19/02/2022, 04.08
MUNDO RUSO
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La gran guerra de la pequeña Rusia

de Stefano Caprio

El conflicto entre Moscú y Kiev vuelve a empezar de cero cada siglo en una "guerra de familia", como la describió en la extraordinaria novela "Tarás Bulba" el joven Nikolai Gogol, proveniente de la llanura ucraniana y cobijado por el ala protectora de los grandes poetas imperiales de San Petersburgo. El sueño de los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad es que el abrazo pacificador entre el Papa Francisco y el Patriarca Kirill hoy pueda evitarla.

 

Roma (AsiaNews) - Hace muchos años que no se ha hablaba tanto de Rusia y los países adyacentes, lo que en un tiempo era la Unión Soviética de las 15 repúblicas, que se extendía desde el Mar Báltico hasta el Océano Pacífico. En la época de la Guerra Fría había una cuasi ciencia de la política que estudiaba estas tierras y pueblos, la "sovietología", que debía preparar al mundo occidental para las agresiones y engaños provenientes del Comité Central, esa misteriosa cúpula de poderosos a menudo casi deshumanizados que se reunían en los palacios del Kremlin.

Hoy todos los diarios, revistas, páginas web y blogs del mundo están llenos de análisis y pronósticos sobre el terrible peligro de un conflicto fronterizo que podría convertirse en una catástrofe universal e irreversible. Ya no estábamos acostumbrados a temer el fin del mundo, advertencia de los predicadores medievales y amenaza de las dictaduras contemporáneas. Ya nadie recordaba tampoco los despliegues de tropas, tanques y armamentos que fueron tema cotidiano de las dos guerras mundiales y que hoy sólo se encuentran en libros y películas, comparándolos con las Termópilas espartanas o las Cruzadas de Templarios y Sarracenos.

El enfrentamiento entre Rusia y Ucrania también evoca el despliegue de tártaros y rusos a ambos lados del río Ugra, cerca de la actual frontera ucraniana, que en 1480 involucró a todas las fuerzas sobre el terreno en las fronteras orientales de Europa. Los dos ejércitos se persiguieron y se amenazaron recíprocamente durante un año entero, de enero a noviembre, hasta que las tropas del Khan se retiraron dando origen al sueño de la Santa Rusia, la Tercera Roma de Moscú, llamada por Dios para salvar al mundo entero. Las previsiones sobre la invasión del ejército de Putin a Ucrania se repiten desde diciembre: algunos decían que en vísperas de la Navidad católica y otros de la ortodoxa, luego, que sería después de los Juegos Olímpicos para no irritar al emperador de Beijing, más adelante que el 16 de febrero porque terminaban las maniobras en Bielorrusia, y en estos días por las escaramuzas y provocaciones en el Donbass. Se podrían citar otros cientos de estrategias hipotéticas y motivaciones entrecruzadas, muchas de ellas absolutamente documentadas, otras decididamente fantasiosas.

En realidad la incipiente guerra ya lleva algún tiempo, al menos desde 2014, cuando Ucrania se rebeló contra la dependencia de Rusia con los levantamientos de Maidan y Moscú respondió anexando Crimea. Desde entonces, los dos países han estado en constante tensión, en lo que se ha dado en llamar la "guerra híbrida", compuesta por enfrentamientos militares parciales y ciberagresiones totales, sin exponer los principales arsenales. La región industrial de Donbass se disputa desde hace 8 años sin que nunca haya habido una verdadera solución, proclamando por un lado la independencia y la amistad con la madre patria, y reivindicando la soberanía y la mezcla de etnias y culturas por el otro. La transición de la guerra híbrida a la tradicional no cambia los términos de la cuestión local, pero los proyecta a una dimensión internacional.

El despliegue de las tropas rusas no es solo el resultado final del prolongado enfrentamiento con Ucrania sino que también es consecuencia de la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán. La desaparición física del enemigo histórico fue compensada por la presencia física del antiguo amo: decenas, cientos de miles de soldados, ejercicios conjuntos, tanques y barcos, aviones y cañones de última generación, para decir "aquí estamos", estos tierras son nuestras. Los que querían dominar el mundo deben retirarse, mientras que el espacio del Oriente euroasiático debe estar custodiado, independientemente de los resultados: Crimea y Ucrania, Moldavia y Transnistria, Georgia y el Mar Negro, Siria, Libia, Kazajistán... los rusos. están de vuelta, la gran desolación postsoviética ha terminado.

Putin comentó el ataque que no ocurrió el 16 de febrero con despectiva ironía. Cuando le preguntaron sobre los planes de Rusia para los próximos días respondió: "Actuaremos de acuerdo con nuestros planes, que se desarrollarán a partir de las situaciones reales sobre el terreno, y ¿quién sabe cómo pueden evolucionar? Por ahora, nadie". Como diciendo, estamos aquí y no nos iremos, más allá de la "desescalada" o retirada de tropas, y vamos a ver de qué están hechos ustedes. Algunos piensan que Putin solo está alardeando, otros afirman que está asustado por las amenazas estadounidenses y la firmeza de los aliados de la OTAN, y otros incluso creen que el anuncio del ataque fue solo una distracción para desviar la atención del enésimo juicio contra el opositor Aleksei Navalny.

Los objetivos son confusos y sin embargo clarísimos: Rusia quiere reafirmar su papel en el mundo, comenzando por el territorio tradicional de su imperio. Ucrania intenta desvincularse y apela a Occidente, como siempre ha correspondido a su naturaleza, pero no puede desligarse por completo de su hermano mayor, con el cual comparte toda su historia milenaria. Kiev fue arrasada por los mongoles y desapareció de la historia durante cuatro siglos, precisamente mientras Moscú aprovechaba para apoderarse de todo pactando con los asiáticos, y ahora estamos de vuelta en el mismo punto.

Es una guerra nueva y antigua, que vuelve a empezar cada siglo, con ofensas recientes y viejas reivindicaciones. Es una guerra mundial y un conflicto interno, incluso una disputa familiar, porque rusos y ucranianos son parientes que se pelean por la herencia. Una época de grandes tensiones, entre otras, fue la primera mitad del siglo XIX, cuando el imperio de San Petersburgo era de hecho la primera potencia de Europa tras la victoria sobre Napoleón. Una grandeza que después se desmoronó en la Guerra de Crimea, que fue el preludio de todas las guerras mundiales posteriores. El zar Nicolás I, conocido como el "gendarme de Europa", trató de sofocar todas las revueltas internas y externas, desde los románticos revolucionarios decembristas hasta los eternos adversarios turcos y por supuesto se desquitó con los ucranianos, que participaron en todas las revueltas y reivindicaciones.

Entre los ucranianos de esos años había un joven escritor del campo, Nikolai Gogol, quien fue acogido en San Petersburgo por el ala protectora de los grandes poetas imperiales, desde Pushkin hasta Thyutchev y Zukovsky. A ellos se dirigió en busca de orientación para lograr la "reconciliación de todo lo que hay en nuestra tierra". Gogol estaba seriamente preocupado por la tensión entre los dos pueblos hermanos y decidió dedicarse a la reconstrucción de la historia común. En 1833 publicó en una revista oficial un artículo titulado "Una mirada a las condiciones de Malorossija", la "Pequeña Rusia" como se llamaba a la tierra que el propio escritor empezó tímidamente a llamar “Ucrania”, un término casi despectivo comparado con el tradicional. Incluso planeaba escribir una extensa "Historia de Malorossija", que sin embargo nunca vio la luz y de la que no se han encontrado notas ni manuscritos. Probablemente Gogol los quemó, como hizo con la segunda parte de las "Almas muertas", la gran novela sobre Rusia en busca de sí misma, que lo llevó a la desesperación porque no conseguía imaginar el camino para el futuro.

El gran escritor se orientó entonces hacia las historias mínimas, componiendo la extraordinaria novela de "Tarás Bulba", la historia del anciano y heroico jefe cosaco que debe presenciar la tragedia de sus hijos, divididos entre el amor y el odio en tierras polacas y rusas. La prosa mística y grotesca de Gogol elaboró así una metáfora de la "guerra de familia", en la que están involucrados los sacerdotes latinos y las liturgias ortodoxas, las traiciones y los pasajes secretos de un campamento a otro, brutales asesinatos y masacres, la naturaleza y la ciudad, sin poder para dar respuesta al dilema: ¿por qué luchamos entre nosotros si somos hermanos?

Cuando Tarás Bulba recibe a sus dos hijos que vuelven de estudiar en el seminario polaco, se burla de ellos por la sotana que visten, y el mayor lo amenaza: “aunque tú eres mi padre, si me ofenden, no me importa nada y no respeto a nadie". Los dos pelean ante la mirada desconsolada de la madre y los familiares, "y padre e hijo, en vez de celebrar después de una larga ausencia, comenzaron a golpearse en las caderas, en los riñones, en el pecho, retrocediendo y calculando a veces, avanzando otras de nuevo”. En un momento Tarás se queda inmóvil y exclama con admiración: “¡Pero pelea magníficamente!”, dijo Bulba deteniéndose. "¡Bueno, por Dios!" prosiguió, tranquilizándose un poco: “Tal vez era mejor no intentarlo. ¡Será un buen cosaco! ¡Salud, hijo! ¡Démonos un abrazo!”. Y padre e hijo se besaron. “¡Bien, muchacho! dáles a todos como me has dado a mí, ¡no perdones a nadie!”.

Gogol vivió varios años en Roma, cerca de la Plaza España, buscando inspiración para componer la "Divina Comedia" rusa y señalar el camino de la redención, que en un momento creyó encontrar en la religión, escribiendo las maravillosas "Meditaciones sobre la Divina Liturgia". Hoy, rusos y ucranianos también se pelean por Gogol, que cada uno quiere atribuir exclusivamente a su propia cultura. En Kiev, además, todavía hay peleas por las sotanas clericales y las jurisdicciones patriarcales, y si hay un ataque de los rusos, la gente será advertida por las "campanas de martillo", como en la novela de Tarás Bulba.

Los católicos rezaron junto con el Papa Francisco por la paz en Ucrania, y el jefe de los greco-católicos, el arzobispo mayor Svyatoslav Shevchuk, asegura que “si el Papa pusiera un pie en Ucrania, todos los conflictos terminarían”. Los ortodoxos fieles a Moscú se reunieron para rezar el 16 de febrero, día de la invasión que se convirtió en "el día de la reconciliación", y por boca del metropolitano Onufryj (Berezovskij) recordaron que "todos somos ucranianos, no hay mejores o peores, somos diferentes, pero somos todos iguales".

Los obispos filorrusos, ante la amenaza de la invasión, se ponen del lado del gobierno de Kiev, junto con los autocéfalos y los greco-católicos, y no es casualidad que durante todo este tiempo el patriarca de Moscú Kirill (Gundjaev) haya mantenido un elocuente silencio sobre el asunto, evitando bendecir en modo alguno a las tropas de asalto de Putin. Este año también se espera el encuentro de Kirill con el papa Francisco, que podría tener lugar en junio, aunque todavía no se sabe dónde. El sueño de los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad, en Oriente y en Occidente, es que puedan encontrarse en Kiev, acercando a las Iglesias y a los pueblos de Europa en un gran abrazo pacificador.

 

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