27/09/2015, 00.00
EE.UU.-VATICANO
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El Papa en los EE.UU.: Nosotros, los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias del mundo que nos ayuden

En la misa de clausura del Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia, el Papa Francisco indica los "pequeños gestos" cotidianos en los cuales en la familia "la fe se convierte en vida y la vida se convierte en fe". La familia es también el lugar donde somos educados para descubrir "la obra del Espíritu" más allá de sus propios límites. La gratitud, el respeto, la colaboración con las familias en las que el Espíritu está obrando "en cada nación, región o religión a la que pertenezca". Próxima reunión de familias en Dublín en 2018.

Filadelfia (AsiaNews) - "Nosotros los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias del mundo que nos ayuden” a "superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás". Es una invitación a la cooperación, a la "gratitud" a la "estimación" para cada familia "que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal –una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante– y encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo o la religión, o la región, a la que pertenezca".

Este llamado fue hecho hoy por el Papa Francisco en la homilía de conclusión de la Misa por el VIII Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en el Benjamín Franklin Parkway. El bulevar de casi un kilómetro de largo estaba todo ocupado por grupos familiares, así como varias calles laterales. Imposible de calcular el número: de cientos de miles, si no de millones.

Toda la celebración tuvo momentos con oraciones y lecturas en Inglés, Latín, filipino, vietnamita... En esta universalidad, el Papa añadió una universalidad del valor de la familia, una invitación a todos "para participar en la profecía de la alianza entre un hombre y una mujer, que genera vida y revela a Dios".

El Papa ha definido asimismo a la familia como "el lugar adecuado en el cual la fe se convierte en vida y la vida se convierte en fe" a través de "pequeños gestos" de amor y de fidelidad cotidianos: "Gestos como del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo".

Pero la familia es también el lugar principal donde se "abre la" ventana" a la presencia activa del Espíritu", también fuera de los límites establecidos, de acuerdo con la medida de la "libertad de Dios, que hace llover tanto sobre justos como sobre injustos ( Mt 5:45), más allá de la burocracia, la oficialidad y los círculos cerrados".

La convocatoria, por tanto, no es obstaculizar la obra del Espíritu, dando "la impresión que eso no tiene nada que ver con aquellos que no son ‘de nuestro grupo’, que no son ‘como nosotros’".

"Que nuestros hijos - dijo - encuentren en nosotros referentes de comunión, no de división. Que nuestros hijos encuentren en nosotros hombres y mujeres capaces de unirse a los demás para hacer germinar todo lo bueno que el Padre sembró”. Y citando la Laudato Si, ha llamado la atención sobre el compromiso:" Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles. El desafío urgente de proteger nuestra casa incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, porque sabemos que las cosas pueden cambiar” (cf.LS 13).

La misa fue el último gesto de Francisco en este viaje a los EE.UU.. Por la tarde saldrá hacia Roma. Antes de la conclusión, se anunció el lugar del próximo encuentro que se llevará a cabo en Dublín en 2018.

Una señal del final de la reunión fue la presentación de copias del Evangelio de San Lucas a cinco familias de diferentes ciudades de diferentes continentes (La Habana, Kinshasa, Hanói, Marsella, Sydney) para difundirlo entre los pobres. El total de copias para su distribución será de aproximadamente un millón. La colecta reunida durante la Misa fue dado a una familia siria, presente en la reunión, que pronto volverá a Damasco, y que se utilizará para comprar artículos de primera necesidad para la población.

He aquí el texto completo, con las adiciones de las improvisaciones hechas por el Papa:



 Hoy la Palabra de Dios nos sorprende con un lenguaje alegórico fuerte que nos hace pensar. Un lenguaje alegórico que nos desafía, pero también estimula nuestro entusiasmo.

En la primera lectura, Josué dice a Moisés que dos miembros del pueblo están profetizando, proclamando la Palabra de Dios sin un mandato. En el Evangelio, Juan dice a Jesús que los discípulos le han impedido a un hombre sacar espíritus inmundos en su nombre. Y aquí viene la sorpresa: Moisés y Jesús reprenden a estos colaboradores por ser tan estrechos de mente. ¡Ojalá fueran todos profetas de la Palabra de Dios! ¡Ojalá que cada uno pudiera obrar milagros en el nombre del Señor!

Jesús encuentra, en cambio, hostilidad en la gente que no había aceptado cuanto dijo e hizo. Para ellos, la apertura de Jesús a la fe honesta y sincera de muchas personas que no formaban parte del pueblo elegido de Dios, les parecía intolerable. Los discípulos, por su parte, actuaron de buena fe, pero la tentación de ser escandalizados por la libertad de Dios que hace llover sobre «justos e injustos» (cfr Mt 5,45), saltándose la burocracia, el oficialismo y los círculos íntimos, amenaza la autenticidad de la fe y, por tanto, tiene que ser vigorosamente rechazada.

Cuando nos damos cuenta de esto, podemos entender por qué las palabras de Jesús sobre el escándalo son tan duras. Para Jesús, el escándalo intolerable es todo lo que destruye y corrompe nuestra confianza en este modo de actuar del Espíritu.

Nuestro Padre no se deja ganar en generosidad y siembra. Siembra su presencia en nuestro mundo, ya que «el amor no consiste en que nosotros hayamos amado primero a Dios, sino en que Él nos amó primero» (1Jn 4,10). Amor que nos da una certeza profunda: somos buscados por Él, somos esperados por Él. Esa confianza es la que lleva al discípulo a estimular, acompañar y hacer crecer todas las buenas iniciativas que existen a su alrededor. Dios quiere que todos sus hijos participen de la fiesta del Evangelio. No impidan todo lo bueno, dice Jesús, por el contrario, ayúdenlo a crecer. Poner en duda la obra del Espíritu, dar la impresión que la misma no tiene nada que ver con aquellos que «no son parte de nuestro grupo», que no son «como nosotros», es una tentación peligrosa. No bloquea solamente la conversión a la fe, sino que constituye una perversión de la fe.

La fe abre la «ventana» a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos. «El que les dé a beber un vaso de agua en mi nombre –dice Jesús, pequeño gesto– no se quedará sin recompensa» (Mc 9,41). Son gestos mínimos que uno aprende en el hogar; gestos de familia que se pierden en el anonimato de la cotidianeidad pero que hacen diferente cada jornada. Son gestos de madre, de abuela, de padre, de abuelo, de hijo, de hermanos. Son gestos de ternura, de cariño, de compasión. Son gestos del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo. El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida siempre tenga sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe.

Jesús nos invita a no impedir esos pequeños gestos milagrosos, por el contrario, quiere que los provoquemos, que los hagamos crecer, que acompañemos la vida como se nos presenta, ayudando a despertar todos los pequeños gestos de amor, signos de su presencia viva y actuante en nuestro mundo.

Esta actitud a la que somos invitados nos lleva a preguntarnos, hoy, aquí, en el final de esta fiesta: ¿Cómo estamos trabajando para vivir esta lógica en nuestros hogares, en nuestras sociedades? ¿Qué tipo de mundo queremos dejarles a nuestros hijos? (cfr Laudato si’, 160). Pregunta que no podemos responder sólo nosotros. Es el Espíritu que nos invita y desafía a responderla con la gran familia humana. Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles. El desafío urgente de proteger nuestra casa incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, porque sabemos que las cosas pueden cambiar (cfr  ibid, 13). Que nuestros hijos encuentren en nosotros referentes de comunión, no de división. Que nuestros hijos encuentren en nosotros hombres y mujeres capaces de unirse a los demás para hacer germinar todo lo bueno que el Padre sembró.

De manera directa, pero con afecto, Jesús dice: «Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13) Cuánta sabiduría hay en estas palabras. Es verdad que en cuanto a bondad y pureza de corazón nosotros, seres humanos, no tenemos mucho de qué vanagloriarnos. Pero Jesús sabe que, en lo que se refiere a los niños, somos capaces de una generosidad infinita. Por eso nos alienta: si tenemos fe, el Padre nos dará su Espíritu.

Nosotros los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias del mundo que nos ayuden. Somos muchos los que participamos en esta celebración y esto es ya en sí mismo algo profético, una especie de milagro en el mundo de hoy, que está cansado de inventar nuevas divisiones, nuevos quebrantos, nuevos desastres. ¡Ojalá todos fuéramos profetas! Ojalá cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de su propia familia y de todas las familias del mundo –y estoy hablando de milagros de amor-, y poder así superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás.

Les dejo como pregunta para que cada uno responda –porque dije la palabra “impaciente”-: ¿En mi casa se grita o se habla con amor y ternura? Es una buena manera de medir nuestro amor.

Qué bonito sería si en todas partes, y también más allá de nuestras fronteras, pudiéramos alentar y valorar esta profecía y este milagro. Renovemos nuestra fe en la palabra del Señor que invita a nuestras familias a esta apertura; que invita a todos a participar de la profecía de la alianza entre un hombre y una mujer, que genera vida y revela a Dios. Que nos ayude a participar de la profecía de la paz, de la ternura y del cariño familiar. Que nos ayude a participar del gesto profético de cuidar con ternura, con paciencia y con amor a nuestros niños y a nuestros abuelos.

Todo el que quiera formar en este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal –una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante– y encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo o la religión, o la región, a la que pertenezca.

Que Dios nos conceda a todos ser profetas del gozo del Evangelio, del Evangelio de la familia, del amor de la familia, ser profetas como discípulos del Señor, [Dios nos conceda] la gracia de ser dignos de esta pureza de corazón que no se escandaliza del Evangelio. Que así sea.

[Texto original de la homilía: Español]

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