24/06/2023, 15.15
MUNDO RUSO
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La herejía pacifista de la ortodoxia rusa

de Stefano Caprio

Llama la atención, en las acusaciones que hoy hace el patriarca a los sacerdotes pacifistas, la referencia explícita a la "herejía tolstoiana". El padre Viktor Burdin ha sido castigado con la excomunión, que según Kirill debería tener "valor universal", pero él responde con la pregunta "¿quién puede impedirme que sirva a Dios?", la misma que también repite a menudo en sus homilías otro sacerdote ortodoxo de Moscú, el italiano Giovanni Guaita.

En el contexto del giro dramático de la guerra en Ucrania, a mitad de camino entre la autodestrucción y la reconquista recíproca de tierras disputadas desde hace siglos, aumenta también la tensión en el campo bélico-eclesial, otra dimensión del interminable enfrentamiento entre los dos rostros del mundo ruso y de la misma Europa. Cada vez son más frecuentes los casos de sacerdotes que reaccionan contra la retórica militar-patriótica revestida de halos trinitarios, y al mismo tiempo se vuelve cada vez más rígido el cíngulo sagrado de la inquisición patriarcal que sofoca la aspiración de sacerdotes, monjes y fieles a profesar una religión de paz.

La gota que está colmando el vaso fue el traslado forzoso del ícono de la Trinidad de Rublev del museo a la Iglesia, no solo por el posible daño a la obra maestra del arte ruso -que por ahora parece limitado- sino por el contexto de autoritarismo y la explotación propagandística de un símbolo de espiritualidad y amor mutuo, convertido en estandarte de la belicosa unión del trono y el altar. Es uno de los episodios que mejor demuestra hasta dónde puede llegar la distorsión de la auténtica tradición de la religión y la cultura rusas, incluso en nombre de la "defensa de los valores tradicionales". El aspecto más difícil de digerir de todo el asunto, especialmente para el clero ortodoxo, fue la brutal destitución del protoierej Leonid Kalinin, presidente del consejo de expertos del patriarcado de Moscú para el arte y la cultura eclesial, una figura muy respetada y querida, que también fue suspendido a divinis "por su oposición al traslado del icono a la catedral de Cristo Salvador".

Cuando el hacha del iracundo patriarca Kirill cayó sobre su cabeza, el pobre padre Leonid se disculpó públicamente, declarando que "evidentemente me equivoqué; si se tomó esta decisión, significa que lo pensaron bien", lo que provocó nuevas reacciones de indignación contra los que habían descartado con tanta brutalidad la opinión del eclesiástico más competente en la materia. Él mismo aseguró que "he aceptado la decisión en paz, y pido a todos los que me conocen y me quieren que recen por mí. Trato de hacer lo que creo que es correcto, pero siempre me puedo equivocar". Al final, el ícono se colocó en una cápsula hermética preparada exactamente de acuerdo con las instrucciones de Kalinin, lo que hizo aún más paradójico el anatema patriarcal.

Mientras tanto, se multiplican las "embestidas canónicas" contra miembros del clero ruso acusados de "herejía pacifista". Esta es la respuesta de Kirill a todos aquellos que en el resto del mundo ortodoxo lo acusan de "filetismo" -la identificación de la religión ortodoxa con la causa nacional- que Constantinopla ya había condenado en la primera mitad del siglo XIX para contener los movimientos de revuelta contra el Imperio Otomano. En aquel momento los búlgaros y los griegos fueron acusados de herejía, lo que allanó el camino para la aceptación del principio étnico de la "Iglesia nacional", que más tarde se convirtió en el sistema de organización de todas las Iglesias ortodoxas. En realidad el principio había sido introducido por los rusos desde la proclamación del patriarcado de la "Tercera Roma", el verdadero origen de la herejía filetista.

Por lo tanto, no puede sorprender que Kirill arremeta contra el pacifismo "ecuménico", que niega no solo el apoyo a la "operación militar especial" en Ucrania sino los fundamentos mismos de la ideología eclesiástica rusa. Por otra parte, esta discusión ya había inflamado los ánimos de toda Rusia a principios del siglo XX, cuando se lanzó el anatema contra Lev Tolstoi, el escritor más religioso-humanista y al mismo tiempo anticlerical de toda la literatura rusa. El 22 de febrero de 1901, el autor de "La guerra y la paz" fue excomulgado por el Sínodo de la Iglesia -que en aquel momento no tenía patriarca- bajo la presidencia del ministro zarista de Culto (oberprokuror) Konstantin Pobedonostsev, el "Torquemada" ruso de la defensa desesperada de la Santa Rusia poco antes de las revoluciones. De hecho, renunció poco después, en 1905, tras la insensata guerra de Rusia contra Japón, que tanto recuerda a la ruinosa campaña actual en Ucrania. Los rusos creyeron que podían someter al imperio del Sol Naciente en siete días y quedaron atrapados entre islas y puertos durante semanas antes de sucumbir a la intrépida contraofensiva japonesa. Ya entonces una buena parte de los soldados y marineros rusos eran ex convictos enviados a la fuerza desde los campos de concentración para que se redimieran en la guerra. Estos no fueron capaces de oponer ninguna resistencia a los samuráis, sobre todo porque la mayoría eran víctimas de los vapores del alcohol, como los soldados rusos de Bajmut y Jersón.

A la ruinosa guerra le siguió la primera revolución rusa, ya anunciada desde enero por la manifestación popular que encabezó el pope Gapon, un sacerdote de simpatías socialistas que había pedido a todos los grupos que retiraran las banderas y los escritos políticos y polémicos y avanzó hacia el Palacio de Invierno enarbolando los sagrados íconos procesionales. Gapon quería que el zar Nicolás II bajara a reunirse con el pueblo, y habría sido suficiente una aparición suya para complacer a la multitud, pero los generales y sus parientes habían convencido al zar de que se refugiara en el castillo de Tsarskoye Selo, lejos de San Petersburgo, y abrieron fuego contra las masas de pacíficos manifestantes desarmados. El gobierno declaró que hubo 130 muertos, otras fuentes contabilizaron entre 600 y 2000, y fue el principio del fin del régimen zarista.

El excomulgado Tolstoi alzó su voz contra las masacres, afirmando además que “las persecuciones religiosas nunca fueron tan frecuentes y feroces como hoy”, y resulta bastante impresionante que las acusaciones que actualmente hace el patriarca contra los sacerdotes pacifistas hablen explícitamente de “herejía tolstoiana”. En efecto, el escritor había inspirado una nueva variante de religión pacifista, llamada precisamente tolstojanstvo y despectivamente tolstovshchina, el mismo término que utilizan en estos días los propagandistas y predicadores de Putin para exponer al escarnio público a los sacerdotes que se oponen a la guerra. El hieromonje Afanasy (Bukin), que prestaba servicio en la misión rusa en Jerusalén, fue despedido el pasado mes de febrero cuando se pronunció en contra de la operación militar al cumplirse el primer aniversario. Hace pocos días explicó en Facebook que había sido reducido al estado laical por el tribunal eclesiástico con motivaciones extremadamente agresivas, como consta en la sentencia: “el clérigo ha traicionado el juramento eclesiástico y las normas apostólicas, con motivaciones depravadas, no sólo por las palabras que ha utilizado sino por su negativa a someterse a la autoridad eclesiástica”.

Otro hieromonje, el padre Jakov (Vorontsov), abandonó espontáneamente la metropolia ortodoxa rusa de Kazajistán, antes de ser a su vez expulsado, y refiriéndose a las autoridades eclesiásticas dijo que "el Maligno se ha apoderado de sus corazones, que ya son incapaces de distinguir el bien del mal… ¿es posible que los santos rusos hayan realizado sus grandes milagros y sacrificios en vano? ¿Acaso la cultura rusa se ha convertido en terreno fértil para el crecimiento del Anticristo? Yo creo que no, y confío en los muchos rusos que no quieren la guerra, aunque no tengan el coraje de decirlo abiertamente".

No es casualidad que sean los monjes los que alzan la voz, sobre todo en las sedes periféricas. De hecho, la mayoría de sus hermanos viven en comunidades dirigidas por fieles ejecutores de las directivas patriarcales, y el clero parroquial, casado por tradición, está condicionado por sus familias. La gran mayoría de los sacerdotes debe proteger a sus numerosos hijos, muchos de los cuales continuarán la misión de sus padres y se convertirán a su vez en popy y popady, sacerdotes y esposas de sacerdotes, siguiendo las "tradiciones de casta" que se restauraron después del invierno soviético. Por otra parte, las pocas familias sacerdotales fueron las que conservaron la fe ortodoxa bajo el régimen ateo, e incluso el mismo patriarca Kirill es hijo y nieto de sacerdotes.

Uno de los pocos sacerdotes que tuvo el coraje de poner en riesgo su propia familia es el párroco de Kostroma -500 kilómetros al norte de Moscú- Viktor Burdin, conocido como el "Savonarola de Kostroma". De 51 años, sacerdote desde 2015, en sus comienzos fue vicario en el pueblo de Karabanovo, cuyo párroco era un histórico disidente religioso antisoviético, el padre Georgi Edelstein, que actualmente tiene 91 años. Junto con él firmó varias cartas de protesta incluso antes de la invasión de Ucrania, y fue uno de los promotores de la carta que suscribieron 300 sacerdotes tras el inicio de la operación. Él también ha sido reducido al estado laical, con la acusación formal de "pacifismo mentiroso" o "pseudo-pacifismo", para distinguirlo del "auténtico", que define la paz según los intereses del pueblo ruso y de las víctimas del "genocidio ucraniano en el Donbass", según el acta patriarcal de su condena.

El padre Viktor enfureció aún más al patriarca Kirill cuando trató de pasar al servicio de la Iglesia ortodoxa en Bulgaria, y la excomunión que se le ha aplicado afirma tener "valor universal". Burdin responde con la pregunta "¿quién puede impedirme servir a Dios?", que repite a menudo en sus homilías otro sacerdote ortodoxo de Moscú, el italiano Giovanni Guaita, quien llegó a Rusia hace treinta años con el movimiento de los Focolares y se convirtió en miembro del patriarcado, alentado por convicciones ecuménicas y el amor a Rusia. En una de sus entrevistas que está haciendo furor en YouTube afirma que "el único pecado que no se puede perdonar" es usar la fe para infligir la muerte. La fe no es propiedad de los funcionarios del Estado o de la Iglesia, ni siquiera de los más ilustres y poderosos. Es el camino hacia la paz, como en realidad saben los sacerdotes y los fieles de todo el mundo.

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