20/04/2024, 16.14
MUNDO RUSO
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La descolonización de Rusia

de Stefano Caprio

La cuestión del poscolonialismo en Rusia es el gran tema de fondo que ha impuesto la guerra en Ucrania. Detrás de las reivindicaciones del "mundo ruso" están las aspiraciones de muchos pueblos que durante siglos han estado sometidos al dominio imperial de diferentes ideologías, desde la zarista hasta la soviética, y hoy por la visión euroasiática de Kirill-Putin que, al atacar a Ucrania, ha abierto la caja de Pandora de toda la historia rusa.

A mediados de abril concluyó el primer curso sobre la "descolonización" de Rusia, impartido en Internet por profesores de diversas partes del mundo, en el que participaron decenas de "estudiantes" y activistas de los movimientos independentistas de Buriatia, Kalmukia y Udege (un pueblo indígena del sureste de Siberia), Chechenia, Ingushetia, Karelia y muchos otros. Entre los "docentes" se encuentran el historiador ucraniano Sergyj Gromenko, la culturóloga ucraniana Oksana Litvinenko, el disidente polaco Petr Mintser, el historiador de arte ruso-ucraniano Konstantin Akinsha, la crítica literaria estadounidense Eva Tompson y varios expertos en el tema, como Aleksandr Etkind (famoso psicólogo soviético y posteriormente culturólogo estadounidense) y Sergei Abashin, antropólogo moscovita. Uno de los organizadores del curso es el filósofo ruso Mikhail Judanin, nacido y crecido en Novosibirsk, en el centro de Siberia, quien luego se trasladó a Israel y posteriormente a Estados Unidos, donde enseña en la Universidad de Georgia. Es la "otra Rusia" de la que habla el escritor ruso-georgiano Boris Akunin, la que está fuera de las fronteras, pero que también cumple una función importante para los que viven en la Rusia imperial de Putin y esperan una reconstrucción completamente diferente de "todas las Rusias” en los años por venir.

La cuestión del poscolonialismo en Rusia es el gran tema de fondo que ha impuesto la guerra en Ucrania, uno de los efectos adversos que han tenido los delirios de grandeza del "Putin colectivo". Detrás de las reivindicaciones del "mundo ruso" están las aspiraciones del "mundo no ruso", de los numerosos pueblos que durante siglos han estado sometidos al dominio imperial de diferentes ideologías, desde la zarista hasta la soviética, y hoy de la visión euroasiática de Kirill-Putin, que al atacar a Ucrania ha abierto de hecho la caja de Pandora de toda la historia rusa. Nadie puede predecir cómo terminará la guerra mundial que ha desatado el Kremlin, pero muchos imaginan que de la Federación Rusa y sus cien regiones pueden nacer muchos Estados diferentes, algunos hablan de diez y otros de cincuenta. De 145 millones de ciudadanos, los rusos son como máximo 80 millones (de etnia muy mezclada), y el resto va desde los finoúgrios a los caucásicos, de los turanios a los mongoles, pasando por los europeos del este de diversas estirpes hasta los chinos, que ocupan cada vez más los territorios del Extremo Oriente.

En estas tierras siempre ha habido un enfrentamiento entre oprimidos y opresores, en una escala que no tiene igual en el mundo. Si en Estados Unidos recién hoy afloran los sentimientos de culpa por la marginación de los nativos por parte de los colonos que llegaron de Europa, en Rusia desde sus orígenes el pueblo dominante se ha impuesto a expensas de las etnias menores, como narran las crónicas medievales de los tiempos de la Rus’ de Kiev. En aquel entonces la decisión de elegir el bautismo bizantino fue el resultado del enfrentamiento entre el islam de los búlgaros del Volga, el judaísmo de los jázaros del Cáucaso y el catolicismo latino de los nemtsy, los "mudos" privados del slovo, la "palabra" de los eslavos, término que hoy se aplica a los alemanes y que en aquel momento se refería a todos los occidentales. Sin embargo, estas variantes descartadas para elegir la "gran belleza" del cristianismo de Santa Sofía de Constantinopla, siempre permanecieron vinculadas a Rusia en los siglos posteriores, y más tarde se sumaron las variantes asiáticas del "yugo tártaro" y la conquista de Siberia, entre el final de la Edad Media y los siglos modernos y contemporáneos.

El colonialismo, por otra parte, no es una invención de los rusos, es más, en cierto sentido es la verdadera raíz de todos los imperios y Estados del Mediterráneo y de Europa, desde los griegos de Alejandro Magno hasta los romanos de Julio César, que después fueron reemplazados por los sucesivos intentos de translatio imperii de casi todos los pueblos europeos y americanos. La antigua Grecia buscaba tierras fértiles para cultivar, mientras que en los tiempos modernos se afirma el dominio de las metrópolis de los amos sobre vastos territorios que explotan económicamente y controlan militarmente, y en este sentido Rusia se ha mantenido en las variantes del segundo milenio. Fuera de los dos siglos de dominio de San Petersburgo, de tendencia occidental, en Rusia permanece el dominio de la capital euroasiática, Moscú, otro mundo con respecto al resto del país, y los años de Putin en gran medida han revitalizado ese modelo: en Moscú se vive en el lujo, en paz y armonía, y al resto del país y del mundo entero sólo le corresponde alimentar su soberbia, que comparte hasta cierto punto con San Petersburgo, Nizhny Novgorod, Novosibirsk y otras pocas metrópolis.

 

Según Judanin, el colonialismo surge "no por la competencia entre los comerciantes, sino cuando un forajido se encuentra con el comerciante en el patio, le rompe la cabeza con un garrote y le roba todo su dinero... la colonización es un efecto del uso de la fuerza". Luego, con el tiempo, los colonizadores empiezan a creer que merecen la posición dominante por alguna de sus cualidades particulares, y así "nace el mito de la jerarquía mundial de los pueblos, considerando normal y legítimo que quienes empuñan el fusil manden sobre aquellos que sólo tienen arco y flechas”, como en la narrativa del Far West de América del Norte e incluso antes, la del Lejano Oriente siberiano, donde los cosacos ya representaban en el siglo XVI lo que serían los cowboys del XIX, y hoy son los ejércitos rusos en Ucrania. La retórica de los "combatientes superiores", por otra parte, ha alimentado la ferocidad de las diversos compañías de invasores, desde la compañía Wagner del "cocinero cocinado" Yevgeny Prigozhin hasta la división Akhmat de los chechenos, a las órdenes del colonizador caucásico Ramzan Kadyrov, los héroes de la "operación especial" de Putin.

Judanin explica que "la economía colonial va siempre de la mano de diversas formas de racismo", como la exigencia que se impuso a Uzbekistán y Turkmenistán de cultivar únicamente algodón, excluyendo todos los demás cultivos, y que todavía hoy impone cosechas esclavistas en las que están obligados a participar incluso los estudiantes de estos países. La subdivisión en sectores de producción es un proyecto que ya había comenzado durante el imperio de los zares, y luego fue perfeccionado por el régimen soviético para llevar a cabo la "participación de los pueblos" en el gran proyecto del socialismo universal, sin pensar en las desastrosas consecuencias sobre la ecología de toda Asia central y otros territorios. No es casualidad que hoy los uzbekos, los turcomanos y los tayikos organicen grandes "festivales del tejido" para resarcirse de humillaciones centenarias, cuando el algodón cosechado se llevaba a Bielorrusia para elaborar las "obras maestras" de las que se consideraba incapaces a los asiáticos.

Para justificar su propia visión colonial, los rusos hoy recuperan viejos argumentos e imaginan otros nuevos. Rusia siempre ha tenido un complejo que resolver: el de ser un imperio sin salida al mar, y ha envidiado los dominios británicos, españoles, holandeses y otros que se extendían por los océanos. En la actual guerra de Ucrania, más que en el Donbass, los rusos estaban interesados ​​en Crimea (un lugar que siempre ha sido simbólico) y las costas del Mar Negro, y, más que a la conquista de Kiev, tratan de llegar a Odessa, para imponerse después hasta el Mediterráneo. Otro sueño que augura futuras catástrofes es el control del Océano Ártico, que con el calentamiento global es cada vez menos glacial, y podría liberar nuevas "colonias" para conquistar; después de todo, desde el siglo XVII los rusos habían cruzado el estrecho de Bering para conquistar Alaska, y llegaron hasta California, que después fue vendida a los estadounidenses, en un cortocircuito entre los imperios de Oriente y Occidente.

Según los clásicos planteos del colonialismo ruso, hoy revitalizados por la idea del "mundo ruso" ortodoxo, Rusia no oprime a los pueblos menores, sino que los protege y los ayuda a crecer en su integración económica, cultural y religiosa. En el reciente Nakaz, el decreto del Consejo Mundial inspirado por el Patriarca Kirill, se subraya la importancia de la obra de la Iglesia ortodoxa en las relaciones con el islam, el budismo y otras religiones locales, e incluso el chamanismo asiático, que gracias al cristianismo patriarcal se asimilan a la gran sobornost patriótica, la educación de los pueblos para defenderse de las invasiones y las herejías. La resistencia a la "degradación moral" occidental, motivo espiritual de la guerra en Ucrania, pone de relieve la superioridad de los "valores tradicionales" que el patriarca proclama también para las otras religiones, porque son "valores universales" que los rusos tienen el derecho y el deber de afirmar en todas las latitudes. Una colonización que se convierte en evangelización, la sobornost ecuménica de la des nazificación y rusificación. Estos son los estribillos del renacimiento imperial de Rusia.

Otro término utilizado en la época soviética era la korenizatsija (de koren = raíz), una política étnica que se impuso bajo Stalin, el dictador georgiano que quería ser más ruso que los rusos, aunque hablaba con un fuerte acento caucásico. En ese momento estaba en vigor la ideología antirreligiosa, y en vez de los metropolitas y muftíes, los secretarios del partido y los altos funcionarios se unieron para formar una élite de "hombres nuevos" de nacionalidad soviética y ya no vinculada a los orígenes de la sangre. Pero hoy las "raíces" no parecen tener el suelo fértil de las antiguas colonias, y los numerosos pueblos de Eurasia toleran cada vez menos la dictadura imperial de los rusos. Después de haber invadido Ucrania y amenazado a todos los países de Europa del Este, del Cáucaso, de Siberia y de toda Asia, Rusia corre el riesgo de verse obligada a invadirse a sí misma, y sólo le quede la posibilidad de auto colonizarse.

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