06/04/2024, 16.20
MUNDO RUSO
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El ecumenismo de la Rusia imperial y las 'amenazas' de Oriente y Occidente

de Stefano Caprio

Las repercusiones del atentado en Moscú ensombrecen las proclamas de victoria en Ucrania. Un texto emitido por el Sobor va más allá de las motivaciones ideológicas de la guerra y sale en defensa de la "pureza" del pueblo ruso frente a los "inmigrantes invasores". La lucha contra los "guetos" de extranjeros en las ciudades y el "retorno" a la distribución "tradicional" de la población y las fuerzas productivas dentro del territorio.

Ha producido cierto revuelo la declaración del "Concilio Popular Ruso Universal", que proclamó la "guerra santa" de Rusia como una "defensa" contra el ataque del mal en todo el mundo. El término ruso para denominar al "Defensor", Uderživajušij, ha sido interpretado por muchos como el katejon bíblico, el último bastión frente al Anticristo, aunque tal vez no haya sido exactamente ése el sentido de la solemne declaración. Por otra parte, no se trataba de un Concilio eclesial ni tenía la pretensión de emitir declaraciones dogmáticas, ni siquiera limitadas al perímetro del territorio canónico de la Iglesia ortodoxa rusa. El Vserossijskij Sobor, el "concilio universal", solamente es una asociación teológico-política fundada en 1993 para revitalizar el patriotismo, después de la caída de la URSS, por iniciativa del futuro patriarca, entonces metropolita Kirill (Gundjaev), y alimentada por numerosos y variopintos "ideólogos" que desde hace más de 30 años profetizan el fin del mundo si no se le permite a Rusia llevar a cabo su misión universal.

Esta sesión del Sobor se celebró el 27 de marzo en la sala situada bajo la catedral de Cristo Salvador de Moscú, donde se reúnen las asambleas plenarias del Sínodo de obispos de la Iglesia rusa, y fue presidida por el patriarca Kirill, líder supremo de los creyentes "de todas las Rusias", dando la impresión de una gran asamblea eclesial. Se aprobó un documento oficial, el Nakaz (término eslavo-eclesiástico para referirse al Ukaz, "decreto", con una nota de mayor autoridad, más parecido a "sanción"), con el título "El presente y el futuro del mundo ruso". El texto fue redactado hace algunos meses y expone las motivaciones ideológicas para la justificación religiosa de la "operación militar especial" en Ucrania, pero hoy asume un valor mucho más contundente y actual.

En Rusia se atribuye mucha importancia a las fechas y estas adquieren un significado sagrado: el documento debía aprobarse a principios de mayo, aprovechando la sucesión del Día de los Trabajadores el 1 de mayo, la Pascua ortodoxa el 5 de mayo y el Día de la Victoria el 9 de mayo, que ofrecía una “trinidad de calendario” perfecta para expresar la gran idea rusa, que el documento define como la “tri-unidad” que reúne los pueblos (Rusia, Bielorrusia y Ucrania) y los tiempos (pasado, presente y futuro). La tríada-trinidad-triunidad es la cifra simbólica preferida del patriarca, y recuerda los tres principios rectores de la Rusia zarista: "autocracia, ortodoxia y popularismo", representados por el ícono sagrado de la Trinidad de Rublev que Kirill arrancó del Museo Tretyakov para gloria de la guerra de Putin.

Después de la solemne coronación del zar el 18 de marzo (fecha de la anexión de Crimea) había transitar la Cuaresma para llegar a la exaltación definitiva de la Pascua-Victoria. Probablemente confiando en la nueva ofensiva del ejército, reforzada por las movilizaciones posteriores a las elecciones y el deshielo de la primavera que facilita el avance de los tanques contra una Ucrania cada vez más solitaria, prácticamente abandonada por sus inciertos aliados occidentales.

Pero en vez de esperar, se convocó apresuradamente el Concilio, inmediatamente después del trágico atentado perpetrado por los terroristas de Asia Central contra el Krokus City Hall en la periferia de Moscú, que conmocionó a los rusos y desorientó a los presuntos vencedores, empujando a los sobresaltados Putin y Patrushev (su director de escena encubierto y jefe de los servicios de seguridad) a despotricar contra los "instigadores ucranianos", cuando es evidente que Rusia está haciendo el papel de "piedra de tropiezo" de los planes políticos, militares y religiosos de Oriente y Occidente. La masacre ocurrió el 22 de marzo y el Sobor se reunió cinco días después, como una manera de reafirmar la unidad compacta del pueblo contra todos los enemigos, especialmente los invasores extranjeros. Al texto ya redactado, en efecto, se le añadió un largo capítulo sobre la "nueva política migratoria", para defenderse de los terroristas tayikos y de cualquier otra forma de amenaza contra la pureza del pueblo ruso universal.

El Nakaz afirma que "el flujo masivo sin control de mano de obra extranjera conduce al empobrecimiento de la población nativa de Rusia", retomando un leitmotiv característico de todos los soberanismos, desde América hasta Europa, "porque permite que los inmigrantes ocupen sectores completos de la economía de la patria". Estos "invasores", incluso antes de convertirse en amenazantes terroristas, "no conocen el idioma ruso ni tienen una visión correcta de la historia rusa y su cultura, y por lo tanto no son aptos para integrarse en nuestra sociedad". En las principales ciudades "se forman y desarrollan guetos étnicos cerrados en sí mismos, organizados por las bandas criminales que controlan los mecanismos ilegales", y entonces parece inevitable que estas realidades se transformen en "terreno fértil para todo tipo de extremismos y terrorismos, y en cualquier caso se convierten en fuente de tensiones colosales en la sociedad". Es necesario establecer nuevos códigos para regular el fenómeno migratorio que "perfeccionen la legislación sobre la ciudadanía rusa, defendiendo los derechos y los intereses legítimos de nuestros compatriotas". Resulta especialmente necesario "defender las familias rusas", tal vez impidiendo los matrimonios mixtos con extranjeros, y sobre todo "defender la identidad civilizadora de Rusia, en su unidad jurídica, cultural y lingüística", reforzando los controles sobre la vida social, "creando las condiciones para un retorno masivo de nuestros compatriotas que viven en el exterior" y permitiendo el ingreso sólo a "extranjeros altamente cualificados, leales a Rusia y dispuestos a integrarse a nivel cultural y lingüístico". La confianza en la victoria es reemplazada por el pánico a la propia desaparición.

Y sin embargo la declaración principal del texto, el concepto del Russkij Mir, proclama que "las fronteras del Mundo Ruso, como fenómeno espiritual y cultural-civilizador, son más amplias que las fronteras del Estado, tanto de la actual Federación Rusa como de la gran Rusia histórica". Se llega incluso a elogiar "a los representantes de la ecúmene rusa dispersos por todo el mundo", explicando que "el Mundo Ruso incluye a todos aquellos para quienes la tradición rusa, los santuarios de la civilización rusa y la gran cultura rusa son lo valores más importantes, los que dan sentido a la vida". Por tanto, es necesario protegerse de los inmigrantes "invasores", pero al mismo tiempo "el significado principal de la existencia de Rusia y del Mundo Ruso creado por ella, la misión espiritual que tienen en común, es ser el Defensor universal del mundo frente al maligno". El ecumenismo imperial y sin fronteras impulsa a "hacer ineficaces todos los intentos de instaurar una hegemonía universal en el mundo sometiendo a toda la humanidad al poder único del mal".

La misión milenaria se ha concretado en la "reunión de la estatalidad rusa en las formas más elevadas de creatividad política", uniendo la tri-unidad del pueblo en las "sub-etnias" de los grandes rusos, los rusos blancos y los malorossy, los "pequeños rusos" ucranianos, como modelo para la agregación de todos los demás pueblos y de todos los hombres que reconocen la necesidad del Defensor. Continuamente las fuerzas del mal intentan "dividir, debilitar y desintegrar" la admirable unidad de Rusia, y también en el siglo XXI resulta necesario resulta necesario "restaurar su potencial espiritual y vital". Esto incluye el retorno a todos los "valores morales tradicionales", empezando por la familia, la única institución capaz de "ayudar al hombre a conocer el mundo que le rodea" y "enseñar el amor, la bondad y la compasión", iluminando de esa manera la labor educativa de toda la sociedad y eliminando los "falsos valores" sobre la naturaleza, la sexualidad y la orientación individual y colectiva.

Junto con la guerra contra los ataques del Maligno y la custodia de los verdaderos valores en la vida del pueblo, el Nakaz señala otro objetivo: superar la crisis demográfica y reanudar una fertilidad activa para engendrar los hijos de la nueva Rusia. Para eso se requiere una "transformación de los espacios vitales" del país, un cambio en las ciudades y lugares que hay que repoblar. En el futuro, se deben reducir las "aglomeraciones urbanas masivas" con esos inmensos condominios de minúsculos apartamentos, herencia perversa de la economía soviética, donde anidan los guetos de los tayikos y kirguises que después destruyen los nuevos templos de la civilización rusa. Es necesario "volver a la distribución tradicional de la población y las fuerzas productivas en todo el territorio", trasladando masas de personas de las metrópolis a "aldeas bien organizadas y a distancias razonables", donde cada familia tenga su propia casa, la isba de invierno o la dacha de verano, como en los cuentos de hadas rusos más antiguos, las bilyne, que narran las historias de los héroes capaces de defender los pequeños principados de la antigua Rus', los bogatyrs, que por sí solos, cada uno como un verdadero Defensor, hacen frente a los numerosos pueblos que amenazan a los rusos desde Oriente y desde Occidente.

Las fantasías del patriarca y sus consejeros "ecuménicos" recuerdan notablemente los excesos de los protagonistas de las novelas de Dostoievski, como el príncipe Myshkin de El idiota, que presa de temblores epilépticos (como los provocados por la masacre del Krokus), imagina un mundo nuevo por construir y grita “¡muestren a los rusos el mundo ruso!”, la primera cita del actual mito ideológico. O el joven Arkadi Dolgoruki de El  Adolescente, cuyo apellido evoca al mítico fundador de Moscú, que guarda celosamente en su corazón una "gran idea" para vengarse de todos los agravios sufridos en la infancia. El muchacho no quiere revelar a nadie en qué consiste realmente esta idea, entre otras cosas porque él mismo tampoco lo sabe. Es Rusia, la eterna adolescente, que quiere salvar a todos pero no llega nunca a comprenderse a sí misma.

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