30/04/2022, 15.38
MUNDO RUSO
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El mito ruso del populismo

de Stefano Caprio

Los miembros de la intelligentsia del siglo XIX lo acuñaron con el llamamiento a "ir al pueblo" tras la abolición de la servidumbre. Pero hoy en día, la dictadura del "hombre simple" está destruyendo a Rusia mucho más que a la atormentada Ucrania, e incluso más que el ateísmo militante soviético en setenta años.

 

Tras dos largos meses de guerra sin tregua -ni siquiera para los oficios de Pascua- se acercan las fechas "sagradas" de mayo, en las que Rusia quiere celebrar la Victoria. Pretende hacerlo aniquilando el llamado "ucronazismo", el neonazismo ucraniano maldecido por Putin, como conmemoración de la solemne entrada en Berlín de los ejércitos soviéticos del mariscal Georgij Žukov, al que el patriarca Kirill comparó con San Jorge matando al dragón, símbolo de Moscú, ciudad madre de todas las Rusias.

Lo cierto es que parece dudosa la ansiada victoria sobre los invasores occidentales que corrompen el espíritu puro de los rusos. Y esto, más allá de la laboriosa conquista de las costas del Mar Negro y de las amenazas de lanzar "bombas jamás vistas" directamente sobre Europa y los Estados Unidos. La "desnazificación", es decir, la sustitución de toda la clase dirigente ucraniana -empezando por el "drogadicto" Zelenskyj- y la eliminación del nombre de la nación, "Ucrania", para volver al de "pequeña Rusia", difícilmente tendrá éxito. También es improbable que se logre la "desmilitarización", dado el exorbitante número de armas de todo tipo que los países occidentales suministran a los ucranianos. La excepción son algunos tímidos escrúpulos de conciencia y algún angustioso llamado del Papa Francisco, que pide no exagerar. Pero sobre todas las cosas, lo que parece imposible es la total "purificación" del pueblo fiel, cada vez más exasperado por la guerra patriótica.

En la víspera del Primero de Mayo, el clásico eslogan "¡Trabajadores de todo el mundo, uníos!" se sustituye ahora por "¡Rusos de todo el mundo, uníos!", según las perspectivas nebulosas y mitológicas de la Russkij Mir, la idea que llama a todos a reunirse en torno a la única y verdadera Iglesia de los "rectos valores morales". Es la proclamación apocalíptica del dogma del populismo, un término que ha vuelto a ponerse de moda en la última década, y que tuvo su origen en Rusia. Fueron los miembros de la intelligentsia  del siglo XIX quienes llamaron a "ir al pueblo" tras la abolición de la servidumbre en 1861, para educar a los campesinos a vivir como hombres libres, de ahí la definición de "populismo" como la misión de las clases altas hacia el "pueblo sencillo" descrita en décadas de cuentos y novelas por Gogol' y Dostoievski, el autor de "Pobres gentes".

En el relato de Dostoievski, Makar, un maduro empleaducho de San Petersburgo, abre su corazón a la joven Varvara en un diálogo epistolar entre diferentes generaciones y aspiraciones sociales. Y en un momento dado, le explica que "los pobres son así por naturaleza; tienen sus caprichos. Esto ya lo había experimentado. Los pobres, como ves, son meticulosos, susceptibles; ven las cosas a su manera, miran a su alrededor con aprensión, se asoman a todo el que pasa por su lado, intentan captar cada palabra... ¿Será que allí no se habla de él para nada? Sin duda, dicen: ¿por qué está en tan mal estado? ¿Y en qué está pensando? ¿Y qué es lo que oye? Lo giran hacia un lado y hacia otro; ¿cómo es de este lado, cómo es de este otro? Y todo el mundo sabe, Varvara, que un pobre es peor que un trapo de cocina, y no puede esperar ninguna consideración de nadie, a pesar de lo que impriman en los libros. Ciertos escritores mediocres tienen un gran quehacer: ¡el pobre hombre de mañana será siempre el mismo pobre hombre de hoy!” Y pensar que Dostoievski no conocía el mundo de las redes sociales actuales.

El escepticismo de Makar es la descripción perfecta del estado de ánimo de los rusos de hoy en día. Les guste o no, se ven obligados a apoyar la guerra patriótica contra el mundo entero, pero se hacen pocas ilusiones sobre el futuro que les espera. Como ha observado estos días el filósofo ruso Vadim Kalinin, "estamos asistiendo al derrumbe de un mito muy importante para toda la historia contemporánea, el del hombre sencillo y maravilloso". Precisamente sobre esta idea de Rousseau, la del "buen salvaje" se construyen las imágenes del "pueblo", que lleva sobre sus hombros los valores de la cultura nacional, la identidad religiosa y moral -que algunos ilustrados se encargan de corregir de vez en cuando, y, a veces, de restaurar mediante actos de fuerza.

Según Kalinin, "el régimen de Putin ha intentado construir el paraíso del hombre simple, con la ayuda de la Iglesia Ortodoxa. Han dado al hombre ruso todo lo que necesita, una moda conservadora contra toda extravagancia, bebidas alcohólicas baratas y sabrosas, han permitido la violencia doméstica [decretando efectivamente su no punibilidad, por sugerencia del patriarca] y la agresión contra las minorías sexuales. El renacimiento religioso se ha codificado en una religiosidad elemental y superficial, apoyada en una cultura televisiva prehistórica, que no deja lugar a la duda ni a la imaginación".

Los espacios donde se genera la cultura creativa y alternativa han sido silenciados y eliminados, como ocurrió en tantas circunstancias del pasado: Pushkin fue confinado, Dostoievski pasó diez años en un campo de concentración, Tolstoi fue excomulgado por la Iglesia Ortodoxa. El "simple" hombre ruso tiene garantizada una vida cómoda y sin sobresaltos, mucho más cómoda que la del proletariado en la época soviética, que en el mejor de los casos podía contar con salami duro como el mármol, vodka barato y un piso de treinta metros cuadrados. Es lo que Kalinin llama "un experimento social de masas, que en lugar de la dictadura de los trabajadores proclama la dictadura de los hombres simples".  Y de la que el propio presidente quiere ser imagen, incluso en el lenguaje de la calle y en las grotescas reinterpretaciones de la historia que propone desde hace ya veinte años para justificar la creciente agresividad, que culminó con la invasión ucraniana.

Son precisamente estos "hombres simples" los que descargaron su ira en las masacres de Bucha y Mariúpol. Y lo hicieron precisamente contra la población indefensa, gritando al mundo occidental "¿quién les ha permitido vivir en el lujo y la degradación?". Este hombre, que se supone trae "valores morales" al mundo, muestra su monstruosa cara, con todas las variantes posibles de la mentira, la crueldad y el descontrol absoluto. La dictadura del hombre simple está destruyendo a Rusia aún más que a la martirizada Ucrania y mucho más  que el ateísmo soviético militante en setenta años. Para eliminar la cultura de la cancelación, han borrado la cultura rusa.

En Rusia, las masas observan este espectáculo impotentes y consternadas, sin tener ni la voluntad ni la posibilidad de reaccionar, con el espíritu resignado de un pueblo que ha visto tantas veces la autodestrucción, como resultado de las pretensiones de dominación universal. Este fue el caso de la Unión Soviética, de la Rusia de los zares, de la corte petersburguesa de las zarinas y sus amantes, de la locura de la Tercera Roma de Iván el Terrible, hasta llegar a la mitológica Rus', entregada sin oposición a la invasión asiática debido a las divisiones en su seno.

Los economistas pronostican un largo invierno de profunda crisis, en el que Ucrania, si sobrevive, podrá reconstruir su economía en cinco años con la ayuda occidental. Rusia, en cambio, necesitará como mínimo diez años, ya que destruyó todo lo construido en los últimos treinta años: si en la Unión Soviética se producían los Volga y los Ziguli, ahora, sin las empresas occidentales, incluso construir automóviles será difícil.  El régimen de Putin presenta la crisis como un "sacrificio necesario" para la purificación de la economía y la vida social de todas las influencias extranjeras. Sin embargo, la perspectiva es la de una dependencia absoluta de los gigantes asiáticos, y la renuncia a cualquier rol de protagonismo a nivel mundial.

¿Cómo explicar este populismo masoquista, cuyo mérito es, al menos, alertar al mundo entero sobre las posibles consecuencias de confiar en los profetas de la moral, extendidos en tantos países de Oriente y Occidente? Una vez más, podemos recurrir a un verdadero profeta, Dostoievski, que en su novela "El idiota" (escrita en 1869) dedica un sentido discurso al símbolo por excelencia del hombre "puro", el príncipe Myškin:

"Para resistir a Occidente, debemos oponer a los valores occidentales algo que Occidente nunca ha conocido: la pureza de nuestro Cristo. Debemos oponernos a la influencia de los jesuitas, evitando caer en sus trampas y procurando llevar la civilización rusa. Y dejemos de decir que sus prédicas son elegantes y originales, como acaba de hacer alguien...

Nosotros los rusos, en cuanto descubrimos algo, no esperamos ni un momento e inmediatamente corremos como locos hasta llegar a sus límites extremos... Aquí, por ejemplo, te sorprendes de Pavliščev y atribuyes el caso a su locura o bondad; pero no es así. La pasión rusa no sólo nos asombra a nosotros, sino a toda Europa. En Rusia, basta con hacerse católico para convertirse inmediatamente en jesuita; basta con hacerse ateo para exigir la erradicación inmediata de la fe en Dios, con el uso de la violencia, es decir, por la espada. ¿Y por qué ocurre esto? ¿No lo sabes? Porque en estas ideas, el ruso es capaz de encontrar la patria que jamás ha podido apreciar en su propio suelo, y por eso se apodera de ellas con tanto gusto.

Y nosotros, no sólo nos convertimos en ateos, sino que creemos en el ateísmo como si fuera una nueva fe, sin darnos cuenta de que esa fe es la fe en la nada. Esta es nuestra ansiedad, este es nuestro malestar. ¡Quien no tiene tierra bajo sus pies, no tiene Dios!

Muéstrale al ruso el mundo ruso, haz que encuentre ese oro, ese tesoro que su tierra le oculta. Muéstrale en un futuro lejano la renovación de todo el género humano, es más, su resurrección en virtud de la única idea rusa, del Dios ruso, del Cristo ruso, y verás qué poderoso gigante de la justicia, la sabiduría y el amor presentará al mundo asombrado y aterrorizado. Asombrados y aterrorizados porque el mundo espera de nosotros hierro y fuego... espera violencia porque, si juzga según su propia vara, no sabe describirnos de otra manera que no sea imaginándonos semejantes a los bárbaros. Así ha sido siempre y así seguirá siendo mañana, cada vez en mayor medida.

Dostoievski anticipó el nihilismo, el ateísmo, la revolución y la guerra universal, tratando de mostrar, a través del mal, la esperanza en el verdadero Dios. La locura del Idiota Ruso es una advertencia a todos los pueblos para que busquen el verdadero rostro de Dios, el verdadero rostro de sí mismos.

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