10/10/2025, 13.55
MUNDO RUSO
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La paz frágil y los sonámbulos de la guerra en Rusia

de Stefano Caprio

A diferencia del acuerdo sobre Gaza, la farsa de verano del encuentro entre Putin y Trump en Alaska no condujo a una disminución de las operaciones bélicas, sino que, por el contrario, empujó a ambas partes a una mayor escalada, en los hechos y en las palabras. Y tal como ocurrió en 1914, vuelve peligrosamente a crecer “la ilusión de la fatalidad”, que anula cualquier posibilidad de elección o de solución diplomática.

 

Los acuerdos de paz entre Israel y Hamás para poner fin a la tragedia de Gaza parecen conducir a un punto de inflexión en las tensiones geopolíticas internacionales. Con la mediación de Donald Trump, quien estaba sumamente decidido a atribuirse el Nobel de la Paz sin importar las decisiones del comité de Estocolmo, que finalmente favorecieron a María Corina Machado, líder de la oposición al régimen venezolano de Maduro. La fragilidad de estos acuerdos resulta evidente porque no suponen una solución definitiva para el futuro de Palestina, que permanece en suspenso entre el fin de los bombardeos y la definición y reconstrucción de los territorios. Todo esto también podría conducir a la conclusión que todos desean del conflicto entre Rusia y Ucrania, donde las contradicciones y las incertidumbres son, sin embargo, mucho más amplias y amenazantes, con un futuro que podría resultar aún más catastrófico a nivel universal.

La farsa del encuentro de verano entre Putin y Trump en Alaska no ha supuesto, en efecto, una disminución de las operaciones bélicas, sino que, por el contrario, empujó a ambas partes a una mayor escalada, en los hechos y en las palabras. El número de drones aumenta día a día en ambos lados, y sigue causando víctimas militares y civiles y destruyendo las centrales y las infraestructuras energéticas en ambos lados de la barricada. Los rusos consideran que se ha “agotado” el impulso hacia la paz que parecían haber dado los dos emperadores de Oriente y Occidente, y el zar Putin se pronuncia en términos cada vez más amenazantes en las reuniones más importantes de estos días, desde la conferencia del Club Valdai en Sochi hasta la cumbre de los presidentes de la Comunidad de Estados Independientes de Dusanbé, mientras que la decisión estadounidense de suministrar a los ucranianos los misiles Tomahawk podría extender la guerra del cielo hasta las profundidades de Siberia.

Las declaraciones de Putin evocan diversas circunstancias de las guerras mundiales del siglo pasado, por ejemplo, cuando el líder nazi Adolf Hitler violó el Tratado de Versalles de 1919 y el pacto de Locarno de 1925 y envió fuerzas militares alemanas a Renania, una zona desmilitarizada a lo largo del río Rin en Alemania occidental. El llamado “espíritu de Locarno” había simbolizado las esperanzas de una era de paz y buena voluntad en Europa, poco antes del ascenso al poder de Hitler, que en 1935 anuló unilateralmente las cláusulas militares del tratado y al año siguiente comenzó la remilitarización de Locarnia, y dos años después la Alemania nazi explotó desde sus territorios, absorbiendo Austria y parte de Checoslovaquia.

Los Sudetes, una zona poblada por gente de origen alemán en Checoslovaquia, recuerdan mucho las pretensiones actuales de Putin respecto de Ucrania, con el pretexto de la “defensa de sus compatriotas” en esa región. La presencia de minorías rusófonas es una realidad muy extendida como resultado del largo dominio zarista y soviético no sólo en Ucrania, sino también en los Países Bálticos, en Moldavia y el Cáucaso hasta Asia central, sumado también a las políticas de mezcla étnica ideadas por Stalin y sus sucesores, a las que Putin se refiere como la “concepción correcta” de la relación entre la etnia dominante y aquellas a ella conectadas en el ideal de la sobornost rusa. Checoslovaquia fue una creación del Tratado de Versalles, que abarcaba las zonas montañosas en la frontera con Alemania de los Sudetes, y no es casualidad que hoy los dos países de Chequia y Eslovaquia estén alineados más abiertamente con el zar de Moscú, al igual que la vecina Hungría.

Sin embargo, numerosos políticos y observadores consideran que la situación actual se asemeja mucho no solo a las circunstancias que llevaron a la Segunda Guerra Mundial que desató Hitler, sino en ciertos aspectos aún más a las que se verificaron cuando estalló la Primera Guerra Mundial, por efecto del “colapso de los imperios” decimonónicos y de la desintegración de toda Europa. Según un informe de Politico, podríamos estar cerca del “momento de Franz Ferdinand”, el archiduque Habsburgo asesinado en el atentado de Sarajevo de 1914 que dio comienzo a la guerra universal. Europa llegó a aquella crisis después de una cadena de tensiones y eventos conflictivos concentrados en aquel momento en la tierra de los Balcanes que se disputaban tres imperios, el otomano, el austriaco (luego austrohúngaro) y el ruso. Después de la guerra ruso-turca de 1877-78, en la que el imperio de San Petersburgo había intentado recuperar la grandeza perdida en la de Crimea de 1853-56, habían nacido los Estados independientes de Bulgaria, Serbia y Rumania, que a su vez pretendían restaurar la grandeza medieval que había llevado a serbios y búlgaros a proclamar su propio zar incluso antes que el de Moscú.

A principios del siglo XX estos jóvenes Estados se habían fortalecido, y en 1911-12 la igualmente joven Italia atacó al imperio otomano y ocupó Libia, demostrando que ciertos territorios podían ser fácilmente arrebatados a los turcos por la fuerza. Estalló entonces la Primera Guerra de los Balcanes, que expulsó a los otomanos de todos los territorios europeos, pero los Países vencedores comenzaron a disputárselos entre ellos en la Segunda Guerra de los Balcanes. Serbia se imponía como el más fuerte de los tres, pero era el único sin acceso al mar, y tenía la pretensión de anexarse otras tierras que consideraba de su misma tradición étnica pero formaban parte del imperio austrohúngaro. La misma Serbia seguía siendo muy inestable internamente, después del asesinato del rey Alejandro Obrenović y la reina Draga en 1903, que había llevado al ascenso de la dinastía de los Karađorđević y a la formación de la organización subversiva de la “Mano Negra” por parte de algunos oficiales ultranacionalistas, lo que finalmente condujo al asesinato de Francisco Fernando en 1914.

En ese momento, Rusia dependía de Serbia como instrumento para ejercer influencia en los Balcanes, después de haber perdido el control de Bulgaria, y consideraba de vital importancia el acceso al Bósforo y a los Dardanelos para sus ambiciones en el Mediterráneo, por eso ayudaba a los serbios a armarse y defenderse de los austriacos. Un conflicto que era regional se extendió entonces a toda Europa debido al sistema de alianzas e intereses estratégicos de los diversos imperios al comienzo del nuevo siglo. Alemania consideraba fundamental apoyar la integridad del imperio de Viena, mientras que Francia quería recuperar las tierras perdidas de Alsacia-Lorena, y se enfrentó a los alemanes buscando el apoyo de Rusia. Finalmente esto condujo al enfrentamiento entre Rusia y Alemania, evento fatal que llevó al colapso del imperio de San Petersburgo y allanó el camino a la revolución bolchevique.

Estos y otros muchos factores propiciaron la creencia generalizada de que “la guerra era inevitable”, lo que hoy plantea la pregunta de hasta qué punto es posible evitar la guerra global con la Rusia de Putin, tras el colapso del imperio soviético y las consecuencias que eso tuvo para todos los Países que estaban sometidos a él (no solo las otras 14 repúblicas de la URSS, sino también los Países del Pacto de Varsovia, que hoy cuentan con el apoyo de la OTAN). La alianza atlántica es en realidad la forma más pacífica de unión militar, porque está vinculada exclusivamente a las necesidades de defensa de los países miembros, sin posibilidad de apoyar ninguna acción agresiva; pero sobre todo los países Bálticos han hecho que esta situación sea particularmente irritante para Rusia, que ha sacado la conclusión de la “voluntad de los europeos de minar la estabilidad del continente”, como Putin ha repetido en los últimos días y ha reiterado continuamente desde el comienzo de la invasión "defensiva" de Ucrania..

El historiador y catedrático de Cambridge Christopher Clark ha publicado el libro "Sleepwalkers: How Europe Came to the Great War" sobre estos temas, en el que afirma precisamente que la causa fundamental de que estallara el conflicto fue “la ilusión de la fatalidad”, que anuló todas las posibilidades de elección o de solución diplomática, que todavía existían, sin embargo, antes de 1914. La guerra no era inevitable, pero la sucesión de ambiciones, errores, cálculos equivocados e inútiles aceleraciones fueron interpretadas como necesidades impuestas por un destino desfavorable. Todo esto resulta ser el fruto de presiones y complicaciones psicológicas, incluso antes que políticas o militares, que prefiguran los escenarios que hoy llamamos de la “guerra híbrida” de la desinformación y de la propaganda, explícita o no, que en vez de ayudar a tomar decisiones razonables, arrastra a los líderes y a pueblos enteros a conclusiones desastrosas e irreparables.

Respecto a un siglo atrás deberíamos poder contar con instituciones internacionales de diplomacia mucho más transparentes y eficaces, desde la ONU hasta la Unión Europea, pero el riesgo de caer en la trampa de las ilusiones y de las motivaciones engañosas sigue siendo sumamente actual, considerando que los hombres y los Estados nunca son capaces de aprender de lo ocurrido en la historia precedente de las relaciones propias y ajenas. La “OTAN que ladra en las fronteras de Rusia”, la “defensa de los compatriotas en países extranjeros”, la “imposición de valores contrarios a los tradicionales”, el “apoyo a los soberanismos y nacionalismos en todos los Países”, son declaraciones que solo conducen a nuevas escaladas, dividiendo el mundo en buenos y malos y pretendiendo la anulación de los que pertenecen al bando opuesto, como ha resultado evidente en todas las manifestaciones de los últimos tiempos a favor de los palestinos, sin detenerse a reflexionar sobre las posibles consecuencias a nivel de las relaciones internacionales. La guerra de Rusia no está terminando, al contrario, es inminente y y recién comienza, a menos que despertemos del letargo de la razón y no sigamos siendo "sonámbulos de la guerra".

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