27/01/2023, 05.15
MUNDO RUSO
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Ecumenismo año cero

de Stefano Caprio

Si el diálogo entre las Iglesias fue una manera de salir de las tensiones de las guerras mundiales del siglo XX, los conflictos actuales ponen en evidencia que los esfuerzos de esa gran obra no pudieron eliminar los motivos de las divisiones, muchas veces muy poco espirituales y relacionados más bien con las circunstancias histórico-políticas, como de hecho ocurría en los cismas antiguos.

Acaba de terminar hace pocos días la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos y, más allá de los numerosos y meritorios encuentros, en las iglesias católica y protestante ha resultado evidente que el ecumenismo "clásico", inaugurado a principios del siglo XX por los evangélicos y progresivamente asumido por ortodoxos y católicos, se ha agotado de manera definitiva. La ausencia casi total de representantes de las Iglesias ortodoxas, devastadas como nunca por guerras y cismas, ha puesto de manifiesto la impotencia de todas las confesiones que se remiten al Evangelio, incapaces de encontrar el camino de la paz y la reconciliación.

La "guerra santa" de Rusia, bendecida y proclamada por el patriarca y casi todo el clero ortodoxo ruso, ha devuelto al mundo cristiano a la experiencia de un conflicto que parecía enterrado desde hace siglos, el choque entre pueblos y religiones. Muchos han pedido una condena explícita de la "herejía imperialista" del patriarca Kirill, y el Consejo Ecuménico de las Iglesias ha discutido en los últimos meses la posible expulsión de la Iglesia rusa. El Papa Francisco condena la guerra en cada oportunidad que se le presenta, al mismo tiempo que intenta mantener una puerta abierta al diálogo con los "hermanos" moscovitas, pero ya no se escucha el jubiloso saludo "¡Somos hermanos!" que Bergoglio dirigió al mismo Kirill el 12 de febrero de 2016, en el histórico encuentro de La Habana. Dentro de pocos días se cumple el aniversario de ese acontecimiento, aunque parece que estuviera a mil siglos de distancia.

Los ortodoxos ucranianos, aunque intentan unirse para hacer frente a la invasión bélica e ideológica de Rusia, no consiguen encontrar una fórmula que pueda representarlos realmente a todos juntos. Ucrania sigue siendo la tierra con el mayor número de jurisdicciones ortodoxas, y cualquier intento de recapitularlas en una sola Iglesia acaba generando más dispersión y fraccionamiento. Los "autocéfalos" han obtenido recientemente del Estado el uso exclusivo de la sede más prestigiosa, la Lavra de las Cuevas de Kiev, expulsando al metropolita y a los monjes prorrusos, que a su vez se dividen en "kyrillianos", "onufrinianos" (partidarios del metropolitano moderado Onufryj ) y neutrales o "casi autocéfalos". La jurisdicción históricamente unida al patriarcado moscovita, con sus 13.000 iglesias (más que en la propia Rusia), se declaró "autónoma" en junio, pero da la impresión de que la definición más adecuada sería la de "Iglesia anárquica", sin puntos de referencia estables.

En las convulsas circunstancias bélicas se acumulan incluso "sanciones eclesiásticas" recíprocas, cuyo propósito es excluir cualquier tipo de acercamiento entre cristianos que luchan por sus tierras, sus iglesias y monasterios, incluso en las fechas de las grandes fiestas litúrgicas. Desde Kiev llueven anatemas contra el patriarca ruso y sus acólitos, incluyendo parientes y conocidos, y hasta se dictó una "condena" de treinta años contra el metropolita Ilarion (Alfeev), uno de los más encarnizados enemigos históricos de los ortodoxos "no moscovitas" de todo tipo. La condena le llegó en Hungría, donde lo ha exiliado el propio patriarca Kirill por razones político-ideológicas bastante oscuras.

Además, la crisis del ecumenismo no es el resultado de lo que ha ocurrido entre rusos y ucranianos en los últimos años, sino que por el contrario es en parte consecuencia de un proceso mucho más largo y extenso. Si el diálogo entre las Iglesias fue una manera de superar las tensiones de las guerras mundiales del siglo XX, los conflictos actuales ponen en evidencia que los esfuerzos de esa gran obra no pudieron eliminar los motivos de las divisiones, a menudo muy poco espirituales y relacionados más bien con las circunstancias histórico-políticas, como de hecho ocurría en los cismas más antiguos

Ya antes de los grandes cambios políticos de fin de siglo, que llevaron a la caída del muro de la "guerra fría" y a la redefinición del orden mundial, se comenzaba a percibir un clima cada vez más intrincado y contradictorio en las diversas formas del diálogo interconfesional. Desde la década de 1980 en adelante no se ha producido ningún avance real en el entendimiento y la cooperación entre las iglesias, por razones que ahora resultan claramente evidentes cuando Rusia justifica la guerra total como reacción a la "pérdida de los valores tradicionales" en el resto del mundo. El proceso de secularización y la superación de prohibiciones históricas como el divorcio y el aborto, las uniones homosexuales y el sacerdocio femenino, inspirado por movimientos y reivindicaciones sociales que también han encontrado formas de expresión en el ámbito eclesiástico, ha provocado una reacción cada vez más radical en el ámbito ecuménico.

El ecumenismo del diálogo y la apertura a las demandas de la modernidad ha sido reemplazado cada vez más por el intento de formar alianzas conservadoras y anti secularistas, de las cuales la visión apocalíptica de la ortodoxia rusa es la versión final. El sueño de la unidad entre las Iglesias se ha desvanecido para dar paso a la elección de un bando, donde lo que importa no es la unidad interna sino la oposición común al enemigo externo. 2016 fue el año emblemático que consagró este giro radical: en febrero, el patriarca de Moscú se encontró con el papa de Roma, como momento culminante de la alianza católico-ortodoxa, y en junio fracasó estrepitosamente el concilio pan ortodoxo de Creta, donde las Iglesias de Oriente se enfrentaron precisamente por la cuestión ecuménica.

El histórico encuentro en Cuba ya había provocado reacciones muy negativas entre los ortodoxos, en Rusia y en otras partes, con críticas de "compromiso con los herejes" que Kirill trató en vano de justificar con la necesidad de colaborar para salvar las antiguas tradiciones. Los días previos al Concilio, evento que debería haber resumido en la unidad todo un milenio de divisiones, se retiraron las Iglesias de Bulgaria, Antioquía, Georgia, Serbia y Rusia. Después los serbios cambiaron de opinión y fueron a Creta, para echar por tierra precisamente el documento sobre las "Relaciones de la Iglesia Ortodoxa con el resto del mundo cristiano". El patriarca Bartolomé de Constantinopla dejó entonces de lado toda diplomacia interna y cuando terminó el Concilio puso en marcha el procedimiento que condujo dos años después a la proclamación de la autocefalia ucraniana, rompiendo definitivamente las relaciones con la Iglesia “hija degenerada” de Moscú.

Las Iglesias ya no son "madres e hijas", ni siquiera son "hermanas", sino solo aliadas o adversarias. Católicos y protestantes asisten a esta desnaturalización de la "familia" de los cristianos -que querrían en cambio defender los valores de la "familia natural" contra las nuevas formas de proclamación de derechos y libertades- sin saber cómo recuperar la formación en un frente común, y acaban tomando partido desordenadamente en el campo de batalla. Junto a los ortodoxos radicales y antiecuménicos se alinean cada vez más los grandes movimientos pentecostales conservadores, muy activos cuando se trata de apoyar políticas soberanistas e intolerantes, pero también muchas comunidades católicas que se sienten poco representadas por la actual jerarquía romana y pasan a reforzar el coro de la protesta fundamentalista.

El lema del ecumenismo clásico, "unidad en la diversidad", se aplica a una visión pluralista e inclusiva de la relación entre cristianos, que se corresponde con una presencia dialógica y no invasiva de la Iglesia en la sociedad contemporánea. Este enfoque ya llevó a georgianos y búlgaros a abandonar el Consejo Mundial de Iglesias en 1997, poniendo en evidencia el malestar que existe en todo el mundo ortodoxo, muy tradicionalista por su propia naturaleza. Desde entonces se intenta vivir un "ecumenismo local" o "desde abajo", limitado a las relaciones fraternas entre las distintas confesiones presentes en territorios específicos, con resultados desiguales y con el tácito reconocimiento de la imposibilidad de una unificación a nivel general. Algunos teólogos luteranos han definido esta crisis como la transición de un ecumenismo unitivo a uno simplemente interdenominacional, como dos variantes ya incompatibles entre sí.

Uno de los jerarcas ortodoxos rusos más importantes, el metropolita Tikhon (Shevkunov), también conocido como "el padre espiritual de Putin", ha repetido en los últimos días que no ve "ningún futuro real para la idea del ecumenismo en la Iglesia". Ante los intentos de "homologación ecuménica", en su opinión, siempre se producirá la "reacción defensiva del pueblo creyente", que avanza "sin hacerse esperar y de manera muy decidida". Muchos sacerdotes rusos, observa Tikhon, "recuerdan las oraciones ecuménicas de la época soviética, a las que el clero estaba obligado a unirse por decisión del Estado". La teología del ecumenismo es "triste y afectada, carece de fundamento real", mientras que la verdadera teología ortodoxa es "inspirada y se basa en las tradiciones de los Padres". Uno de los teólogos más cercanos a Kirill, el protoirej Aleksandr Lebedev, define el ecumenismo como una "terrible enfermedad espiritual, que durante mucho tiempo ha infectado a todas las Iglesias".

En una reciente conferencia en Roma el sacerdote ortodoxo Cyril Hovorun, un destacado teólogo ecuménico ucraniano, invitó a todos a no desanimarse ante el fracaso del diálogo y el propósito de los rusos de involucrar a todos en la guerra metafísica. Afirmó que "excluir a un hermano no es el camino de la reconciliación y que dialogar también significa invitar al arrepentimiento y al cambio, a la metanoia, comenzando por la conversión del propio corazón". El ecumenismo debe volver a empezar de cero invocando la redención de todos, porque es inevitable para la humanidad, herida por el pecado original y por el pecado de Caín.

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