06/12/2015, 00.00
VATICANO
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Papa: que en la Conferencia de París se realicen elecciones en pos del mayor bien de toda la familia humana

“No debemos jamás dejar de convertirnos, el Año Santo de la Misericordia sirve para esto”. “Recordamos en nuestra oración al querido patriarca ecuménico Bartolomé y los otros jefes de las Iglesias ortodoxas y pedimos al Señor que las relaciones entre católicos y ortodoxos sean siempre inspiradas en el amor fraterno”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- Una oración para que en la Conferencia de París sobre el clima tengan el “coraje de tener siempre como criterio de elección el mayor bien para la entera familia humana”, otra pos los ortodoxos en el aniversario de la cancelación de las recíprocas excomuniones y otro pensamiento para los cristianos perseguidos estuvieron en el centro de las palabras del Papa Francisco después del Ángelus, antes del cual renovó la invitación a la conversión. “No debemos jamás dejar de convertirnos, el Año Santo de la Misericordia sirve para esto”.

Sobre la Conferencia de París, el Papa, después de recitar la oración mariana, dijo que sigue “con viva atención los trabajos” y recordó una pregunta contenida en la encíclica “Laudato si”: “¿Qué tipo de mundo deseamos transmitir a aquellos que vendrán después de nosotros, a los niños que están creciendo?” (n. 160). “Por el bien de la casa común, de todos nosotros y de las futuras generaciones- continuó- en París cada esfuerzo debería estar dirigido a atenuar los impactos de los cambios climáticos y al mismo tiempo, a contrarrestar la pobreza y hacer florecer la dignidad humana. Ambas elecciones van juntas, frenar los cambios climáticos y contrarrestar la pobreza para que florezca la dignidad humana. Rezamos para que el Espíritu santo ilumine a cuantos están llamados a tomar decisiones tan importantes y dé a ellos el coraje de tener siempre como criterio de elección el mayor bien para la  entera familia humana”.

“Mañana- dijo después- se recuerda el 50° aniversario de un memorable evento entre católicos y ortodoxos. El 7 de diciembre de 1965, vigilia de la conclusión del Concilio Vaticano II, con una declaración común del Papa Pablo VI y del patriarca Atenágoras, se cancelaban de la memoria las sentencias de excomunión intercambiadas entre la iglesia de Roma y la de Constantinópolis en 1054. Es realmente providencial que aquel histórico gesto de reconciliación, que creó las condiciones para un nuevo diálogo entre ortodoxos y católicos en el amor y en la verdad, sea recordado justo al inicio del Jubileo de la Misericordia. No hay auténtico camino hacia la unidad sin pedir perdón a Dios y entre nosotros por el pecado de la división. Recordamos en nuestra oración al querido patriarca ecuménico Bartolomé I y a los otros jefes de las Iglesias ortodoxas y pedimos al Señor que las relaciones entre católicos y ortodoxos sean siempre inspiradas en el amor fraterno”.

A los cristianos persguidos, el Papa invitó a pensar recordando que “ayer en Chimbote en Perú, fueron proclamados beatos, Michel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowki, franciscanos conventuales y Alejandro Dordi, sacerdote “Fidei Donum”, asesinados en odio a la fe en 1991” por los guerrilleros maoístas de Sendero Luminoso. “La fidelidad de estos mártires en el seguir a Jesús- dijo- dé fuerza a todos nosotros, pero especialmente a los cristianos perseguidos en diversas partes del mundo, de testimoniar con valentía el Evangelio”.

Antes del Ángelus, a las treinta mil personas presentes en la plaza de S. Pedro, Francisco había recordado que “en este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos pone en la escuela de Juan el Bautista, que predicaba “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3.3). Y nosotros nos preguntamos: ¿”Por qué nos debemos convertirnos? La conversión tiene que ver con quien es ateo y se vuelve en creyente, de pecador se hace justo, pero, ¿nosotros no somos cristianos” Entonces estamos bien”. Pensando así, no nos damos cuenta que es justamente de esta presunción que debemos convertirnos: de la suposición que, en total, va bien así y no necsitamos ninguna conversión. Pero tratemos de preguntarnos: és realmente verdadero que en las diversas situaciones y circunstancias de la vida tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús? Por ejemplo, cuando sufrimos alguna injusticia o algún enfrentamiento, ¿logramos reaccionar sin animosidad y perdonar de corazón, a quien nos pide disculpas? Cuando estamos llamados a compartir alegrías o dolores, sabemos expresar nuestra fe, ¿sabemos hacerlo con valentía y simplicidad, sin avergonzarnos del Evangelio? Y así podemos hacernos tantas preguntas, no estamos en orden, siempre tenemos que tener los mismos sentimientos que tenía Jesús. La voz del bautista grita en los desiertos actuales de la humanidad, que son las mentes cerradas y los corazones duros y nos provoca a preguntarnos si efectivamente estamos recorriendo el camino justo, viviendo una vida según el Evangelio”.

“Hoy como ahora, él nos advierte con las palabras del profeta Isaías: “¡Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos!” (v.4). es un invitación urgente a abrir el corazón y acoger la salvación que Dios no ofrece incesantemente, casi con testarudez porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado. Pero el texto del profeta dilata aquella voz, preanunciando que “cada hombre verá la salvación de Dios” (v.6). La salvación es ofrecida a cada hombre, a cada pueblo, ninguno excluido, a cada uno de nosotros. Ninguno de nosotros puede decir: “Yo soy santo, yo soy perfecto, yo ya estoy salvado”. No. Siempre debemos tomar este ofrecimiento de salvación y para este Año de la Misericordia: para ir más adelante en este camino de la salvación, el camino que nos enseñó Jesús, porque Dios quiere que todos los hombres se salven por medio de Jesucristo, el único mediador (Cfr.1Tm 2,4-6)”.

“Por lo tanto cada uno de nosotros está llamado a hacer conocer a Jesús a cuántos aún no lo conocen. “¡Hay de mí si no anuncio el Evangelio!”(1 Cor 9,16), declaraba san Pablo. Si a nosotros el Señor Jesús nos cambió la vida y nos la cambia cada vez que vamos a lo de Él, ¿cómo no sentir la pasión de hacerlo conocer a cuántos encontramos en el trabajo, en la escuela, en el edifico donde vivimos, en el hospital, en los lugares de encuentro? Si nos miramos alrededor, encontramos personas que estarían disponibles para comenzar o recomenzar un camino de fe, si encontrasen cristianos enamorados de Jesús. ¿No deberíamos o no podríamos ser nosotros esos cristianos? Yo les dejo la pregunta. ¿Yo estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy convencido que es Él quien me salva? Pero debemos ser valientes: bajar de las montañas del orgullo y de la rivalidad, llenar los abismos excavados de indiferencia y la apatía, enderezar los senderos de nuestras perezas y de nuestros acomodamientos.

 

 

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