10/10/2023, 10.56
RUSIA
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Los antiguos chinos de Rusia que acogen a niños

de Vladimir Rozanskij

Un pueblo del Lejano Oriente ruso habitado por los nanai, una etnia del mundo chino también llamada hezhen o samagir, ha decidido luchar por su supervivencia acogiendo a huérfanos de la ciudad más cercana. Ya han acogido a 61 de sus 500 habitantes. Proteger la propia alma, empezando por cuidar a los que han quedado solos.

Moscú (AsiaNews) - En una pequeña aldea de la región de Jabárovsk, en el Extremo Oriente ruso, viven los nanai, etnia del mundo chino también llamada hezhen o samagir, que han decidido luchar por su supervivencia y su historia, abriéndose a la acogida. Los nanai, hábiles pescadores y cazadores de animales acuáticos, están dispersos a lo largo de los ríos Amur, Songhua y Ussuri, en la frontera ruso-china. En la pequeña aldea de Džuen, a orillas del lago Bolon', donde sólo viven 500 habitantes, han decidido acoger en adopción a decenas de niños, pues de lo contrario no podrían salvar la existencia de su comunidad.

En lengua nanaica, Džuen significa "en el fondo del golfo", y Bolon' "lugar rico en peces", el alimento básico de los nanai. La ciudad más cercana, Amursk, está a casi cien kilómetros, y sólo está comunicada por una carretera de tierra que atraviesa la taiga, sin transporte público. Los pocos que tienen coche se ponen a disposición de los demás por poco dinero, en un chat de WhatsApp dedicado a los que tienen que viajar a la ciudad, pidiendo hasta mil rublos (10 euros) sólo si se quiere llegar a la ciudad más grande y distante de Komsomolsk-na-Amursk,.

El principal motivo para ir a la ciudad es visitar los orfanatos, de los que siempre se regresa con algún niño pequeño, que poco después, si se consigue "congeniar", es adoptado oficialmente por una de las familias Džuen. A menudo se quedan sin llevarse demasiado bien, con la esperanza de que las relaciones mejoren con el tiempo, como de hecho suele ocurrir. Ahora hay 28 familias de acogida para 61 niños en el pueblo.

Una de sus habitantes, Galina Kile, de 62 años, vive con su marido, diez años mayor que ella, y juntos decidieron ser de los primeros en empezar a acoger, allá por 2013: "Los dos ya estábamos jubilados, nuestras dos hijas ya eran mayores y vivían solas, y ocurrió que una inundación destruyó todos nuestros cobertizos, ya no tenía sentido seguir trabajando en el campo, así que decidimos acoger a alguien". La primera recién llegada se llama Larisa, y ha encajado en la nueva familia sin problemas, llamando inmediatamente a los dos adultos "abuela y abuelo", dejando claro que " yo de aquí ya no me voy más". Hoy estudia medicina en Nikolaevsk-na Amur, y vuelve a Džuen en vacaciones, aunque le han asignado un piso de huérfana, no lejos de la universidad.

En general, todos los niños nanai adoptados están muy contentos de vivir en este pequeño y remoto pueblo, como confirma Sereža Grigorev, de 17 años, acogido hace cinco años, sin recuerdos de sus padres biológicos: "Cuando vi el huerto y el jardín, me sentí como si hubiera llegado al paraíso, aunque hasta entonces siempre me había negado a ir a vivir con una familia. Es cierto que hay que ir a la bomba de agua, recoger leña y realizar otros trabajos agotadores, pero "me esforcé por que me aceptaran, y ahora ya estoy acostumbrado", dice Sereža. También él consiguió matricularse en el instituto técnico de mecánica náutica de Komsomolsk, pero sigue yendo a "casa".

Elena Blošenko es profesora de historia, tiene 57 años, y delante de la espaciosa casa donde vive con su marido Vasilij hay una larga fila de zapatos, que se quitan antes de entrar. Habían empezado cuidando a los hijos de su hermana, que murió prematuramente, luego incluso hicieron cursos de preparación para adopciones, y en 2013 también acogieron a dos niñas, una de 7 y otra de 13 años. Al año siguiente acogieron a cuatro más, todos huérfanos de los mismos padres, y todos les llaman papá y mamá directamente.

Hay muchas historias similares recogidas por la investigación de Sibir.Realii, que también afectan a otros países de la región de Jabárovsk, donde la adopción de niños está muy extendida y es popular no solo entre las minorías étnicas. El Extremo Oriente ruso no sólo mantiene una distancia geográfica con los horrores de la guerra, y no quiere ser simplemente explotado o "colonizado" ni por los rusos ni por los chinos, sino que quiere cuidar su propia alma, empezando a ocuparse de los que quedaron solos.

 

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