02/05/2017, 12.57
EE.UU.- ASIA
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Trump es fiel a la doctrina Monroe: los intereses de Estados Unidos ante todo

de Luca Galantini

La política exterior en Asia, en los primeros 100 días del nuevo presidente de los Estados Unidos, se caracteriza por la continuidad con el pasado demócrata y republicano. Las nuevas amenazas dirigidas contra Siria, Irán, Corea del Norte. Así, la ONU permanece en un rincón y el mercado de armas sigue creciendo.

Milán (AsiaNews) - El intervencionismo político y militar en Asia, durante los primeros 100 días del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, refuta el programa aislacionista y neutralista que argumentó fuertemente durante la campaña electoral estadounidense. El ciclón Trump tomó por sorpresa a todas las cancillerías internacionales, demostrando un activismo de campo y una capacidad de toma de decisiones fulminante, con la clara intención de que, en primer lugar, quede en el olvido la descolorida política exterior de Barack Obama.

De hecho, los eficaces eslóganes "Estados Unidos primero" y "hacer que los Estados Unidos vuelva a ser grandiosa", con los que el presidente Trump obtuvo un apoyo masivo, debe más bien ser interpretado  como un signo de un hilo de continuidad en la política exterior de Estados Unidos en la historia, que siempre ha tenido el objetivo de asegurar la primacía de la seguridad y el interés nacional, de acuerdo con una lógica inevitablemente cada vez más hegemónica, que ha hecho que los EE.UU. se convirtiera en el gendarme del mundo desde el siglo XX hasta la actualidad.

Una interpretación precipitada de la agenda política de Trump por parte de académicos y medios de comunicación, que ha hecho olvidar ese hilo rojo distintivo de la política exterior estadounidense durante más de un siglo - a través de la llamada Doctrina Monroe - que de ninguna manera admite la interferencia en los intereses y en la seguridad nacional estadounidense por parte de otros estados, incluso fuera de las fronteras territoriales de los Estados Unidos.

Esto se ha traducido, y a la vez se traduce en las jugadas de Trump, en una estrategia política inevitablemente “imperial" sobre el planeta, capaz de realizar económica y políticamente la ambición del "América grandiosa otra vez." Esto sucede tanto con presidencias demócratas como republicanas.

En las primeras décadas del mil ochocientos el presidente de los Estados Unidos James Monroe elaboró aquellos principios de política exterior que aún hoy en día sirven para justificar la intervención de los Estados Unidos fuera de sus límites territoriales: Monroe declaró entonces que los EE.UU. no tolerará ninguna intervención de las potencias extranjeras en el Continente americano, y que cualquier intervención sería considerada un ataque a la paz, la seguridad y la libertad de los Estados Unidos. Con esto, sentó las bases de la hegemonía política internacional en las Américas, y un invesrión de la situación de aislamiento de los Estados Unidos, curiosamente en el nombre del derechos a la libertad y del derechos a la seguridad nacional.

Desde entonces, la Doctrina Monroe extendió su interpretación llegando a abarcar todo el planeta, a menudo en nombre de un credo mesiánico por el cual los líderes de la clase política de los Estados Unidos se sienten llamados por vocación a apoyar, a menudo con desenvoltura, la causa de la democracia en el mundo.

En el siglo XX, el presidente Franklin D. Roosevelt apoya el pleno derecho de intervención de las fuerzas de Estados Unidos en el hemisferio occidental del globo en caso de violación de las obligaciones internacionales que afectan los intereses nacionales de Estados Unidos. La intervención en la Primera Guerra Mundial fue justificada por el presidente Thomas W. Wilson, en nombre de la defensa de la democracia y la libertad de derechos de los pueblos contra la opresión de las potencias centrales europeas. Del mismo modo justificó el presidente John F. Kennedy la intervención en Cuba y en Vietnam, frente al peligro totalitario comunista; así actuó George Bush para justificar las intervenciones militares y las guerras preventivas en Irak y Afganistán, en nombre de la defensa de los valores de la libertad y la democracia.

Si nos fijamos en la muscular decisión del presidente Trump en el área geopolítica de Asia no puede dejar de captarse una señal de continuidad con las anteriores opciones intervencionistas de los Estados Unidos, que en realidad terminan subordinando los intereses y las estructuras nacionales de otros Estados miembros a la primacía del sistema político-económico-militar de Estados Unidos.

No es casual que Trump, en la rueda de prensa que siguió al bombardeo efectuado en las bases aéreas sirias del presidente Bashar Al-Assad, haya sentido la necesidad de justificar ante el mundo la intervención de los Estados Unidos eclusivamente en nombre de los "crímenes contra la humanidad", de los cuales el gobierno de Assad sería responsable.

En verdad, hasta la fecha no hay evidencia alguna que haya sido proporcionada por la Administración de los Estados Unidos a la comunidad internacional, para demostrar la responsabilidad de Assad, y la intervención militar ha sido llevada a cabo en la práctica, ignorando el papel de la ONU y el Consejo de Seguridad en particular, casi dando prueba de que el sistema de consulta multilateral y la participación de la comunidad internacional para la solución diplomática de la crisis no está exactamente en el orden del día de los programas de Trump.

Un problema similar y aún más preocupante es la crisis entre los Estados Unidos y Corea del Norte y, como reflejo, con el tutor de este último, la República Popular de China.

El interés de los Estados Unidos por controlar la costa noroccidental del Pacífico y la contención de China es la base de la estrecha cooperación político- militar con Corea del Sur y Japón. En este marco, Corea del Norte es la punta del iceberg del enfrentamiento que Trump y China están conduciendo por la definición del liderzgo político, económico y militar en el sudeste de Asia y el Lejano Oriente: el régimen dictatorial de Corea del Norte ha sido durante mucho tiempo un útil snoozer - un Estado-cojinete - para la China comunista, que por supuesto no tiene intención de admitir una posible reunificación de Corea en clave democrática, con el riesgo de tener en la frontera un Estado que sea fiel aliado de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, los efectos devastadores del régimen dictatorial de Kim Jong-un conforman una amenaza real para la seguridad de Japón y de Corea del Sur, los aliados más fieles de Trump.

De ahí el recurso de una política muscular de fuerza, lo que no excluye, de acuerdo con los think-tanks estadounidenses, incluso la posibilidad de un recurso – muy peligroso - a la guerra preventiva en defensa de los aliados, donde el Gobierno de Corea del Norte escape completamente al control chino. Sin embargo, se considera que el uso de la guerra preventiva, ya adoptada por la administración Bush en la estrategia nacional de seguridad que siguió a los ataques terroristas a las Torres Gemelas, nunca ha sido aceptado y legitimado por la comunidad internacional y la ONU.

La proyección de la Doctrina Monroe en Asia, en términos de intervención, por parte de la administración Trump no termina con Siria y Corea del Norte. Las relaciones entre Irán y Estados Unidos se están deteriorando rápidamente, puesto que, según Trump, la república chiita de los ayatolás sigue siendo el principal culpable de la inestabilidad en Oriente Medio y de la seguridad internacional.

Prueba de ello es la amenaza de Trump de querer renegociar el Acuerdo sobre el desarrollo nuclear de Irán y la posibilidad de aplicar sanciones económicas contra Teherán como se prevé en la Carta de las Naciones Unidas en estos casos. El ataque contra Siria y el conglamiento de las relaciones con Irán también ayudan a reforzar la alianza Estados Unidos-Israel, que estuvo en crisis a causa de la presidencia de Obama.

Esta interpretación lamentablemente desplaza las manos de la distensión en el Medio Oriente de años atrás, ya que ignora de todo el objetivo pesado de las responsabilidades de los reinos, regímenes y gobiernos árabes sunitas - a menudo aliados formales de los propios Estados Unidos - en apoyo indirecto al terrorismo internacional y la desestabilización del mundo árabe e islámico en clave fundamentalista. Al mismo tiempo, mientras hace caso omiso de las aspiraciones legítimas de la República de Irán - al igual que cualquier otro Estado - a un papel regional en el tablero de ajedrez de Oriente Medio, en gran medida penalizando las exportaciones económicas de Teherán a través de la prohibición que sigue vigente para utilizar el dólar en las transacciones financieras a pesar de la cese embargo internacional.

En este marco tan complejo son significativos por desgracia dos hechos objetivos: la marginación progresiva de las políticas de gestión de crisis de la ONU en Asia, en desafío justamente a la primera tarea que el Carta de la ONU en el art.1 da a la comunidad internacional, es decir, el mantenimiento de la paz y la seguridad en el mundo.

En segundo lugar, se observa el rápido aumento de los gastos de armamento militar que los principales países asiáticos realizan: los datos oficiales del Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) confirman un aumento constante de los gastos militares en Asia, principalmente en China, con un incremento del 5,4% el año pasado. Al mismo tiempo, el presidente Trump ha promovido explícitamente un aumento histórico en el gasto militar de Estados Unidos. La seguridad y el interés nacional, obviamente, y por desgracia, pasando primero por el crecimiento de la industria del armamento en lugar de la cooperación internacional.

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