13/05/2023, 16.23
MUNDO RUSO
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La guerra rusa contra el terrorismo

de Stefano Caprio

Cuando un contenido cualquiera de la web se considera una amenaza, ya no importa cuán real sea ese riesgo ni cuán efectivas sean las medidas para contenerlo, lo importante es dar la impresión de que “todo está bajo control", de que "no se nos escapa nada” de las malas intenciones de la gente.

 

Una de las afirmaciones más grandilocuentes del discurso de Putin en la Plaza Roja el 9 de mayo durante las celebraciones del día de la Victoria -que en general fue bastante débil y repetitivo- fue la justificación de la guerra de Rusia contra el "terrorismo internacional". En los últimos veinte años esta expresión ha significado el peligro que supone para el mundo entero el extremismo islámico de Al Qaeda o Isis -que ya son fantasmas del pasado- mientras que ahora el terror es evocado, y al mismo tiempo provocado, precisamente por la Rusia de Putin.

 

A muchos en Occidente les gustaría señalar a la infame compañía Wagner como la "nueva Al Qaeda", poniendo a Putin y a Prigozhin al mismo nivel que Bin Laden y el mullah Omar. Por su parte, los rusos afirman que los drones ucranianos contra las torres del Kremlin serían una réplica de los aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York, con un efecto decididamente ridículo y paradójico. Y sobre todo los rusos definen como “actos terroristas” los ataques contra varias figuras muy expuestas de la propaganda putiniana que se vienen produciendo desde hace meses.

 

El 20 de agosto de 2022, en la provincia de Moscú, hicieron saltar por el aire el automóvil del ideólogo "eurasista" Aleksandr Dugin en el que se encontraba su hija Daria, otra protagonista activa de la propaganda. El 2 de abril de 2023, el voenkor Maksim Fomin, alias Vladlen Tatarsky, voennij korrispondent ("corresponsal de guerra"), uno de los principales y más agresivos blogueros-propagandistas, se desintegró con una estatuilla cargada de explosivos. El 6 de mayo, cerca de Nizhny Novgorod, voló otro coche, el del conocido y talentoso escritor Zakhar Prilepin -que alardeaba de la cantidad de ucranianos muertos durante su participación en el conflicto- junto con su conductor, que murió en la explosión. Estos tres episodios fueron calificados como "terrorismo" ucraniano y occidental contra Rusia.

 

El mismo día del atentado contra Prilepin fue detenida en Moscú la directora Ženja Berkovič junto con la guionista Svetlana Petrijčuk, acusadas precisamente de "justificar el terrorismo". Ciertamente no por haber aprobado en modo alguno los atentados o los drones, sino por la obra Finist, el halcón luminoso, en escena desde 2021, que habla sobre las mujeres rusas que emigran a Siria para convertirse en esposas de los terroristas del Isis. Este es el terrorismo predilecto de los investigadores rusos, el que se puede "desenmascarar" cómodamente sentado frente al teclado de la computadora de la oficina, desde donde observan las obras teatrales y literarias, o simplemente las publicaciones en las redes sociales. Como "apoyo público al terrorismo" se define "la expresión directa o encubierta de simpatía por los terroristas", incluso en "películas documentales o artísticas, o en obras literarias o publicitarias". Este apoyo puede estar contenido en las palabras del autor o expresado a través de los protagonistas de la obra, sin que sea analizada siquiera la lógica del guión. En resumen, es suficiente haberlo manifestado.

 

El terrorismo es entonces la definición última del "nazismo" y el "globalismo", de los que Rusia está llamada a defenderse a sí misma, a Ucrania y al mundo entero. Se trata de una versión más amplia del término, que abarca no solo los atentados con explosivos o los ataques aéreos sino cualquier forma de violencia políticamente justificada, según el punto de vista del que la denuncia. Por otra parte, las numerosas masacres causadas por las bombas rusas en Ucrania, como la reciente de Umani, no solo se consideran ahora "crímenes de guerra" como los de Bucha y Mariupol, sino verdaderos actos de terrorismo internacional.

 

La ambigüedad del término se arrastra desde mucho antes de la guerra de Ucrania, calificando como terrorismo tanto las políticas represivas de los Estados como las acciones más o menos violentas de protesta contra los Estados que se consideran ilegales o represivos. El "terror `putiniano" de los últimos años, en continua escalada desde la anexión de Crimea en 2014, evoca tanto el "terror rojo" de la guerra civil que siguió a la revolución de 1917 como el "terror stalinista" de los años 30, que exterminó con el archipiélago del Gulag toda forma de disidencia interna en la URSS. El término deriva del terreur jacobino posterior a la Revolución Francesa de 1793-94, que se proponía inculcar este sentimiento en el alma de los enemigos de la revolución.

 

El terrorismo recibió después nuevas aplicaciones en la década de 1970, y se usó para calificar las acciones subversivas de los palestinos contra Israel pero también las de grupos radicales europeos de derecha e izquierda, sobre todo en Alemania e Italia. En los años 90 postsoviéticos se refería particularmente al "terrorismo checheno", y para sofocarlo fue elegido Vladimir Putin como nuevo primer ministro. En su primera declaración pública él prometió que "iremos a buscar a los terroristas dondequiera que se escondan, incluso en el retrete", inaugurando la nueva era de la "Rusia fuerte" con su típico lenguaje callejero.

 

Como observa la investigadora Liza Stampnitsky en la columna "Signal" de Meduza, el nuevo significado de "terrorismo" es una "invención de los políticos y expertos en el campo de la seguridad". Llamar "terrorista" a alguien equivale a "declararlo irracional, amoral y sanguinario, además de condenado a la derrota en la lucha contra el Estado". No son definiciones para tratar de comprender los hechos sino sólo para construir la imagen del enemigo.

 

La categoría de terrorismo se ha vuelto indispensable para todos los Estados contemporáneos, sobre todo para justificar el monopolio de la violencia, que según la definición clásica de Max Weber es la “función original del Estado”. En aras de la "seguridad", el propio Estado ejerce dentro de un ámbito de legalidad algunos métodos de lucha política que no son necesariamente violentos, como el bloqueo de las calles o la prohibición de acceso a los edificios del poder -como sucedió en Moscú durante el desfile del 9 de mayo- alegando que detectaba amenazas a su soberanía. Los Estados más autoritarios califican de terroristas a todos sus opositores, y son los primeros que recurren a acciones típicamente terroristas contra ellos, desde el secuestro hasta el envenenamiento, pasando por la tortura y las condenas interminables.

 

En las últimas décadas más de ochenta Estados han incluido en su legislación artículos y medidas específicas contra el terrorismo, y la guerra rusa está incrementando aún más esta práctica, sobre todo al poner en evidencia las dimensiones ilimitadas del "terrorismo virtual" de los mensajes y narrativas on line que generan tendencias extremistas y, por lo tanto, "terroristas". Cuando un contenido cualquiera se considera una amenaza, ya no importa cuán real sea ese riesgo ni cuán efectivas sean las medidas para contenerlo, lo importante es dar la impresión de que “todo está bajo control", de que "no se nos escapa nada” de las malas intenciones de la gente.

 

Por no hablar de que Rusia es uno de los países con mayor experiencia histórica del terrorismo. En el siglo XIX, tras la "liberación de los campesinos" que decidió el zar Alejandro II, surgieron como hongos las organizaciones decididas a subvertir el orden del Estado, entre ellas la tristemente famosa Narodnaja Volja, la "Voluntad del Pueblo", la madre de todas las asociaciones revolucionarias hasta los bolcheviques de Lenin, que después de más de sesenta intentos consiguió asesinar al zar en 1881. Sus partidarios, los narodovoltsy, creían que la violencia estaba justificada, porque la falta de libertad en Rusia (la que se había concedido a los campesinos se consideraba insuficiente) no permitía otros medios de lucha política. Todo esto fue admirablemente descrito por Dostoievski en "Los Demonios", una profecía de la revolución soviética de 1917.

 

Las insurrecciones del siglo XIX, en Rusia y en muchos otros países, recibieron entonces un aura romántica que está en la base de las revoluciones del siglo XX. Hoy solo queda el efecto, y terroristas son todos aquellos que no corresponden a la ideología dominante, siendo por lo tanto simplemente "nazis", "fascistas", etc., reduciendo las diferencias geopolíticas, sociales y económicas a ocasiones para tomar partido. Rusia impone cada vez más en el mundo entero la anulación de cualquier idea de Estado y sociedad, hablando de "defender valores" sin ningún contenido real y sólo en interés de su propio bando, utilizando todos los medios a su alcance e infundiendo el terror en el alma de todos los seres humanos.

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