradado a obispo auxiliar, para dejar el lugar de ordinario a Mons. Zhan Silu, a quien el Papa Francisco había levantado la excomunión. Pero el gobierno ni siquiera lo ha reconocido como obispo auxiliar porque se obstina en no querer firmar un documento de adhesión a la "Iglesia independiente". Ni Mons. Zhan, ni el Vaticano han logrado encontrar una manera de salvaguardar la libertad de Mons. Guo y otros 20 sacerdotes de la diócesis. Por eso Mons. Guo ha decidido renunciar a su cargo público.

La situación es aún más negativa si se considera toda la Iglesia en China, donde han aumentado los controles sobre las comunidades oficiales (cruces arrancadas, iglesias destruidas, prohibición de educación religiosa para los jóvenes, y muchos otros ejemplos) y la represión contra las no oficiales (iglesias cerradas, sacerdotes expulsados, destrucción de cementerios y aislamiento de obispos, entre otros).

Hasta ahora, el Vaticano siempre ha sostenido que el acuerdo sólo se refiere al nombramiento de obispos y que no se pueden abordar todos los problemas; además, se dice que sus delegados siempre han atraído "la atención del gobierno chino" hacia estas violaciones de la libertad religiosa. En estos dos años de prórroga es necesario que el acuerdo, las relaciones, los diálogos intensificados entre China y el Vaticano, traigan más libertad religiosa, de lo contrario el acuerdo mismo corre el riesgo de convertirse, como dice el Papa Francisco en su nueva encíclica sobre política internacional, en un “nominalismo declaracionista”, de hermosas palabras pero sin hechos.

Al mismo tiempo, también es importante que la Iglesia universal apoye a las comunidades cristianas en China con oración, solidaridad, visitas y ayuda para la evangelización. En China hay una gran sed de valores no ideológicos y de Dios, y el anuncio y el testimonio de vida nueva en el Evangelio puede dar frutos incluso sin acuerdos perfectos o relaciones diplomáticas.

 

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