20/05/2023, 15.26
MUNDO RUSO
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La invasión rusa de la Trinidad de Rublev

de Stefano Caprio

Para reforzar el espíritu del patriotismo ortodoxo Putin de lado todas las vacilaciones y decidió restituir de manera definitiva el famoso ícono a la Iglesia de Kirill. No importa si la exposición en el monasterio de la Santísima Trinidad podría reducirlo a polvo. Pero la idea de usar un ícono para justificar la santidad del poder absoluto no es nueva.

 

El patriarca Kirill ya lo había explicado con claridad desde los primeros días de la invasión a Ucrania: “Esta es una guerra metafísica”, que va más allá de todas las fronteras geográficas y espirituales. Después de un año y tres meses de una contienda agotadora e infructuosa, que solo causa muerte y destrucción sin agrandar ni un centímetro el tamaño del imperio, Putin y Kirill han alcanzado por fin el verdadero objetivo: han invadido el reino de los cielos y han tomado el lugar de la Santísima Trinidad. El lugar del Padre y el Hijo, ahora lo ocupan el Patriarca y el Presidente, y el Espíritu Santo es suplantado a su vez por el país de turno sometido, hoy Ucrania, ayer Georgia, mañana tal vez Kazajistán o Sudán, o cualquier otra hipóstasis del "mundo ruso".

El ícono de la Trinidad de Andrej Rublev, la imagen sagrada más famosa del Oriente cristiano creada a principios del siglo XV, ya había sido desplegada hace unos meses como bandera de la guerra santa, cuando se la trasladó por unos días desde el museo de la Galería Tretyakov de Moscú a las celebraciones en la Lavra de San Sergio de Radonezh, profeta del renacimiento de Rusia tras dos siglos de yugo tártaro. Después de esa exhibición, los curadores y críticos de arte habían puesto bajo tutela la tabla sagrada, afirmando que el desplazamiento había causado diversos daños y no se podía volver a exhibir por lo menos durante tres años. Pero como dicen algunos: "Derrotamos a los nazis, derrotaremos también a los especialistas".

El patriarca Kirill volvió entonces a la carga hace pocos días con la pretensión de utilizar nuevamente el ícono para fortalecer el espíritu del patriotismo ortodoxo, claramente menguante tras las inútiles y devastadoras movilizaciones que están poniendo a prueba la paciencia de los rusos -siempre dispuestos, no obstante, a apoyar las batallas sagradas del imperio-. Entonces Putin decidió dejar atrás todas las vacilaciones y devolvió definitivamente la imagen trinitaria a la Iglesia, para que volvieran a colocarla en el lugar para el que fue hecha: el monasterio de la Santísima Trinidad, a setenta kilómetros de Moscú, donde descansan los restos del santo ante el que se postran incesantemente fieles provenientes de todo el país. Por eso el patriarca propuso "elevar el himno Mnogaja Leta al presidente", la variante eslavo-eclesiástica de Ad multos annos, un augurio particularmente profético en vista de las elecciones del próximo año.

No importa si la exposición del ícono podría reducirlo a polvo. Como algunos han sugerido, se lo podría "colocar directamente en el Mausoleo de la Plaza Roja, en el lugar de Lenin", donde ya hay un taller especializado en mantener el cuerpo del dictador en un estado de "pureza perpetua" convirtiéndolo, de hecho, en el grotesco fantoche de una falsa religión. Por otra parte, el Mausoleo también debía expandirse hasta el nivel Trinitario: junto al Padre-Lenin se había colocado a su Hijo-Stalin, aunque después el Espíritu Santo de Khruščev interrumpió la liturgia soviética de la deificación del poder y redujo la tumba sagrada a un depósito inútil de la chatarra del pasado, de una conversión que nunca consiguió alcanzar el éxito.

De esa manera el ícono  se ha convertido en el “arma final” que resuelve todos los conflictos a favor de Rusia, desencadenando el entusiasmo y la ironía de la población. Sitios y plataformas de las redes sociales se han inundado con todo tipo de anécdotas sobre la “táctica de guerra trinitaria”. Uno de los chistes juega con la pronunciación de las palabras y recuerda la época en que los rusos buscaban ayuda en el extranjero, durante el colapso económico de 1998: "Amigos estadounidenses, sugiérannos a los rusos cómo podemos superar la crisis. Economy, just economy”, contestaban con arrogancia los anglosajones que hoy tanto odian, aunque en aquel momento la respuesta parecía muy bien aceptada. Pero ocurre que la palabra economy en ruso se pronuncia ikonami, que también significa "con los íconos", y por eso la respuesta es "no nos preocupemos, tenemos a los mejores".

Los rusos realmente poseen los íconos más extraordinarios y famosos de toda la tradición bizantina, a pesar de que el arte de la "escritura sagrada" (los íconos se escriben, no se pintan) es de origen griego y la tradición rusa no ha podido modificarlo porque incluso está regulado por dogmas conciliares, como el de Nicea del 787. De las solemnes decoraciones en frescos y mosaicos en las iglesias, la iconografía pasó luego a concentrarse en las tablas de madera con los temas bíblicos prescritos y las figuras de los santos, cuando debió luchar durante más de un siglo contra la herejía de la iconoclasia. Los monjes, obligados a esconderse y huir, debían trasladar y ocultar las imágenes, y de esa manera la representación litúrgica se transformó en devoción privada.

Los iconoclastas estaban respaldados por los emperadores de la dinastía Isauriana, de origen persa, que querían convertir a Bizancio en el verdadero imperio mundial y no deseaban que las imágenes de Cristo y los santos eclipsaran el esplendor del autócrata. Ya entonces los íconos asumieron un claro significado "político", porque de hecho estuvieron en el origen de la lucha por la imagen del poder, hoy más extendida y amplificada que nunca por las modernas tecnologías. No es casualidad que los contenidos digitales se abran "haciendo clic en el ícono". La lucha entre cultores y detractores del ícono terminó a finales del siglo IX, con la fiesta del "Triunfo de la Ortodoxia", en la que se enumeran los enemigos que se deben maldecir. Por lo tanto, no es de extrañar que la antigua Rus' se haya apropiado de este valor universal del arte sacro, otorgando a los íconos un significado más decisivo y taumatúrgico.

El primero que usó el ícono para justificar la santidad del poder absoluto fue uno de los últimos príncipes rusos anteriores a la invasión mongola, Andrej Bogoljubsky, quien en la segunda mitad del siglo XII destruyó la ciudad de Kiev para "salvar a Kiev", como buen antepasado del zar actual. Con la excusa de la invasión de los bogomilos, uno de los tantos pueblos que amenazaban a la Rus antes de los tártaros, Andrej sometió a todos sus parientes y competidores, e incluso trasladó la capital aún más al este, a la ciudad de Vladimir (en honor al iniciador de la dinastía), en cuyo ingreso, las "Puertas Doradas", colocó el ícono de Nuestra Señora de la Ternura. Era un antiguo ícono griego importado (los monjes rusos todavía no habían alcanzado niveles excelsos en el arte iconográfico), atribuido, al igual que otros, al mismo san Lucas evangelista, pero que se había convertido en el primer verdadero símbolo de la "Santa Rusia". Según la leyenda, el ícono se custodiaba en un pequeño monasterio donde Andrej se había detenido a rezar para pedirle a Dios que le mostrara el camino para salvar el reino; entonces la Virgen con el Niño se desprendió de la pared y condujo al príncipe hasta la nueva capital, de la que después nació la ciudad de Moscú.

La Virgen de Vladimir también se conserva en la Galería Tretyakov pero, para favorecer la devoción, se sacó de la sala y se colocó en una capilla especialmente construida en el patio interior del museo -también ésta una especie de mausoleo-. El que desee admirarla debe conocer y repetir las letanías ortodoxas, pero por lo menos los curadores del museo pueden asegurarse de que no se dañe, mientras que la Trinidad de Rublev corre el riesgo de quedar a merced del humo del incienso, que se usa en grandes cantidades en las liturgias. Y el incienso ruso es una resina pestífera que no se parece en nada a los delicados aromas del incienso griego.

Por otra parte, la Trinidad es un tema sobre el que los rusos debaten desde hace siglos, precisamente por lo que respecta a la representación iconográfica. Entre los siglos XV y XVII se convocaron en Moscú varios Concilios sobre este asunto, precisamente en el mismo momento en que se estaba formando la ideología imperial de la "Tercera Roma". Se discutía cuál de las imágenes se ajustaba a los dogmas, si la de los tres peregrinos que visitaban a Abraham en las tiendas de Mamre (tema de Rublev) o la del Padre como "Anciano de los días" del profeta Daniel, con el Hijo del hombre que desciende de las nubes acompañado por la paloma del Espíritu. O el del final del Diluvio y el Bautismo en el Jordán, u otros con símbolos más o menos bíblicos. Cada detalle de la pintura era objeto de disquisiciones teológico-canónicas sumamente retorcidas y apasionadas, incluso el tamaño de los rizos del cabello de los peregrinos o los colores y pliegues de las túnicas, los alimentos en la mesa o los objetos del fondo. Los herejes proclamados en estos concilios eran severamente castigados, e incluso ejecutados en algunos casos.

Ahora la nueva ortodoxia de Putin y Kirill, como han afirmado algunos, “se abalanza sobre los tesoros de nuestra cultura, con la casi certeza de conseguir destruirlos a todos”. La Trinidad de Rublev, como otros íconos rusos del período "sagrado" de la Tercera Roma, entre los siglos XV y XVII, expresa cabalmente la especificidad de la cultura rusa: una forma de arte del Oriente bizantino, perfecta y etérea en sus proporciones y líneas, a la que artistas como Rublev y otros (solo los iconógrafos rusos se conocen por su nombre) han infundido la misma capacidad expresiva propia de los pintores del Renacimiento de Occidente, desde Miguel Ángel hasta Caravaggio. Las miradas, los colores, los detalles, la energía vital de los íconos rusos constituyen verdaderamente la exaltación de la síntesis de las almas cristianas de todas las latitudes; usar esas armas simbólicas para enfrentar un mundo contra otro es el camino para la completa disolución del alma rusa.

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