28/05/2022, 13.12
MUNDO RUSO
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La herencia de Cirilo y Metodio

de Stefano Caprio

La misión de los dos hermanos de Tesalónica es verdaderamente una profecía, no sólo del desarrollo de los pueblos de Europa del Este sino también de sus conflictos. Mucho antes del bautismo de Kiev en 988, las interminables guerras entre rusos y polacos, hasta el conflicto actual, Europa había quedado inconclusa. Y su lengua quedó "escrita en agua" y sangre, esperando un nuevo milagro de paz.

 

Días atrás el patriarca de Moscú Kirill (Gundjaev) evocó la memoria de los santos "iguales a los apóstoles" Cirilo y Metodio, a los que se conoce como "maestros de los eslavos", que la Iglesia ortodoxa celebra el 24 de mayo y que el santo papa polaco Juan Pablo II, proclamó patronos católicos de Europa. El patriarca retomó los temas sobre los que ha pronunciado varias homilías en este dramático tiempo de guerra, recordando las raíces comunes de los pueblos eslavos, en particular de los rusos y ucranianos, y de "todos los estados en cuyos territorios existe y actúa la Iglesia ortodoxa rusa, donde espero podamos fortalecer esa fe comunional (sobornaja) que los santos Maestros imprimieron en lo más profundo de la experiencia popular eslava”.

La misión de los dos hermanos de Tesalónica es realmente una profecía, no sólo del desarrollo de los pueblos de Europa Oriental sino también de sus conflictos. Fueron enviados por el emperador bizantino Miguel III en el año 862, a pedido del príncipe Rostislav, caudillo de los eslavos de la Gran Moravia. El príncipe había solicitado en vano audiencia en Roma con el papa Nicolás I, quien no creyó en la sinceridad de estos bárbaros que querían hacerse cristianos. Cirilo todavía se llamaba Constantino, era un filósofo y hombre de letras en la cima de la cultura de Constantinopla, y decidió traer consigo a su hermano, el monje Metodio, quien compartía con él su origen macedonio y el conocimiento del dialecto eslavo que ellos elevaron a la dignidad de lengua oficial e incluso litúrgica. Él expresó al emperador la duda de que la tarea pudiera ser tan vana como "escribir palabras en el agua". Lograron en cambio inventar un alfabeto, el glagolítico, que luego fue reemplazado por el cirílico, y obraron el milagro de hacerlo aprobar tanto por Roma como por Constantinopla, uniendo la Europa de Oriente y de Occidente.

Los dos hermanos llegaron a Roma poco antes de la Navidad del año 867, viajando por la antigua ruta romana llamada Flaminia, y en lugar del hostil Nicolás I encontraron otro papa, Adriano II, que había sido elegido un mes antes de su llegada. Él los recibió solemnemente en la Porta Flaminia porque traían desde Crimea los restos de san Clemente, cuarto papa de Roma elegido por el mismo san Pedro. Los eslavos se convirtieron en heraldos de un cristianismo universal y las reliquias del mártir todavía descansan en la extraordinaria basílica de San Clemente junto con las del mismo Constantino, quien enfermó en Roma e hizo los votos monásticos antes de morir tomando el nombre de Cirilo, el mismo que asumió en su honor el actual patriarca de Moscú.

Metodio fue enviado por el Papa a Moravia con la dignidad de arzobispo, pero fue detenido y encarcelado por los obispos bávaros, que lo consideraban un usurpador de su territorio. Con grandes dificultades consiguió recuperar la libertad, pero tuvo que refugiarse con sus discípulos en territorios ubicados al sur, Macedonia y Bulgaria, que se convirtieron en vasallos de los bizantinos. El sueño de la gran unidad sobornaja de los eslavos, evocado por Cirilo de Moscú, quedó en suspenso sobre una realidad dividida, los eslavos occidentales católicos (polacos, checos, eslovacos, eslovenos y croatas) contra los eslavos orientales ortodoxos (búlgaros, serbios, macedonios y rusos), con una serie de territorios "intermedios" para marcar su incomunicabilidad: los bálticos ugrofineses, los magiares húngaros, los valacos y los moldavos latinos (ahora rumanos) y, sobre todo, los ucranianos, un pueblo fronterizo que reúne en sí mismo elementos de ambos lados. Mucho antes del Bautismo de Kiev en 988, desde las interminables guerras entre rusos y polacos, rusos y franceses, rusos y alemanes, hasta el conflicto actual, Europa había quedado incompleta y dividida, y hasta el día de hoy ha sido incapaz de reconstruir el cuadro completo.  La lengua de Cirilo y Metodio ha quedado "escrita en agua" y en sangre, esperando un nuevo milagro de paz y unidad entre los pueblos "hermanos".

En ocasión de la fiesta, el patriarca Kirill ha querido extender su agradecimiento a los metropolitas y obispos ortodoxos, rusos y de otras naciones, que le han expresado su solidaridad en este tiempo. En realidad él es muy consciente de que la división de la guerra está estrechamente relacionada con las divisiones de las Iglesias y en las Iglesias ortodoxas, que están dejando al patriarcado de Moscú en una condición cada vez más incómoda y aislada. Kirill recordó a los patriarcas del pasado que "expresaron ideas personales incluso muy interesantes", pero que terminaron provocando nuevos cismas y conflictos, como el de los viejos creyentes en el siglo XVII por culpa de un patriarca, Nikon (Minin) que pretendía dar órdenes incluso por encima del zar y finalmente fue destituido por un sínodo local, como a muchos les gustaría que ocurriera con el mismo Kirill.

Por eso Kirill se justifica diciendo que “la tarea principal del patriarca no es generar ideas y tratar de proponerlas al pueblo de los creyentes, sino sobre todo garantizar la unidad del episcopado y, a través de este, la unidad de toda la Iglesia”. Estas palabras suenan como una rendición a la ideología oficial, que impone la acción militar como acto indispensable para unir a los pueblos históricos de Rusia, sin que sea posible oponer otras “ideas interesantes” y opiniones discordantes. De hecho, insiste el patriarca, “vivimos en una época de grandes sufrimientos, en la que fuerzas externas intentan destruir la unidad de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y arrancar a nuestra Iglesia en Ucrania de la plenitud de la Iglesia Rusa… Rezo todos los días para que el Señor dé fuerza a nuestros hermanos que están sometidos a duras pruebas, para que puedan conservar la fidelidad”.

El patriarca atribuye toda la culpa a los "enemigos externos que buscan adeptos y partidarios dentro de nuestra Iglesia", y quieren destruir la verdadera ortodoxia rusa. Recuerda cuando "resistimos juntos las presiones más peligrosas en la época del ateísmo de Estado y fuimos capaces de custodiar la pureza de nuestra Iglesia de todas las tentaciones e ideas peligrosas", los tiempos en los que él mismo se formó como joven obispo colaborador del régimen soviético, cuando los ucranianos en disidencia de Moscú, sobre todo los greco católicos, eran duramente perseguidos. Ahora afirma que "siente el peso de la cruz patriarcal", consciente de que se está jugando una partida decisiva para el futuro de la Ortodoxia.

La Iglesia autocéfala ucraniana, separada de Moscú por los "enemigos externos" condenados por Kirill, el primero de los cuales es el patriarca de Constantinopla Bartolomé II, se reunió precisamente el día de los santos Cirilo y Metodio en un Sínodo que se celebró en la catedral de Santa Sofía de Kiev, la iglesia madre de la ortodoxia rusa. Tras señalar que varios centenares de parroquias moscovitas han pasado ya bajo la conducción de Kiev, el metropolita Epifanyj (Dumenko) hizo un llamamiento explícito "a los jerarcas, al clero y a los fieles de la jurisdicción del Patriarcado de Moscú en Ucrania" para que se unan en la única Iglesia independiente y juntos apelen a Constantinopla, a los otros patriarcados antiguos y a todas las Iglesias ortodoxas de los distintos países para pedir la destitución de Kirill. "El patriarca ruso debe responder canónicamente por difundir la enseñanza herética del etnofiletismo -nacionalismo religioso- en base a la ideología del Mundo Ruso, que condujo a la bendición de los ejércitos rusos en la guerra en Ucrania y a provocar cismas en la Ortodoxia en todas las latitudes, sobre todo después de la creación de eparquías rusas en el territorio canónico del patriarcado de Alejandría”.

Los ucranianos autocéfalos citan, como ejemplo a seguir, el comportamiento de la Iglesia de Serbia que hace pocos días reconoció desde Belgrado la autocefalia de la Iglesia de Macedonia del Norte, ya bendecida como canónica por el patriarcado ecuménico. En efecto, la reconciliación y separación pacífica de serbios y macedonios tiene algo de milagroso y debe considerarse en gran medida un efecto del conflicto ucraniano. Durante años, los serbios habían amenazado con intervenir incluso por la fuerza, cosa que han demostraron saber hacer tan bien como los rusos hace ya treinta años, cuando lucharon por Kosovo "tierra de origen de la Iglesia ortodoxa local". Trataron entonces de impedir la separación de una parte de su Iglesia, que se había formad con la unión de varias jurisdicciones, tal como en Ucrania, en un estado que Serbia ha tratado a su vez de no reconocer y que se ha independizado con incertidumbre y sufrimientos no menores que los de Kiev, la Macedonia del Norte de Skopje y Ohrid, antiguas ciudades sede de escuelas ortodoxas que enseñaron el cirílico a todos los otros pueblos eslavos del sur y del este.

En efecto, el apóstol eslavo Metodio y sus discípulos se habían refugiado en los Balcanes y en los territorios macedonios, de donde habían partido los dos hermanos al comienzo de su misión. Los primeros que intentaron crear patriarcados étnicos independientes fueron los búlgaros y los serbios, sofocados primero por los bizantinos y luego por los otomanos; desde hace mil años los rusos pretenden interpretar esta aspiración de los eslavos a la unidad libres de cualquier otro amo, y terminan convirtiéndose a su vez por su propia voluntad en amos de otros eslavos que no quieren someterse a ellos. Lo que está en juego no es sólo la Ortodoxia y sus múltiples jurisdicciones, entre las cuales tratan de insertarse los católicos, con diversa fortuna, como hermanos y mediadores; es toda Europa la que debe redescubrir el sentido de su propia historia, de su propia unidad, de su propia fe.

 

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