23/12/2015, 00.00
ASIA
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​Navidad: Dios viene a curarnos del “síndrome de Isis” y del síndrome “chino”

de Bernardo Cervellera
Ante los episodios de violencia de París, Bamako, Dinajpur, Damasco, Bagdad se responde combatiendo el “terrorismo” y cerrando las fronteras, pero se olvida que entre los autores de los ataques hay franceses y belgas que han crecido en medio de un vacío de ideales. Para “no ofender” a los musulmanes se sofocan las expresiones cristianas, eliminando toda referencia religiosa en la sociedad, justamente al igual que ocurre en China. El mundo es indiferente hacia Dios, pero en Navidad se celebra que Dios no es indiferente hacia el hombre.

Roma (AsiaNews) – Este año la Navidad ha sido investida por una luz cruda, a raíz de los episodios de violencia a los que hemos asistido en las últimas semanas. El mes pasado, en el lapso de pocos días, grupos extremistas que se dicen “islamistas” han puesto al rojo vivo la capital francesa, la de Mali (Bamako) y han intentado asesinar a un misionero del PIME en Dinajpur (Bangladesh). Actualmente la vida cotidiana de los cristianos en Siria e Irak es bombardeada por atentados, prohibiciones y miseria. Ampliando la mirada hacia el resto de Asia, no se está más tranquilo: no existe país que no esté implicado en una tensión a nivel regional o en una guerra interna, lo cual no hace sino dar razón al Papa Francisco, cuando afirma que se vive “una Tercera guerra mundial por partes”.

En Occidente la respuesta a esta violencia ha sido el aislamiento, la cerrazón. Inmediatamente, gracias a las declaraciones de jefes de Estado, de políticos y por medio de la difusión prestada por los medios, se ha creado un cuadro trágico: está en acto una guerra por parte del terror internacional. Esta guerra es conducida por fundamentalistas musulmanes que quieren abatir y eliminar a Occidente y a los cristianos.  

El síndrome de la guerra y del asedio se difundió en un instante: bombardeos en alfombra, intensivos y sistemáticos, de rusos, franceses, americanos, ingleses contra el ISIS; controles incrementados en las fronteras; medidas de emergencia especiales. A nivel popular, han crecido las alarmas en las metros, la mirada sospechosa hacia los vecinos musulmanes o hacia los vecinos en general, la intolerancia hacia los migrantes. Se busca responder a un proyecto destructivo y nihilista de los terroristas, con un proyecto igual de destructivo, para que nadie nos perturbe en el gozo de nuestras libertades.

El hecho de que estas respuestas son de corto aliento es más que evidente: ¿de qué sirven los bombardeos contra el ISIS, si nadie se preocupa de ayudar a que haya un crecimiento de sociedades inclusivas de los sunitas, chiítas, cristianos en Siria y en Irak? ¿Qué valor tiene bombardear ciudades enteras para golpear a un enemigo que es armado con los instrumentos de muerte que el mismo Occidente ofrece a ellos y a sus Estados amigos, como es el caso de Arabia Saudita, Qatar, los Emiratos o Turquía? ¿De qué sirve a un Occidente, signado por el invierno demográfico, defenderse de los inmigrantes, cuando él ha hecho de los hijos una variante más en función de su propia libertad y autonomía, en lugar de ser fruto del amor, y de ser un don para la sociedad?  Si no existe un compromiso por reunir, comprender, compartir, entonces, cargar las culpas sobre ISIS no deja de ser un modo para permanecer quietos en nuestro caldo hecho a base de autosatisfacción e indiferencia.

Me conmueve un hecho: los terroristas que han atacado Francia eran franceses o belgas, gente que había vivido en la llamada patria de las libertades, que ha dado como resultado un vacío de ideales, el cual, como mucho, ha sido colmado por imanes rudos y maestros del odio. Y, sin embargo, París no se ha hecho la pregunta acerca de los valores que ella ofrece a la juventud.  Por el contrario, la consecuencia que varios gobiernos occidentales han acarreado es la de prohibir los gestos navideños cristianos “a fin de salvar la armonía de la sociedad. A mí me parece más bien que presentando un islam (sólo) terrorista, que ha de ser combatido, y sofocando los signos cristianos (para no “provocar”), lo que se quiere, a fin de cuentas, es eliminar todo elemento religioso, el único que podría ayudar a reconciliar nuestras sociedades, tan despedazadas. Se trata de una especie de “síndrome chino”. En efecto, Beijing continúa queriendo combatir el “terrorismo islámico”, pero sofoca con violencia los derechos de los pobres uigures; al mismo tiempo, para evitar “terrorismos religiosos”, controla a los budistas, taoístas y cristianos. La campaña contra las cruces y las iglesias de Zhejiang tenía, de hecho, como objetivo, afirmar el poder del Partido y exigir la sumisión de todos los credos: “¿Quién comanda a quién? ¿La cruz o el Partido?”, habría dicho el secretario provincial comunista en Wenzhou.

En el fondo, el “síndrome de ISIS” y el síndrome “chino” tienen un objetivo común: el de eliminar toda referencia a lo religioso en la vida de los hombres, para que los pueblos se sometan en silencio al poder de turno, del consumismo, del terrorismo, del totalitarismo.

Con mucha precisión, en su Mensaje por la Paz de 2016, el Papa Francisco ha señalado cuál es el verdadero problema del mundo de hoy, al hablar de la “indiferencia hacia Dios” (n. 3), que lleva a una indiferencia hacia los demás seres humanos, arribando a la violencia y a la destrucción, y en la relación con lo creado, llegando a perpetrar el abuso y la contaminación.

Nosotros no hemos de perder la esperanza: celebrar la Navidad significa que “Dios no es indiferente”, que a Dios le “importa la humanidad” y que no la abandona. Y la presencia de sus testigos da el coraje para volver a poner manos a la obra en la construcción de nuestra casa común, en la cual hay lugar para los cristianos y los musulmanes, para los occidentales y los chinos. Feliz navidad.

 

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