17/05/2025, 14.38
MUNDO RUSO
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El tesoro de las Iglesias orientales

de Stefano Caprio

Mientras prosiguen las parodias de las negociaciones de paz entre Rusia, Ucrania y Estados Unidos  y ha fracasado la posibilidad de encuentro en Estambul entre Putin y Zelenski, el Papa León XIV ha dirigido un llamamiento precisamente a los cristianos de Oriente: "¿Quién, más que ustedes, puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la violencia?".

 

Los caminos inescrutables de la Providencia divina han conducido a la primera audiencia del Papa León XIV en el Aula Pablo VI con los representantes de las Iglesias orientales católicas, que llegaron para el Jubileo ya previsto para esta semana, durante el cual en muchas iglesias de Roma se han celebrado solemnes liturgias en los ritos bizantino (griego, eslavo, albanés, rumano y árabe-melquita), copto africano, siríaco, maronita libanés, caldeo iraquí, malabar indio y muchos otros, presididas por los obispos y patriarcas de las 26 Iglesias de Oriente "sui iuris", que hacen referencia al Dicasterio para las Iglesias orientales.

La circunstancia, una semana después del cónclave que ha sorprendido al mundo entero con la elección de un Papa de América del Norte y del Sur, tal vez el más occidental de todo el colegio cardenalicio, ha mostrado una gran cantidad de expresiones de la universalidad de la Iglesia y de la gran espiritualidad de todo el mundo cristiano, tan bien representadas por la personalidad del Papa Prevost. De hecho, él comenzó el encuentro con el saludo de la Pascua oriental, "¡Cristo ha resucitado – Verdaderamente ha resucitado!", en un año jubilar tan intenso, en el que las fechas de la Pascua han coincidido para todos, católicos y ortodoxos, haciendo experimentar aún más profundamente la conciencia de que Cristo murió por toda la humanidad, sin distinción de latitud, historia o cultura.

La gran sala de las audiencias estaba repleta de pastores y fieles de todas las Iglesias del Oriente cristiano, con sus diversas vestiduras y colores, símbolos y banderas. Por encima de todas destacaba el amarillo y azul de Ucrania, la tierra con la Iglesia católica de rito oriental más importante, heredera de la comunidad de los ortodoxos rusos de Polonia que en 1596 aceptaron la Unión con Roma según lo que había decidido más de un siglo antes el concilio de Florencia de 1439, el evento histórico más significativo en el diálogo entre católicos y ortodoxos. Los ucranianos en Roma son muchos, y no solo por los dramáticos acontecimientos de los últimos años, sino que tienen diversas comunidades de referencia para el clero y para los fieles desde el siglo pasado, cuando las guerras y el totalitarismo soviético habían dispersado por el mundo una gran diáspora ucraniana. En Roma se había exiliado, después de muchos años de lager, el metropolita y arzobispo mayor de los "uniatos" de Leópolis, Josif Slypyj, en torno al cual se reconstruyó en la periferia de Roma toda la estructura pastoral y administrativa de la Iglesia perseguida en su patria, y cuyo cuerpo ahora se encuentra sepultado en la catedral de Santa Sofía en vía Boccea, una réplica de la catedral originaria del cristianismo de la Rus de Kiev.

El Papa León ha recordado los tres motivos por los que "ustedes son valiosos", dirigiéndose a los católicos de Oriente: "pienso en la variedad de sus procedencias, en la historia gloriosa y en los duros sufrimientos que muchas de sus comunidades han padecido o padecen". Los sufrimientos son realmente una lista infinita, porque estas Iglesias son los signos del enfrentamiento entre Oriente y Occidente desde los tiempos de los antiguos concilios y de las diversas partes del imperio romano en tiempos de las invasiones bárbaras, de la disputa entre latinos y bizantinos por las tierras centrales del continente europeo y por la jurisdicción sobre los pueblos eslavos, hasta el Gran Cisma entre Roma y Constantinopla de 1054. En el segundo milenio, cuando el papado romano tomó realmente la delantera sobre los destinos de los territorios de Europa, los ortodoxos estuvieron sojuzgados durante mucho tiempo por los tártaro-mongoles y los otomanos, sacrificándose por la salvación de los otros pueblos cristianos. También los intentos de reunificación con Roma se vieron empañados por enfrentamientos y conflictos que produjeron mártires y rencores, comenzando por la invasión latina del imperio bizantino en el siglo XIII, cuando los ortodoxos griegos llegaron a afirmar que preferían "el turbante musulmán a la tiara papal".

La historia es intensa y dolorosa en las relaciones entre los cristianos de Occidente y de Oriente, pero también es una historia gloriosa con "tradiciones espirituales y sapienciales únicas, y tienen tanto que decirnos sobre la vida cristiana, la sinodalidad y la liturgia; piensen en los Padres antiguos, en los Concilios, en el monacato: tesoros inestimables para la Iglesia", ha recordado el papa americano. En efecto, el cristianismo oriental caracterizó todo el primer milenio de la historia de la Iglesia, cuando el papado romano tenía un papel decididamente marginal respecto a los patriarcas del imperio bizantino, y el monacato oriental también fue maestro para los latinos con la regla de san Basilio, que sirvió de modelo a la de san Benito para evangelizar un continente sumido en el caos tras la caída del imperio romano de Occidente. La "gran iglesia" de Santa Sofía de Constantinopla era el lugar de referencia de la codificación de los ritos litúrgicos más antiguos: en Milán san Ambrosio trataba de imitar las fórmulas de los santos Padres Capadocios, y desarrolló una tradición litúrgica y eclesiástica importante, como el "rito ambrosiano", según los cánones de los orientales, siglos antes de que se fijara el "rito romano" papal y universal para los católicos.

Las Iglesias orientales guiaron el cristianismo universal en la Alta Edad Media sobre todo gracias al monacato, que enseñaba el sentido del misterio, la "mistagogia" que recordó el papa León, viviendo el cristianismo como la experiencia del "estupor" y de la anulación de sí mismo para reencontrarse en la comunión divina, como enseña la práctica del hesicasmo del monte Athos, luego desarrollado de modo particularmente intenso en el monacato ruso. Esta tradición nunca ha desaparecido y ha inspirado a las órdenes religiosas latinas durante los siglos siguientes, como los mismos agustinos del Papa Prevost, una congregación cuyas raíces se remontan a su vez al periodo patrístico del gran san Agustín. Recordando una oración de san Efrén el Sirio, el Papa propone mirar la "cruz como puente sobre la muerte", una definición extraordinaria del rol mismo de "pontífice" tantas veces recordado ya en estos primeros días de ministerio petrino.

Después de años de recorrer el camino de la "sinodalidad" que propuso el Papa Francisco, hoy es particularmente importante redescubrir la dimensión eclesial conciliar de los orientales, que incluso cuando reconocen al Papa como autoridad suprema, se gobiernan de todos modos según una modalidad comunitaria y sinodal, y eligen a sus propios jerarcas con autonomía, como hacen las Iglesias ortodoxas "autocéfalas". Los orientales católicos también son independientes, hacen referencia al Dicasterio romano y piden al Papa que confirme sus propias decisiones, que toman incluso recurriendo a la "suerte" para la elección del patriarca, como hicieron los apóstoles para completar el colegio apostólico, que confiaron a la elección divina el nombramiento del duodécimo apóstol Matías para ocupar el lugar de Judas el traidor. Los laicos también participan ampliamente en la comunión sinodal de los orientales, varones y mujeres según las diversas tradiciones; el único concilio en la historia de la Iglesia en el que los laicos eran más que los clérigos fue el de Moscú en 1917, que restableció el patriarcado ortodoxo y se proponía realizar muchas reformas, lamentablemente sofocadas por el nuevo régimen bolchevique. No es casualidad que los rusos hayan ofrecido la reflexión filosófico-religiosa de la Sobornost, la "comunión conciliar" como dimensión fundamental de la vida de la Iglesia y de las sociedades humanas.

El encuentro con los orientales también puso de relieve otro motivo para la elección del nombre papal de León XIV que hizo el cardenal Robert Francis Prevost, además de la intención de su predecesor de finales del siglo XIX de afrontar la revolución industrial y las novedades del mundo moderno, con la encíclica Rerum Novarum de 1891 que hoy inspira a confrontarse con la nueva "revolución tecnológica", digital y artificial. El Papa Pecci, en efecto, también escribió tres años después una carta apostólica titulada Orientalium Dignitas, citada en la audiencia del miércoles pasado, en la que León XIII señaló que "la conservación de los ritos orientales es más importante de lo que se cree" y a tal efecto prescribió incluso que "cualquier misionero latino, del clero secular o regular, que con consejos o ayudas atraiga a algún oriental al rito latino" fuese "destituido y excluido de su cargo". Era la época en que la Iglesia católica, bajo la guía del Papa nacido en la provincia de Roma, superó las posiciones seculares del llamado "unionismo", que quería proponer nuevamente lo que se había llevado a cabo en el concilio de Florencia, para descubrir las nuevas dimensiones del ecumenismo, que luego ha caracterizado todo el siglo siguiente.

Mientras prosiguen las parodias de las negociaciones de paz entre Rusia, Ucrania y Estados Unidos, con el fracaso del posible encuentro en Estambul entre Putin y Zelenski, el Papa León XIV ha dirigido un llamamiento precisamente a los cristianos orientales: "¿Quién, más que ustedes, puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la violencia? ¿Quién más que ustedes, que conocen de cerca los horrores de la guerra, hasta el punto de que el Papa Francisco llamó a sus Iglesias 'martiriales?'". El Papa invita a considerar que "los demás no son ante todo enemigos, sino seres humanos: no son malos a quienes odiar, sino personas con quienes hablar. Rechacemos las visiones maniqueas típicas de los relatos violentos, que dividen el mundo entre buenos y malos", y quizás entre orientales y occidentales. Como concluyó el Papa León, "el esplendor del Oriente cristiano pide, hoy más que nunca, libertad de toda dependencia mundana y de toda tendencia contraria a la comunión, para ser fieles en la obediencia y en el testimonio evangélicos".

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