El Papa en el Líbano: «Bienaventurados los que anteponen el objetivo de la paz a todo lo demás»
León XIV llegó a Beirut, donde pronunció ante las autoridades un primer discurso sobre la tenacidad del país de los cedros, pero también sobre el reto de una reconciliación que vaya más allá del equilibrio entre intereses. «La cultura de la reconciliación no puede surgir sólo desde abajo». «Pregúntense: ¿qué hacer para que los jóvenes no se vean obligados a emigrar?». Elogio a las mujeres que trabajan por la paz porque custodian la vida y las relaciones».
Beirut (AsiaNews) - «La paz es mucho más que un equilibrio, siempre precario, entre quienes viven separados bajo el mismo techo. La paz es saber convivir, en comunión, como personas reconciliadas». Es un mensaje claro y profundamente arraigado en la belleza, pero también en las contradicciones del país de los cedros, el que León XIV lanzó la noche del domingo 30 de noviembre, a su llegada a Beirut, segunda etapa de su viaje apostólico iniciado en Turquía.
Al llegar al aeropuerto internacional, el pontífice se dirigió inmediatamente al presidente Joseph Aoun, el exgeneral maronita elegido en enero pasado como jefe de Estado tras más de dos dolorosos años de estancamiento político, debido sobre todo a los vetos de Hezbolá. A continuación, se reunió con el presidente de la Asamblea Nacional, Nabih Berri, fundador del partido chií Amal, y con el primer ministro suní Nawaf Salam. Y es después de haber rendido homenaje de alguna manera a las delicadas relaciones de poder en las que se sustenta este país multiconfesional que el pontífice, en su primer discurso en suelo libanés, dirigido a las autoridades, a la sociedad civil y al cuerpo diplomático, invitó a todos a dar un salto de calidad reinterpretando en este contexto la bienaventuranza evangélica de los pacificadores.
«Hay millones de libaneses, aquí y en todo el mundo, que sirven a la paz en silencio, día tras día», dijo. «A ustedes, sin embargo, que tienen importantes tareas institucionales dentro de este pueblo, les espera una bienaventuranza especial si pueden decir que han antepuesto el objetivo de la paz a todo lo demás».
León XIV habló de «lo que significa ser pacificadores en circunstancias muy complejas, conflictivas e inciertas». Elogió ante todo la resiliencia de los libaneses: «Son un pueblo que no se rinde —dijo—, sino que, ante las pruebas, siempre sabe renacer con valentía. El compromiso y el amor por la paz no conocen el miedo ante las aparentes derrotas, no se dejan doblegar por las decepciones, sino que saben mirar lejos, acogiendo y abrazando con esperanza todas las realidades. Se necesita tenacidad para construir la paz; se necesita perseverancia para custodiar y hacer crecer la vida».
Es una lección que el Líbano ofrece hoy al mundo entero, que parece «vencido por una especie de pesimismo y sentimiento de impotencia: las personas parecen no ser capaces ni siquiera de preguntarse qué pueden hacer para cambiar el curso de la historia. Las grandes decisiones parecen tomarlas unos pocos y, a menudo, en detrimento del bien común, lo que a muchos les parece un destino ineludible». Por el contrario, el Líbano siempre ha querido y sabido empezar de nuevo, gracias a «una sociedad civil viva, bien formada, rica en jóvenes capaces de dar forma a los sueños y aspiraciones de todo un país».
Pero la paz, sobre todo en un país afligido por tantas heridas personales y colectivas, también necesita «el arduo camino de la reconciliación. Si no se trabaja en la sanación de la memoria, en el acercamiento entre quienes han sufrido agravios e injusticias, es difícil avanzar hacia la paz. Se permanece inmóvil, cada uno prisionero de su dolor y de sus razones». Pero una cultura de la reconciliación no nace solo desde abajo, de la disponibilidad y el valor de algunos: «Necesita autoridades e instituciones que reconozcan el bien común por encima del bien parcial. La paz —advirtió León XIV— es mucho más que un equilibrio, siempre precario, entre quienes viven separados bajo el mismo techo. La paz es saber convivir, en comunión, como personas reconciliadas. Una reconciliación que, además de hacernos convivir, nos enseñará a trabajar juntos, codo con codo, por un futuro compartido. Y entonces, la paz se convierte en esa abundancia que nos sorprende cuando nuestro horizonte se amplía más allá de cualquier valla y barrera».
Pero hay también una tercera dimensión a la que el papa invita a mirar pensando en la paz para el Líbano: la audacia de quienes «se atreven a quedarse, incluso cuando ello supone un sacrificio». Sabemos —explica el pontífice— que la incertidumbre, la violencia, la pobreza y muchas otras amenazas producen aquí, como en otros lugares del mundo, una hemorragia de jóvenes y familias que buscan un futuro en otros lugares, aunque con gran dolor por dejar su patria. Ciertamente, hay que reconocer que muchos de los libaneses dispersos por el mundo aportan cosas muy positivas a todos ustedes. Sin embargo, no debemos olvidar que quedarse entre los suyos y colaborar día a día al desarrollo de la civilización del amor y de la paz sigue siendo algo muy apreciable».
Por eso, el Papa invita a todo el Levante a preguntarse: «¿Qué hacer para que, sobre todo, los jóvenes no se sientan obligados a abandonar su tierra y emigrar? ¿Cómo motivarlos para que no busquen la paz en otros lugares, sino que encuentren garantías y se conviertan en protagonistas en su tierra natal? Cristianos y musulmanes, junto con todos los componentes religiosos y civiles de la sociedad libanesa, están llamados a hacer su parte en este sentido y a comprometerse a sensibilizar a la comunidad internacional al respecto». Y en esto subraya también el papel de las mujeres, que «tienen una capacidad específica para trabajar por la paz, porque saben custodiar y desarrollar vínculos profundos con la vida y con las personas. Bienaventuradas, pues, las trabajadoras por la paz y bienaventurados los jóvenes que se quedan o que regresan, para que el Líbano siga siendo una tierra llena de vida».
Concluye recordando la música y la danza, tan queridas por los libaneses. «Este rasgo de su cultura nos ayuda a comprender que la paz no es solo el resultado de un compromiso humano, por necesario que sea: la paz —comenta el papa León— es un don que viene de Dios y que, ante todo, habita en nuestro corazón. Es como un movimiento interior que se derrama hacia el exterior, permitiéndonos dejarnos guiar por una melodía más grande que nosotros mismos, la del amor divino. Quien baila avanza con ligereza, sin pisar la tierra, armonizando sus pasos con los de los demás. Así es la paz: un camino movido por el Espíritu, que pone el corazón a la escucha y lo hace más atento y respetuoso hacia el otro. Que crezca entre ustedes este deseo de paz que nace de Dios y que ya hoy puede transformar la forma de mirar a los demás y de habitar juntos esta Tierra que Él ama profundamente y sigue bendiciendo».
10/05/2025 14:10
07/10/2025 18:04
