16/09/2022, 12.36
LÍBANO
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De Sabra y Shatila a los sirios, el ‘interminable’ drama de los refugiados en el Líbano

de Fady Noun

A cuarenta años de la masacre en el campo de refugiados palestinos, la emergencia aún no se resuelve. Incluso se ha agravado con la guerra en Siria. Cientos de miles de niños están privados del derecho a la educación. La ayuda internacional está condicionada a su permanencia en el país de los cedros, que ve comprometido el frágil equilibrio étnico y confesional.

Beirut (AsiaNews) - Cada año por estas fechas, la prensa internacional se siente obligada a recordar uno de los episodios más cobardes y vergonzosos de la guerra libanesa, el de la masacre de Sabra y Shatila (16-18 de septiembre de 1982), en plena invasión israelí. Al llegar a Beirut en el marco de la operación "Paz en Galilea", el ejército de Ariel Sharon, tras expulsar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) bajo supervisión internacional, rodeó los dos campamentos. En simultáneo, grupos de milicianos -en su mayoría cristianos- penetraban y eliminaban a los hombres de valor que aún se encontraban en su interior, para luego volverse contra la población civil. Entre 800 y 2.000 personas perdieron la vida en la masacre. Dos días antes, otra masacre tuvo lugar en Achrafieh, en el corazón del Beirut cristiano, que costó la vida a 33 personas, incluido el presidente libanés Bashir Gemayel, que acababa de ser reelegido tres semanas antes.

Lejos de intentar justificar una masacre con otra, esta tragedia subraya la atrocidad de una guerra que se desarrolla desde 1975 para liberar al Líbano de la carga de los refugiados, que fueron expulsados de su tierra tras la partición de Palestina (Resolución 181 de la ONU, 29 de noviembre de 1947) y que la historia había transformado en el pueblo de Fedayyìn. Un pueblo al que una ráfaga de locura política hizo creer que el Líbano podría servir como sustituto de Palestina, o como trampolín para recuperar la patria perdida.

El cerco de Beirut Oeste por parte del ejército israelí y la mediación del emisario estadounidense Philip Habib pusieron fin a la presencia de Yasser Arafat y la OLP en la capital libanesa. El pueblo palestino, que llegó en oleadas a partir de 1949, se convirtió de nuevo en "refugiado". Y lo siguió siendo siempre, al menos en el Líbano. Agobiados por esta carga, y viviendo con el miedo constante de que obliguen a los palestinos a naturalizarse, los libaneses se vieron obligados a acoger otro flujo de refugiados 30 años después. Esta vez sirios, expulsados de su país tras una intifada pacífica que luego degeneró en violencia (2011).

Entre 1947 y 2011, estos dos grandes flujos de población desestabilizaron un país minúsculo de 10.452 km2. Esto puso en serio peligro su joven independencia (lograda en 1943), basada en un delicado equilibrio confesional entre la población cristiana y musulmana del país.

 

Dos pruebas que continúan

Estas dos grandes pruebas se prolongan en el tiempo, tanto para el país anfitrión como para las poblaciones acogidas, y sólo un milagro histórico puede salvar al Líbano del drama que atraviesa hoy. Los palestinos viven en la miseria. Representan la mayor población apátrida del mundo (entre 200 mil y 400 mil personas, según estimaciones inciertas y cambiantes); sus miembros están privados de derechos civiles, su acceso al empleo es limitado en una nación que está a pocos cientos de kilómetros de una patria que se ha vuelto inaccesible. Un pueblo del que una parte se hacina en campamentos insalubres, desprovistos de esperanza y en los que, en un ciclo interminable, un refugiado da lugar a otro. Todo ello, ante un agotamiento paulatino o restricciones arbitrarias de la ayuda internacional (la UNRWA, la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo, ha sido privada de fondos por el presidente Donald Trump), para obligar al Líbano a naturalizarlos, sancionando como un hecho consumado la expulsión de su patria.

Más o menos similar promete ser el destino de la población civil siria, que comenzó a llegar al Líbano a partir de 2011. Se estima que son entre un millón y un millón y medio de personas. Una parte de esta población ha comenzado a ser repatriada por iniciativa de las autoridades libanesas. Sin embargo, la mayoría parece encaminarse a la naturalización, a pesar de los esfuerzos del gobierno por evitarlo. Por muy debilitado y corrupto que esté, el Ejecutivo rechaza este escenario y se esfuerza por animar a los sirios a volver a su país sabiendo que Siria, en 2022, ha recuperado en gran parte su estabilidad. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la comunidad financiera internacional, liderada por Estados Unidos, sigue siendo hostil a las políticas de repatriación. Al mismo tiempo, se niega a reconstruir un país devastado por la guerra si antes no obtiene concesiones políticas y económicas del régimen [de Damasco]. Lo cual no es fácil, sobre todo considerando el factor de la presencia rusa en Siria.

Además, hay algo sospechoso en el hecho de que la ayuda concedida por los organismos internacionales esté condicionada a la presencia de refugiados en el Líbano. Y sobre todo, visto que la ayuda acabaría suspendiéndose en el acto si estas personas volvieran a sus hogares y tierras.

 

Un tono altivo

Este es el tono altivo con el que una ONG, en este caso Human Rights Watch (HRW), dicta qué debe hacer el Estado libanés, una nación donde la moneda ha perdido el 95% de su valor y donde los profesores no tienen siquiera lo mínimo para alimentarse decentemente y desplazarse: "El Ministerio de Educación debe anunciar, públicamente y con claridad, que los niños [sirios, ed] pueden matricularse en las escuelas libanesas a pesar de no poseer un permiso de residencia, certificado de nacimiento u otro documento expedido por el Estado sirio”. Y además, deben explicar que “no necesitan un certificado de escolarización, tanto si se trata de un establecimiento oficial y reconocido como instituto o de lecciones informales equivalentes. Muchos niños sirios no pueden obtener estos documentos, y no se les puede culpar por ello".

Un estudio de la ONU de 2021 afirma que "Líbano aloja 660.000 niños refugiados sirios en edad escolar [hay unos 40.000 nacimientos al año, ed], pero el 30% de ellos -o sea, unos 200.000 niños- nunca asistió a la escuela". Además, "casi el 60% no ha ido a clases en los últimos años [...] y al menos el 90% de los refugiados sirios en Líbano viven ahora por debajo del umbral de la pobreza extrema, frente al 55% de 2019". 

Ante esta situación de emergencia, el Líbano ha intentado por todos los medios comunicar a la comunidad internacional que la carga que supone la presencia de los refugiados sirios se ha vuelto "insoportable". Y que la única opción es "hacer todo lo posible para repatriarlos".

En conclusión, podemos decir que la guerra civil desatada en 1975 por la presencia palestina fue alimentada por un malentendido y una falta de diálogo entre los libaneses, elementos en torno a los cuales Damasco ha maniobrado hábilmente. Sin embargo, hoy la presencia siria en Líbano es vista con recelo por muchos libaneses, que la consideran una simple operación de reubicación de un pueblo, destinada a cambiar la identidad libanesa para siempre. Atrapado en la confusión geopolítica mundial, el país de los cedros intenta desesperadamente mantenerse a flote.

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