16/12/2022, 11.36
VATICANO
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Mensaje del Papa por el Día Mundial de la Paz 2023: nadie se salva solo

Con motivo de la fecha, que la Iglesia celebra el primero de enero, Francisco reflexionó sobre la reanudación después del Covid, a la luz de las consecuencias globales del conflicto en Ucrania: "El virus de la guerra es más difícil de vencer porque no procede del exterior”. “Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales".

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - "El virus de la guerra es más difícil de vencer que los que afectan al organismo, porque no procede del exterior, sino del interior del corazón humano, corrompido por el pecado". Así escribe el Papa Francisco en su mensaje para la 56ª Jornada Mundial de la Paz que la Iglesia celebrará el primero de enero de 2023. El texto fue publicado esta mañana por la Oficina de Prensa del Vaticano y se titula "Nadie puede salvarse solo. Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz”.

En el texto -que se inspira en el pasaje de la primera carta a los Tesalonicenses en el que San Pablo escribe que "el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche" (1 Ts 5,1-2)- Francisco hace un balance de la herencia que nos ha dejado la pandemia, invitando a releerla en relación con la experiencia de la guerra en Ucrania y todos los demás conflictos en el mundo, "una derrota para la humanidad en su conjunto y no sólo para las partes directamente implicadas".

“Junto con las manifestaciones físicas”, escribe el Papa, “el COVID-19 ha provocado —también con efectos a largo plazo— un malestar generalizado que ha calado en los corazones de muchas personas y familias, con secuelas a tener en cuenta, alimentadas por largos períodos de aislamiento y diversas restricciones de la libertad. Además, no podemos olvidar cómo la pandemia ha tocado la fibra sensible del tejido social y económico, sacando a relucir contradicciones y desigualdades. Ha amenazado la seguridad laboral de muchos y ha agravado la soledad cada vez más extendida en nuestras sociedades, sobre todo la de los más débiles y la de los pobres”.

Por todo ello, prosigue Francisco, “transcurridos tres años, ha llegado el momento de tomarnos un tiempo para cuestionarnos, aprender, crecer y dejarnos transformar —de forma personal y comunitaria—; un tiempo privilegiado para prepararnos para el “día del Señor”. Para el Pontífice, “la mayor lección que nos deja en herencia el COVID-19 es la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común, y de que nadie puede salvarse solo. Por tanto, es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de esta fraternidad humana. También hemos aprendido que la fe depositada en el progreso, la tecnología y los efectos de la globalización no sólo ha sido excesiva, sino que se ha convertido en una intoxicación individualista e idolátrica, comprometiendo la deseada garantía de justicia, armonía y paz”.

También ha habido rayos de luz en la pandemia: “un beneficioso retorno a la humildad; una reducción de ciertas pretensiones consumistas; un renovado sentido de la solidaridad de tantas personas, en algunos casos verdaderamente heroico. Y sin embargo, “en el momento en que nos atrevimos a esperar que lo peor de la noche de la pandemia del COVID-19 había sido superado, un nuevo y terrible desastre se abatió sobre la humanidad. Fuimos testigos del inicio de otro azote: una nueva guerra, en parte comparable a la del COVID-19, pero impulsada por decisiones humanas reprobables”.

Francisco recuerda que “la guerra en Ucrania se cobra víctimas inocentes y propaga la inseguridad, no sólo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada e indiscriminada hacia todo el mundo; también afecta a quienes, incluso a miles de kilómetros de distancia, sufren sus efectos colaterales —basta pensar en la escasez de trigo y los precios del combustible”. Y precisamente en este sentido, durante la rueda de prensa de presentación del mensaje, el Dr. Máximo Torero, economista jefe de la FAO, estimó en 25.000 millones de dólares el aumento de los gastos por importación de alimentos provocado por la guerra en Ucrania en los 62 países más vulnerables del mundo, lo que supone un incremento del 39% respecto a 2020”.

¿Qué hacer, entonces? “Aunque se ha encontrado una vacuna contra el COVID-19, aún no se han encontrado soluciones adecuadas para la guerra”, observa Francisco con amargura. En este momento histórico, se trata de “cambiar el corazón”, dejando que Dios “transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico. Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un ‘nosotros’ abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común”.

Es por eso que el Papa invita una vez más a comprender que “las diversas crisis morales, sociales, políticas y económicas que padecemos están todas interconectadas”. “Debemos retomar la cuestión de garantizar la sanidad pública para todos; promover acciones de paz para poner fin a los conflictos y guerras que siguen generando víctimas y pobreza; cuidar de forma conjunta nuestra casa común y aplicar medidas claras y eficaces para hacer frente al cambio climático; luchar contra el virus de la desigualdad y garantizar la alimentación y un trabajo digno para todos, apoyando a quienes ni siquiera tienen un salario mínimo y atraviesan grandes dificultades. El escándalo de los pueblos hambrientos nos duele. Hemos de desarrollar, con políticas adecuadas, la acogida y la integración, especialmente de los migrantes y de los que viven como descartados en nuestras sociedades”.

El mensaje del Papa concluye afirmando:“Sólo invirtiendo en estas situaciones, con un deseo altruista inspirado por el amor infinito y misericordioso de Dios, podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz”.

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