18/10/2016, 11.40
RUSIA
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La élite rusa opta por el ultra-conservadurismo como vía maestra para el país

de Aleksei Levinson

En Europa se encuentran alarmados por el tono, propio de una Tercera guerra mundial, con el cual los principales medios de Rusia dan cuenta de la actual escalada de tensión entre Moscú y Washington en torno a la cuestión Siria. La propaganda militarista no algo para nada nuevo en la Rusia de Putin, y forma parte de la nueva ideología ultra-conservadora, que ha sido adoptada por la plana de líderes del país para mantener el status quo. A continuación, un artículo del Moscow Times firmado por Aleksei Levinson, sociólogo del centro Levada, un instituto demoscópico independiente.

 

Moscú (AsiaNews) – El ultra-conservadurismo es el nuevo zeitgeist [espíritu de los tiempos, ndt] ruso. La plana de líderes del país lo ha adoptado. Su influencia en los medios rusos es obvia,  e incluso el humor de la opinión pública lo refleja. Los elementos militares y religiosos del diseño curricular escolar, la revisión de la historia, la construcción de nuevas iglesias y monumentos, todo esto sirve para consolidar, fortificar y perpetuar actitudes, modos de vida y formas de poder que se han consolidado en Rusia.  

En los años ’90, la sociedad rusa pasó, de las ruinas del socialismo de Estado, al sistema político democrático y a la economía de mercado. Hacia mediados de los años 90, las relaciones económicas internas habían alcanzado, en gran parte, un punto que cuadraba bien tanto a los propietarios de las empresas como a los managers, así como a aquellos que estaban de algún modo en el medio entre ambos. Fue logrado un punto de equilibrio.  

Ciertamente, este equilibrio no funcionaba para la población, pero sí resultaba bueno para la minoría que detentaba los principales activos de la sociedad rusa. Fundamentalmente se trataba de recursos mixtos de poder y propiedad. Frecuentemente, el origen de éstos era discutible, y los derechos a este poder y a esta propiedad podían existir en tanto y en cuanto el orden vigente no fuese cambiado. Muy a menudo, determinadas personas incluso debían ser mantenidas en ciertas posiciones.

Este estado intermedio funcionaba bien para la enorme clase de burócratas de la era post-soviética, que controlaba las leyes, las reglas y los reglamentos, así como los métodos para su aplicación selectiva o bien, su inobservancia. No querían volver al socialismo. Todos sabían que su poder era mucho mayor que el de los empleados estatales soviéticos. No sentían la necesidad de proceder hacia una democracia burguesa, con sus tribunales independientes y diversas ramas del poder que interactúan entre sí. La gente no los habría “entendido” por aquél entonces.

La burguesía que se formó junto a la burocracia -los nuevos “propietarios”- tampoco quería un retorno al socialismo. Y no necesitaba tampoco un capitalismo desarrollado de estilo occidental, con su transparencia, sus estándares y sus inspecciones. “¡Perfecto! Parémonos aquí un momento”, penó la élite post-soviética. Así, hizo su arribo el partido del status quo. El conservadurismo fue más bien un instinto y un estado de ánimo, antes de llegar a tomar la forma de una ideología.

Tuvieron que poner una sordina a las reformas democráticas, emprendidas en el período anterior. Se inició un continuo y gradual desmantelamiento de las nuevas instituciones sociales. El público observaba en silencio, y parecía que las promesas de la democracia les eran negadas, tal como les habían sido negadas las del comunismo.

La frustración condujo a una multitud de complicaciones y patologías en la conciencia de masa. La primera prueba de esto fue la idea de que Rusia necesitaba una “democracia especial”, una democracia que, obviamente, no fuera igual a la de Occidente. Ésta luego evolucionó hacia una idea más amplia -y políticamente más conveniente-, la de que habría un “camino especial” para Rusia.  

Claramente, nos hemos quedado atrás con respecto al recorrido emprendido por los países occidentales, y no los alcanzaremos nunca. Hemos pensado en el recorrido de China, sin siquiera imaginar en competir. Al mismo tiempo, casi nadie quiere admitir que Rusia está dando marcha atrás. Entonces, se nos pide imaginar que estamos yendo por un sendero especial, sin nadie que pueda hacernos compañía.

La idea es reconfortante, pero no nos podemos quedar detenidos aquí. Con el tiempo, la lógica de nuestra exclusividad ha llevado a la idea de nuestros derechos especiales. Podemos hacer cosas que los demás no pueden hacer. Tras la anexión de Crimea, los políticos han hallado cien razones para explicar que ésta es legítima, legal y correcta. La conciencia de masa no se obstina con los detalles del caso, sino que ha tratado de permanecer inflexible, en la convicción de que éste era nuestro derecho y punto. Y si todo el mundo piensa que nos hemos equivocado, esto no hace sino probar que estamos haciendo lo justo.

El camino especial del socialismo soviético hacia un capitalismo de Estado parcial ha precipitado a muchos rusos en una confusión. Para ellos, se ha encontrado un remedio ultra-conservador, a bajo costo y eficaz: transmitir a diario las viejas películas soviéticas en los canales televisivos más importantes. Se han comenzado a inyectar símbolos del período imperial soviético en la cultura popular.

Las autoridades se han dado cuenta de que el ultra-conservadurismo –a través de una dosis sistemática de “pasado virtual”- permite mantener el status quo, que es tan necesario para la élite.  Por ende, ha sido creado un consenso único del público y de las autoridades que ya ha probado tener valor: ahora, dos tercios de la población aprueban la actuación de su máximo representante, Vladimir Putin, y lo hacen desde principios de los años 2000.

La reciente conversión de otros millones de rusos ha hecho incrementar el rating del presidente a más del  80%. Estos cambios, y la transformación del ultra-conservadurismo en un nuevo activismo –diseñado para asustar y provocar un mundo exterior que es hostil- son materia para toda una discusión aparte, que es importante tener.  

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