20/09/2016, 21.02
ITALIA-VATICANO
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Papa: en Asís, “¡sólo la paz es santa y no la guerra!”

“Con la guerra, pierden también los vencedores”: es el mensaje que concluyó la Jornada de Asís que vio a exponentes religiosos de gran parte del mundo volver a rezar por la paz. “Nosotros no tenemos armas. Pero creemos en la fuerza cordial y humilde de la oración”. En el “Pedido de paz para 2016”, hombres y mujeres de religiones diversas afirman la voluntad de “realizar el encuentro en el diálogo, oponerse a toda forma de violencia y abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo”. 

Asís (AsiaNews)- “No hay ningún mañana en la guerra” y “jamás el nombre de Dios puede justificar la violencia”, “¡porque sólo la paz es santa y no la guerra!”. Es el mensaje que ha concluido la Jornada de Asís que ha visto a exponentes religiosos de gran parte del mundo volver a rezar por la paz y a pedir a los responsables políticos de “desactivar” los motivos de las guerras: “la avidez de poder y dinero, la avidez de quien comercia armas, los intereses de parte, las venganzas por el pasado”.

En la plaza de san Francisco de Asís, 30 años después de la histórica Jornada mundial de oración por la paz, deseado por Juan Pablo II, los exponentes religiosos volvieron a sentir su grito de en defensa de cuántos sufren por la violencia. Sobre el palco colocado en la plaza, con Francisco estaban el rabino Abraham Skorka, rector del seminario rabínico Marshall T. Meyer (Argentina); Abbas Shuman, vicepresidente de la Universidad de Al-Azhar (Egipto), el Muy venerable Gijun Sugitani, consejero supremo de la Escuela budista Tendai (Japón).  Como testigo de los muchos males de las guerras, una víctima de la guerra en Siria, la señora Tamar Mikalli, escapada de Alepo, antes de las intervenciones del Partiarca Bartolomé I, de David Brodman, rabino de Israel, de Koei Morikawa, patriarca del Budismo Tendai y de Din Syamsuddin, presidente del Consejo de los Ulemas de Indonesia.

En su intervención el Papa ante todo invitó a “a superar las clausuras abriéndose a Dios y a los hermanos. Dios nos lo pide, exhortándonos a enfrentar la gran enfermedad de nuestro tiempo la indiferencia. Es un virus que paraliza, que nos rinde inertes e insensibles, un morbo que se pega en el centro mismo de la religiosidad, generando un nuevo tristísimo paganismo: el paganismo de la indiferencia. Hoy el mundo. No podemos quedarnos indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por guerras, a menudo olvidadas, pero siempre son causa de sufrimientos y pobreza. En Lesbos, con el querido Hermano y Patriarca ecuménico Bartolomé I, hemos visto en los ojos de los refugiados el dolor de la guerra, la angustia de pueblos sedientos de paz. Pienso en las familias, cuya vida fue cambiada; en los niños, que no han conocido en la vida otra cosa que la violencia; en los ancianos, obligados a dejar sus tierras: todos tienen una gran sed de paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Nosotros deseamos dar voz junto a cuántos sufren, a cuántos están sin voz y sin ser escuchados. Ellos lo saben bien, a menudo mejor que los potentes, que existe no un mañana en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida”.

“Nosotros no tenemos armas. Pero creemos en la fuerza cordial y humilde de la oración. En esta jornada, la sed de paz se hizo invocación a Dios, para que cesen guerras, terrorismo y violencias. La paz que desde Asís invocamos no es una simple protesta contra la guerra, ni siquiera “es el resultado de negociados, de compromisos políticos o de negociados económicos. Sino el resultado de la oración” (Juan Pablo II, discurso en la Basílica de Santa María de los Ángeles, 27 de octubre 1986: Enseñanzas IX, 2 (1986), 1252. Buscamos en Dios, surgente de la comunión, el agua límpida de la paz, cuya humanidad está sedienta: ella no puede nacer de los desiertos del orgullo y de los intereses de parte, de las tierras áridas de la ganancia a toda costa y del comercio de las armas”.

“Diversas son nuestras tradiciones religiosas. Pero la diferencia no es para nosotros motivo de conflicto, de polémica o de frío desapego. Hoy no hemos rezado los unos contra los otros, como tantas veces y lamentablemente sucedió en la historia. Sin sincretismos y sin relativismos, en cambio hemos rezado los unos junto a los otros, los unos por los otros”. Y “no nos cansamos de repetir que jamás el nombre de Dios puede justificar la violencia”. “¡Sólo la paz es santa y no la guerra!”.

 “Hoy hemos implorado el santo don de la paz. Hemos rezado para que las conciencias se movilicen en defender la sacralidad de la vida humana, en promover la paz entre los pueblos y a custodiar los creado, nuestra casa común. La oración y la voluntad de colaboración concreta ayudan a no permanecer encerrados en las lógicas del conflicto y en rechazar las actitudes rebeldes de quien sabe sólo protestar y enojarse. La oración y la voluntad de colaborar comprometido en una paz verdadera, no ilusoria. No la quietud de quien esquiva las dificultades y se da vuelta para otra parte, si sus intereses no son tocados; no al cinismo de quien se lava las manos de los problemas que no son suyos; no al acercamiento virtual de quien juzga todo y a todos en la computadora, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos y ensuciarse las manos por quien necesita. Nuestro camino es el de ponernos en las situaciones y dar el primer lugar a quien sufre; de asumir los conflictos y sanarlos desde adentro; de recorrer con coherencia los caminos del bien, rechazando los atajos del mal; de iniciar pacientemente, con la ayuda de Dios y con la buena voluntad, procesos de paz. Paz, un hilo de esperanza que une la tierra al cielo, una palabra tan simple y difícil al mismo tiempo. Paz quiere decir Perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace desde adentro y  en nombre de Dios, hace posible sanar las heridas del pasado. Paz significa Acogida, disponibilidad al diálogo, superación de las clausuras, que no son estrategias de seguridad, sino puentes sobre el vacío. Paz quiere decir Colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que constituye un don y no un problema, un hermano con el cual hay que tratar de construir un mundo mejor. Paz significa Educación: una llamada a aprender cada día la difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de rigidez, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del hombre”.

Hombres y mujeres de distintas religiones hemos venido, como peregrinos, a la ciudad de san Francisco. En 1986, hace 30 años, e invitados por el Papa Juan Pablo II, Representantes religiosos de todo el mundo se reunieron aquí —por primera vez de una manera tan solemne y tan numerosos—, para afirmar el vínculo indisoluble entre el gran bien de la paz y una actitud auténticamente religiosa. Aquel evento histórico dio lugar a un largo peregrinaje que, pasando por muchas ciudades del mundo, ha involucrado a muchos creyentes en el diálogo y en la oración por la paz; ha unido sin confundir, dando vida a sólidas amistades interreligiosas y contribuyendo a la solución de no pocos conflictos. Este es el espíritu que nos anima: realizar el encuentro a través del diálogo, oponerse a cualquier forma de violencia y de abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo. Y aun así, en estos años trascurridos, hay muchos pueblos que han sido gravemente heridos por la guerra. No siempre se ha comprendido que la guerra empeora el mundo, dejando una herencia de dolor y de odio. Con la guerra, todos pierden, incluso los vencedores.

 “Hemos dirigido nuestra oración a Dios, para que conceda la paz al mundo. Reconocemos la necesidad de orar constantemente por la paz, porque la oración protege el mundo y lo ilumina. La paz es el nombre de Dios. Quien invoca el nombre de Dios para justificar el terrorismo, la violencia y la guerra, no sigue el camino de Dios: la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma. Con total convicción, reafirmamos por tanto que la violencia y el terrorismo se oponen al verdadero espíritu religioso”.

Hemos querido escuchar la voz de los pobres, de los niños, de las jóvenes generaciones, de las mujeres y de muchos hermanos y hermanas que sufren a causa de la guerra; con ellos, decimos con fuerza: No a la guerra. Que no quede sin respuesta el grito de dolor de tantos inocentes. Imploramos a los Responsables de las naciones para que se acabe con los motivos que inducen a la guerra: el ansia de poder y de dinero, la codicia de quienes comercian con las armas, los intereses partidistas, las venganzas por el pasado. Que crezca el compromiso concreto para remover las causas que subyacen en los conflictos: las situaciones de pobreza, injusticia y desigualdad, la explotación y el desprecio de la vida humana.

Que se abra en definitiva una nueva época, en la que el mundo globalizado llegue a ser una familia de pueblos. Que se actúe con responsabilidad para construir una paz verdadera, que se preocupe de las necesidades auténticas de las personas y los pueblos, que impida los conflictos con la colaboración, que venza los odios y supere las barreras con el encuentro y el diálogo. Nada se pierde, si se practica eficazmente el diálogo. Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz; desde Asís, con la ayuda de Dios, renovamos con convicción nuestro compromiso de serlo, junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

La Jornada concluyó con un “Pedido de paz 2016”, firmado por todos los presentes y “entregado” a un agrupo de niños. En el documento “hombres y mujeres de religiones diversas” afirman que “la guerra empeora al mundo, dejando una herencia de dolores y de odios. Todos, con la guerra, son perdedores, también los vencedores”. De aquí la voluntad de “realizar el encuentro en el diálogo, oponerse a toda forma de violencia y abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo”.

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