Okunoshima: la isla que arrasa en Instagram y las armas químicas de hace 80 años.
Destino turístico por los conejos salvajes que la habitan, el atolón situado no muy lejos de Hiroshima fue uno de los principales laboratorios bélicos japoneses, donde también se fabricaban los Fu-Go, enormes globos aerostáticos equipados con bombas incendiarias que se lanzaban hacia Estados Unidos. En el aniversario del fin de la guerra y de la tragedia de la bomba atómica, el testimonio de Reiko Okada, entonces una joven obrera: «Si no recordamos, repetiremos los errores del pasado».
Milán (AsiaNews/Agencias) - La isla de Okunoshima, conocida hoy como «la isla de los conejos», es un pequeño atolón situado cerca de Hiroshima, habitado principalmente por conejos salvajes. No hay una explicación oficial de por qué hay tantos conejos en la isla, pero por esta razón se considera uno de los destinos turísticos más insólitos y curiosos de Japón.
Sin embargo, pocos saben que hubo un tiempo en que la existencia de esta isla estaba envuelta en el secreto. Okunoshima fue uno de los principales laboratorios bélicos del Imperio japonés, hasta tal punto que fue eliminada de los mapas geográficos para proteger su secreto: aquí se fabricaron los primeros misiles rudimentarios de largo alcance y gran parte de los gases químicos que devastaron China. Reiko Okada, que durante los dos últimos años de la Segunda Guerra Mundial tenía solo 15 años, lo recuerda en un artículo publicado por la agencia Kyodo en estas semanas en las que se conmemoran los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial también en Oriente. Okada vivió en Okunoshima durante los últimos años de la guerra, trabajando en aquellas fábricas por las que la isla se mantenía en secreto. Hoy, con casi cien años, se compromete a contar lo que vivió para mantener vivo el recuerdo de los horrores del conflicto, de la violencia de la que es capaz el ser humano y, indirectamente, de la historia a menudo olvidada de esa isla antes de que se convirtiera en un destino turístico.
La señora Okada recuerda que era una joven estudiante cuando, en 1944, le pidieron que se trasladara a la isla para trabajar en la fábrica. Allí, junto con algunas compañeras, participó en la construcción de misteriosos globos voladores: los que hoy se consideran los primeros experimentos con misiles intercontinentales, conocidos como Fu-Go. Estos enormes globos tenían un diámetro de 10 metros y estaban hechos con una pasta derivada de la raíz de konjac y papel washi japonés. Luego se llenaban de hidrógeno, se equipaban con bombas incendiarias y un sistema de control de altitud de vanguardia para los estándares de la época. Aprovechando las corrientes sobre el océano Pacífico, estaban diseñados para llegar a América del Norte.
Okunoshima, inexistente en los mapas porque albergaba la mayor fábrica de gases venenosos de Asia, ya prohibidos por el derecho internacional, era el lugar ideal para producir también estas nuevas armas. A todos los trabajadores se les prohibía hablar de su actividad, incluso con sus familiares. Okada, cuenta, no creía en la eficacia de su trabajo: pensaba que era «ridículo dejarlos a merced del viento». Poco antes que Japón se rindiera incondicionalmente en 1945, Reiko recibió el encargo de desalojar la fábrica de gases y trasladar todos los barriles. Tras el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, se desplazó al lugar para participar en las operaciones de rescate. «La gente moría cada día —cuenta—, parecía un mundo de gusanos que se arrastraban dentro de cuerpos debilitados».
Entre 1944 y 1945, Japón lanzó más de 9000 globos bomba desde la Isla de los Conejos. Aproximadamente 300 de ellos llegaron a Estados Unidos, provocando incendios y daños leves. Solo uno de ellos llegó hasta Oregón, donde, en mayo de 1945, mató a seis personas, entre ellas cinco niños, probablemente las únicas víctimas civiles estadounidenses de la guerra. Cuando Reiko se enteró de estas muertes inocentes, tomó conciencia de ser cómplice de la tragedia. Más tarde, también se enteró de los efectos devastadores de las armas químicas japonesas utilizadas en China: se estima que Japón produjo casi 7000 toneladas de gas venenoso, empleado en más de 7 millones de proyectiles.
Hoy en día, la anciana Reiko Okada es pintora y sigue contando su historia a través de su arte. El objetivo es no olvidar el pasado, sino comprenderlo para conservarlo: «Si no asumimos nuestra responsabilidad como autores de la guerra, repetiremos los errores del pasado», corriendo el riesgo de convertirnos al mismo tiempo en «víctimas y verdugos», declaró a KyodoNews.
17/12/2016 13:14