Los jóvenes de Tokio, cada vez más encerrados dentro de sus fronteras
Solo el 17,5% de los japoneses posee hoy un pasaporte válido. Un reflejo de la debilidad del yen pero también del repliegue forzado en sí mismas de las nuevas generaciones. Para hacer frente al aislamiento cada vez más difundido, surgen nuevas iniciativas de solidaridad, y también respuestas empresariales o tecnológicas. Pero en un marco social que se mantiene estancado.
Milán (AsiaNews) - Entre las grandes economías más avanzadas, Japón es actualmente uno de los países más reacios a mirar más allá de sus fronteras. Solo el 17,5% de los ciudadanos posee un pasaporte válido, un porcentaje en constante descenso que contrasta con el de Corea del Sur y Taiwán, donde supera el 40% y el 60% respectivamente. La explicación más inmediata y simplista es la de la devaluación del yen y el creciente costo de los viajes internacionales; pero detrás de estos factores hay una tendencia más profunda, caracterizada por una creciente actitud de aislamiento. No solo está disminuyendo la movilidad internacional, sino también la disposición a participar en la vida colectiva, a involucrarse fuera de los espacios privados o corporativos. El desinterés por el mundo exterior parece reflejar un sentimiento generalizado de cansancio y desilusión, sobre todo en las generaciones más jóvenes.
Esta actitud se pone de manifiesto en formas solo aparentemente desvinculadas entre sí. Más del 40% de las personas entre 20 y 34 años declara que no tiene amigos con quienes hablar de sus problemas, según una encuesta del Ministerio del Interior japonés de 2022 y en el mismo rango de edad, el 70% de los varones y el 60% de las mujeres no tienen una relación sentimental. Los que trabajan en las grandes empresas tecnológicas llegan a cumplir hasta ochenta horas extras al mes, de las cuales solo las primeras cuarenta son remuneradas, mientras que el resto se clasifica como "horas extras de servicio". Una joven trabajadora entrevistada por la revista Aera describió la rutina matutina de muchos de sus compañeros como un ejercicio de "gestión de las expresiones", en el cual el rostro cansado se transforma en una sonrisa profesional apenas cruzan el umbral de la oficina.
Estos comportamientos se interpretan a menudo como manifestaciones de apatía o individualismo, pero en realidad son una estrategia de adaptación a un sistema económico que ha dejado de ofrecer certezas. El modelo del trabajo de por vida en una sola empresa, que garantizaba seguridad y progresión salarial por antigüedad, ha dado paso a formas de empleo cada vez más precarias. El porcentaje de trabajadores con contrato estable ha descendido del 81% en 1990 al 63% en 2021, mientras que en el rango de 20-34 años los contratos flexibles han pasado del 17% al 36%. Cuando la economía ya no logra ofrecer estabilidad, las personas tienden a reducir al mínimo los riesgos emocionales y económicos, calculando cuidadosamente cada forma de compromiso.
De la soledad a la solidaridad
El progresivo repliegue individual que caracteriza a la sociedad japonesa no excluye, sin embargo, el nacimiento de nuevas formas de solidaridad y acción colectiva. En los últimos años, diversas organizaciones juveniles y grupos locales han intentado responder a la creciente sensación de aislamiento y precariedad con iniciativas que combinan apoyo material y conciencia política. Un ejemplo es POSSE, que nació como organización estudiantil y hoy está presente en varias ciudades; ofrece consultas gratuitas a trabajadores precarios y tiene una red de distribución de alimentos para los que se encuentran en dificultades económicas. A través de estas actividades, POSSE combina asistencia inmediata y sensibilización sobre los derechos laborales, creando espacios de escucha y de participación para jóvenes, migrantes y personas excluidas de los circuitos de seguridad social.
Paralelamente, la misma organización ha desarrollado proyectos de agricultura compartida y recuperación de alimentos que buscan construir formas de autosuficiencia y colaboración local. Estas experiencias intentan contrarrestar la lógica del mercado, valorizando productos descartados y promoviendo la distribución directa. El cultivo colectivo se convierte así en una manera de reflexionar sobre las fragilidades del sistema económico y sobre las desigualdades ambientales, atrayendo a estudiantes, jóvenes trabajadores y profesionales del sector agrícola. En torno a estas iniciativas está surgiendo un nuevo concepto de participación ciudadana, basado en una solidaridad más concreta e inmediata que las campañas de reivindicación.
Mientras estas experiencias se consolidan a nivel local, una parte de esa misma energía juvenil busca una forma de expresión en la esfera política, pero siguiendo direcciones de signo muy diferente. Precisamente en el momento en que las estructuras sociales y políticas tradicionales se debilitan, se observa en los jóvenes japoneses un renovado interés por la participación electoral. Sin embargo, este impulso no se traduce en un fortalecimiento de los partidos más progresistas, sino que alimenta el ascenso de las fuerzas de extrema derecha como el Partido Democrático para el Pueblo y Sanseito, que han ganado un apoyo significativo entre los menores de 40 años. Su éxito refleja el malestar de una generación que se percibe sin representación y atraída por mensajes que prometen protección y ayuda, si bien se basan en retóricas nacionalistas o antipluralistas.
Un mecanismo similar ya había caracterizado la época del ex primer ministro Shinzo Abe, que supo presentarse como innovador y defensor de los jóvenes a pesar de que seguía estrechamente vinculado a los intereses de los grandes grupos económicos y burocráticos. La retórica del cambio que acompañó a sus gobiernos, y que ahora los nuevos partidos están reinterpretando de forma más radical, corre el riesgo de traducir la insatisfacción juvenil en un consenso que consolida, en vez de socavar, las jerarquías de poder existentes.
Respuestas parciales al malestar
El deseo generalizado de renovación se confirma por el hecho de que algunas empresas japonesas han intentado responder a la crisis de la relación entre trabajadores y management introduciendo sistemas de participación interna que simulan una redistribución del poder. En empresas como Nobitel, que gestiona centros de stretching, los empleados eligen a los directivos mediante votación electrónica, mientras que en una empresa como la Sakura Kozo de Sapporo los trabajadores pueden evaluar a sus superiores y solicitar el traslado a otra sección. Estas medidas han contribuido a reducir la rotación y a mejorar el clima laboral, pero no inciden en la precariedad de las relaciones laborales. La posibilidad de elegir un jefe o de participar en la evaluación jerárquica no modifica el hecho de que muchos sigan vinculados a contratos temporales y salarios estancados. El problema de fondo sigue siendo la transformación estructural del mercado laboral japonés, donde el fin del modelo de empleo estable ha erosionado las protecciones sin crear nuevas formas creíbles de seguridad económica.
Paralelamente a los experimentos de las empresas, el uso de la inteligencia artificial también se ha presentado como una respuesta a la soledad y el malestar social. En la ciudad de Hachioji, en la periferia de Tokio, un programa piloto ha introducido un chatbot diseñado para ofrecer compañía a los residentes más aislados, con resultados que han atraído la atención nacional. Experimentos similares, tanto públicos como privados, ofrecen asistentes virtuales capaces de simular interacciones emocionales. Sin embargo, tras la apariencia de una innovación "humana" y tranquilizadora, estos instrumentos reproducen una lógica similar a la de las reformas empresariales participativas, proponiendo soluciones individuales a problemas colectivos y sustituyendo la relación real con un contacto artificial. Incluso las iniciativas que valoran su potencial terapéutico, como los proyectos universitarios para estimular la memoria en los ancianos, no afrontan la causa profunda, es decir, la progresiva pérdida de espacios y vínculos sociales auténticos.
El cuadro general devuelve la imagen de una sociedad en la cual la solidaridad se fragmenta en intentos aislados y a menudo contradictorios. Las iniciativas desde abajo pueden ofrecer apoyo inmediato, pero siguen siendo marginales, mientras que las innovaciones empresariales y tecnológicas, aunque se las presenta como soluciones, terminan por adaptarse a la lógica de la precariedad en vez de superarla. En este contexto, el aparente distanciamiento de las nuevas generaciones no es signo de indiferencia, sino una respuesta en cierta forma lúcida a un sistema que no ofrece perspectivas adecuadas.
15/09/2025 18:28
17/12/2016 13:14
04/01/2024 14:02
28/10/2020 12:24
