16/03/2020, 12.14
VATICANO
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El Papa, sobre el coronavirus: Que Dios ayude a las familias a descubrir nuevas expresiones de amor

Francisco ayer fue a rezar delante de la Virgen Salus populi romani, custodiada en la Basílica de Santa María la Mayor. También se detuvo en la iglesia de San Marcelo, para orar delante del Gran Crucifijo milagroso, el mismo que en el año 1552 fue llevado en procesión por los vecindarios de la ciudad, para pedir el fin de la “Gran Peste”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – En estos días de convivencia forzosa, que Dios ayude a las familias a descubrir nuevas expresiones de amor. Estuvo particularmente dedicada a la familia la misa que el Papa celebró esta mañana en la Casa Santa Marta.  La epidemia que azota al mundo sigue siendo central en las oraciones del Papa Francisco. El pontífice ayer fue a rogar (en la foto) por el fin de la pandemia, ante la Virgen Salus populi romani custodiada en la Basílica de Santa María Mayor. También se detuvo en la iglesia de San Marcello al Corso, para rezar delante del gran Crucifijo milagroso, el mismo que en el año 1552 fue llevado en procesión por los vecindarios de la ciudad para que terminara la “Gran Peste”. 

Además de invitar a seguir rezando por los enfermos, hoy Francisco tuvo un pensamiento especial por las familias. “Pienso en las familias que estén encerradas – dijo -, en los niños que no van a la escuela, y cuyos padres quizás no pueden salir; algunos están en cuarentena. Que el Señor los ayude a descubrir nuevas formas, nuevas expresiones de amor, de convivencia, en esta situación nueva. Es una ocasión bella para reencontrar los verdaderos afectos en la familia, apelando a la creatividad. Rogamos por la familia, para que los vínculos familiares, en este momento, florezcan siempre para el bien”’.

En la homilía, al comentar las lecturas del día de hoy, tomadas del segundo Libro de los Reyes (2 Re 5, 1-15) y del Evangelio de San Lucas (Lc 4, 24-30), Francisco reveló que “en los dos textos que la Liturgia nos hace meditar hoy, hay una actitud que llama la atención, una actitud humana, pero que no es propia del buen espíritu: el desdén. Esta gente de Nazaret comenzó a escuchar a Jesús, a ellos les gustaba cómo hablabla, pero después alguien dijo: ‘¿Y este en qué universidad estudió? Este es el hijo de María y José, ¡el que trabajaba como carpintero! ¿Qué viene a decirnos?’. Y el pueblo se airó. Entró en esta indignación. Y esta indignación lo lleva a la violencia. Y ese Jesús, a quien admiraban al comienzo de la prédica, es expulsado, para tirarlo desde el monte.  También sucedió lo mismo con Naamán, que era un hombre bueno, abierto a la fe, pero cuando el profeta le manda decir que hay que bañarse siete veces en el Jordán, él se indigna. ¿Cómo es posible? ‘Yo pensaba que él saldría de pie, invocaría el nombre del Señor su Dios, que agitaría su mano hacia la parte enferma y me quitaría la lepra. ¿O acaso el Abana y el Farfar, ríos de Damasco, no son mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme allí y purificarme? Se dio la vuelta y partió, airado’. Indignado”.  

“En Nazaret también había gente buena, pero ¿qué hay detrás de esta gente buena, que la lleva a esta actitud de desdén? Y en Nazaret es incluso peor: la violencia. Tanto la gente de la sinagoga de Nazaret como la de Naamán pensaba que Dios solo se manifestaba en lo extraordinario, en las cosas fuera de lo común. Y que Dios no podía actuar en las cosas comunes de la vida, en la simplicidad. Despreciaban lo simple. Ellos se indignaban, despreciaban las cosas simples. Y nuestro Dios nos hace entender que Él siempre actúa en la simplicidad: en la simplicidad, en la casa de Nazaret, en la simplicidad del trabajo de todos los días, en la simplicidad de la oración … Las cosas simples. En cambio, el espíritu mundano nos conduce a la vanidad, a las apariencias; y ambas terminan en la violencia: Naamán era muy educado, pero le da un portazo en la cara al profeta y se va de allí. La violencia, un gesto de violencia. La gente de la sinagoga comienza a enardecer los ánimos, y decide matar a Jesús, pero inconscientemente. Y lo expulsan para arrojarlo. El desdén es una tentación fea, que lleva a la violencia”. 

Francisco luego contó que hace algunos días, en un celular, le hicieron ver “una filmación, de la puerta de un edificio que estaba en cuarentena. Había un persona, un señor joven, que quería salir. Y el guardia le dijo que no podía. Entonces él lo agarró a los puñetazos y lo increpó diciendo con desprecio: ‘¿Pero quién sos, ‘negro’ para impedirme que salga?’ El desprecio es la actitud de los soberbios, pero de los soberbios pobres, de los soberbios con una pobreza de espíritu fea, de los soberbios que viven solamente con la ilusión de ser más de lo que son. Es una condición espiritual, la de la gente que desprecia: es más, muchas veces, esta gente necesita despreciar, indignarse, para sentirse persona. A nosotros también nos puede pasar esto: el ‘escándalo farisaico’, así lo llaman los teólogos; escandalizarme de cosas que son la simplicidad de Dios, la simplicidad de los pobres, las simplicidad de los cristianos, como decir: ‘Pero esto no es de Dios. No, no. El dios nuestro es más culto, más sabio, más importante. Dios no puede actuar con esta simplicidad’. Y el desprecio siempre te lleva a la violencia; tanto a la violencia física como a la de las habladurías, que mata tanto como la física”.  

“Pensemos en estos dos pasajes – concluyó -, en estos dos pasos: el desprecio de la gente en la sinagoga de Nazaret y el desprecio de Naamán, porque no comprendía la simplicidad de nuestro Dios”.  

Volviendo al día de ayer, Francisco salió del Vaticano para rezar, pidiendo el fin de la epidemia. Primero se dirigió a la Basílica de Santa María Mayor, para detenerse en oración delante de la Virgen, Salus populi Romani, cuyo ícono es custodiado y venerado allí. Luego, caminó por el Corso hasta la iglesia de San Marcelo, donde se encuentra el Crucifijo milagroso que en el año 1522 fue levado en procesión por los barrios de la ciudad, para que terminase la “Gran Peste” en Roma. 

El Papa rezó por el fin de la pandemia que azota a Italia y al mundo, imploró por la sanación de los numerosos enfermos, recordando a tantas víctimas de los últimos días, y pidió que sus familiares y amigos hallen alivio y consuelo. En sus intenciones también estuvieron presentes los trabajadores sanitarios, los médicos, enfermeros y todos los que con su trabajo aseguran el funcionamiento de la sociedad.

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