25/11/2015, 00.00
TAILANDIA
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La misión de la Iglesia tailandesa entre los jóvenes Pgayau, equilibrando tradición y modernidad

de Weena Kowitwanij
A la vanguardia de la atención pastoral están los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María. En sus centros ofrecen acogida, hospitalidad y la posibilidad de crear redes de relaciones. A menudo el impacto con la metrópoli se revela como una experiencia traumática. Por esto es importante promover “programas seleccionados”. Y las reglas de la casa garantizan “disciplina y seguridad”.

Bangkok (AsiaNews)- Ofrecer a los estudiantes de las minorías un lugar en donde vivir, crear relaciones, construir el propio futuro partiendo de la escuela, lejos de las familias, pero al mismo, tiempo tutelados por un ambiente que los acoge y los protege. También esto es parte de la obra pastoral de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María que, en Tailandia, dedican particular atención a los jóvenes de etnia Pgayau, grupo minoritario de la etnia Karen, esparcidos en el norte del país y en Myanmar. Una realidad que puede estar contenta de tener un dialecto, una cultura y una tradición del todo peculiar, que cavan sus raíces en el tiempo y en la historia de la región.

La comunidad Pgayau (o S´gaw Karen) está formada por 1.584.700 personas: de éstas 1.284.700 viven en la ex Birmania y otras 300.000 en Tailandia, esparcidas por las provincias de Maehongson, Chiang Mai y Chiang Rai. Tan sólo en Chinag Mai hay otros 8.870 miembros de la minoría, la mayor parte de ellos estudiantes (5.500 de los cuales el 44% son mujeres y el 56% varones): quienes trabajan, son en su mayoría empleados del sector privado o se desempeñan en oficinas administrativas.

La zona es considerada una especie de encuentro para los jóvenes de la minoría étnica que quieren continuar cursando sus estudios. Para muchos, el objetivo es justamente el de completar el proceso académico, para luego volver a sus pueblos y familias de origen.

Sin embargo, en el proceso no faltan dificultades y obstáculos, el primero de ellos es lograr adaptarse a un modelo de vida ciudadano (y metropolitano, para los que terminan viviendo en Bangkok), que a menudo termina por ser alienante y oscuro. Una realidad bastante distinta a la de los pueblos o aldeas, desde poder contar con la seguridad que les brinda la familia, hasta las relaciones sociales arraigadas y articuladas. Con una inevitable sensación de extrañeza y lejanía.

El Padre Weerasak Yongsripanithan, profesor de Filosofía en el seminario mayor Lux Mundi de Samphran, Nakhon Pathom, responsable de la pastoral de los jóvenes Pgayau, subraya la importancia de “programas seleccionados” para estos jóvenes. En un primer momento, cuenta, los jóvenes del grupo étnico eligieron como meta Bangkok, con el objetivo de juntar dinero y poder así ayudar a sus familias. “pero, en el “nuevo contexto” ellos no han encontrado un futuro ni oportunidades, y para muchos “la elección obligada fue la de volver a casa”. Los jóvenes, en particular, tenían necesidad de ser escuchados, de superar el trauma de un vasto ambiente, promiscuo y tan distinto del de sus propias raíces y tradiciones. Y es justamente en esta dirección que se dirigió el trabajo de la Iglesia tailandesa.

Para responder a sus necesidades y a las de los estudiantes en particular, en Chiang Mai nacieron dos lugares que están preparados para recibir y acoger a los jóvenes de la minoría Pgayau; uno de éstos es el Chiang Mai Marina Home, dirigido por los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María, que tiene como directora a sor María Raejia. Un centro que supo afrontar las necesidades de los jóvenes, como cuentan algunos de ellos, entrevistados por AsiaNews. Entre éstos está Nitaya Kurwoe, de 23 años, que gracias a la “disponibilidad” de las hermanas puede aprender una profesión de día y estudiar de noche. A Linjong Ratanayom-ngamdee, de 20 años, le gusta la regla de la casa pues le garantiza disciplina y seguridad.

Para todos, el encuentro es en la catedral del Sagrado Corazón de Jesús en Chinag Mai, para la misa dominical, que recibe también a los grupos étnicos. “La vida en la ciudad es extraña, la gente no habla” concluye Wipa Fairungroj, de 24 años, que después de haber concluido los estudios ahora se prodiga en favorecer la integración de otros jóvenes varones y mujeres de la minoría Pgayau.

 

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