20/11/2018, 12.07
VATICANO-RUSIA
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La diplomacia de la belleza

de Stefano Caprio

Se inaugura en el Vaticano una muestra excepcional de pinturas, 54 obras entre las más famosas del arte ruso. Un nuevo paso en adelante- después del encuentro del Papa Francisco y el patriarca Kirill- hacia una nueva amistad entre las dos Iglesias.

 

Roma (AsiaNews) – Una excepcional muestra de pinturas rusas (Pilgrimage of Russian Art. From Dionysius to Malevich) se inauguró hoy en el Vaticano, en el Brazo de Carlomagno de los Museos Vaticanos y se ingresa directamente desde la Plaza de S. Pedro. Están expuestas 54 obras entre las más famosas del arte ruso, que estarán a disposición de los visitadores hasta el próximo 16 de febrero de 2019. La muestra es la respuesta rusa a la iniciativa de 2016, cuando los Museos Vaticanos llevaron a Moscú 42 cuadros de extraordinario valor (Roma Aeterna. Las obras de arte de la Pinacoteca Vaticana. Bellini, Rafael, Caravaggio).

La exposición de Moscú tuvo un enorme suceso de público y la muestra de los cuadros de la Galería Tretjakov en Roma merece también mucha atención. El significado artístico y cultural es de absoluta evidencia: además de una selección de antiguos íconos, se pueden admirar algunos de los más famosos cuadros de la cultura rusa del 800 y del inicio de 900, de autores como Kramskoj, Perov, Ge, Nesterov, Vrubel’, Petrov-Vodkin, Kandinskij, para culminar con el célebre Cuadrado Negro de Malevich, la obra que en el año 1915 inauguró la entera corriente abstractista del arte contemporáneo.

Tampoco puede negarse el significado histórico y diplomático de la muestra misma, que se coloca dentro de una larga serie de iniciativas de los últimos años. La muestra vaticana en Moscú, en otoño de 2016, fue la primera señal del “deshielo” entre Roma y Moscú, después del histórico abrazo de febrero del mismo año entre el Papa francisco y el patriarca Kirill en el aeropuerto de La Habana y la reciente visita de Putin al Vaticano.

El segundo evento, el año sucesivo, fue la peregrinación de la reliquia de S. Nicolás de bari, que congregó a enormes multitudes de peregrinos rusos en un descubrimiento de las comunes raíces cristianas. Desde entonces, continúan sin parar encuentros, conferencias, muestras e intercambios culturales a todos los niveles: académico, devocional, eclesiástico y popular, sobre todo humanitario y caritativo, para indicar la vía posible de la unidad de los cristianos y de los pueblos.

El patriarcado de Moscú, en particular, entiende afirmar el principio por el cual el ecumenismo del tercer milenio no debe buscar entendimientos dogmáticos o uniones formales entre las Iglesias locales, sino reconocer la dignidad y la importancia de cada una de ellas a través del descubrimiento de la historia y de la cultura. Tal criterio fue aceptado con entusiasmo por la Santa Sede, que saca al campo sus mejores fuerzas en las muchas iniciativas.

Al contrario, la amistad del espíritu y del arte fue decididamente desmentida, en las últimas semanas, por la crisis total que llevó a la división entre Moscú y Constantinopla sobre la cuestión de la autonomía de la iglesia de Kiev. Los vecinos parecen no entenderse más, justo cuando los más lejanos se están acercando: la geografía del cristianismo universal se está profundamente modificando y hasta hoy la Iglesia más cercana a los ortodoxos rusos parece ser la católica romana.

Justamente la muestra del Brazo de Carlomagno puede dar algunas explicaciones a este extraño fenómeno, evidenciando las raíces culturales muy particulares de la espiritualidad rusa. Se trata de hecho del acercamiento entre el estilo bizantino de los antiguos íconos, al cual los rusos saben dar una fuerza expresiva desconocida por los griegos y la genialidad de tipo “occidental” de los pintores rusos modernos, que encuentran en formas nuevas justamente las raíces espirituales de la herencia “oriental”.

Los organizadores de la muestra, entre los más importantes históricos del arte de Rusia, realizaron elecciones particularmente significativas, poniendo al lado la “Trinidad” y la “Trojka” de Ivanov (el cuadro, pintado en Roma, fue llamado por el zar Nicolás I como “el manifiesto del alma rusa”), el “Caballo Rojo” de Petrov-Vodkin con el caballo de San Jorge mártir y otras señales, la más importante el poner juntos a un gran ícono del Juicio Universal y el “Cuadrado Negro” de Malevich, donde la desaparición de toda forma sugiere la profundidad inalcanzable de lo divino.

Rusia es la unión de Oriente y Occidente y provoca a ambos mundos a encontrar la propia verdadera identidad: más allá de los conflictos y de las contradicciones de la historia, en el genio de los artistas se puede ver una vía para el nuevo inicio del mundo cristiano, una nueva esperanza para la entera humanidad.

Stefano Caprio

 

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