06/05/2020, 13.57
FILIPINAS
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Padre Stefano Mosca: En la cuarentena por el Covid-19, en Mindanao, la Eucaristía nos es tan necesaria como la comida (I)

de Stefano Mosca

En la isla meridional de las Filipinas, la cuarentena y la falta de misas en las parroquias vuelve a las personas quejosas e impacientes, y las guardias de control (frontliners) son violentas y sanguinarias. La Eucaristía ayuda a combatir la desesperación. Una recomendación para todos los países – como Italia – donde las comunidades se han dividido entre quienes exigen la misa y quienes anteponen la seguridad sanitaria.  

 

Lakewood (AsiaNews) – “Si comes bien, te fortaleces físicamente y te vuelves inteligente… Así es con la Eucaristía”. Es la conclusión del Padre Stefano Mosca, un misionero del PIME que vive en las Filipinas, a partir de su experiencia en Mindanao. Manteniendo un respeto por las reglas, la misa y la comunión son necesarias para la vida y para afrontar las emergencias: no solo aquellas sanitarias, sino también las del trabajo, el cansancio, la crisis de sentido. A continuación, la primera parte del discurso del Padre Mosca.

 

Queridos amigos italianos:

He leído varios comentarios sobre la posición adoptada por los obispos italianos contra el gobierno, cuestionado por no haber reabierto las iglesias para el culto el 4 de mayo pasado. Se los acusa de haber usado palabras y tonos para nada apacibles, y de la exageración de rotular la cuestión toda como una “violación de la libertad de culto”; el culto cristiano es mucho más que la misa; la fe se transmite de generación en generación incluso sin curas ni misas; la Iglesia no es un edificio, sino una comunidad viva, que se reúne incluso en un granero, por citar un ejemplo. 

Permítanme decir lo que pienso, siendo un misionero que lleva 17 años en las Filipinas y 14 asignado en Lakewood (Zamboanga del Sur, Mindanao), en una parroquia a orillas de un lago volcánico, con 18.000 habitantes, pocos católicos, muchos tribales animistas y muchas sectas que se roban a estos pobres tribales, a cambio de dinero, becas de estudio y comida. 

 

Si comes, te vuelves fuerte

Premisa: comparto todas las sabias observaciones que he leído, todas tienen algo de cierto, pero quiero hacer fuerte hincapié en una idea. Por las numerosas experiencias que he vivido en mi parroquia en estos 14 años, puedo afirmar con certeza que no es lo mismo una vida cristiana sin Eucaristía que una vida cristiana que se alimenta regularmente de la Eucaristía. De la misma manera, no es lo mismo un cuerpo bien alimentado que puede trabajar, pensar, proyectar, que un cuerpo mal alimentado que apenas trata de sobrevivir y, muy a su pesar, se ve muy limitado en la acción y en el pensamiento, por falta de fuerzas. 

Aquí, en la parroquia, hay muchos estudiantes que vienen de la montaña. Viven en un pensionado y asisten a la escuela secundaria aquí, en el centro, porque en sus aldeas no hay una. Sus boletines de la escuela primaria son pobres en calificaciones decentes, son todas notas de supervivencia. Y es así como ingresan al sexto grado y siempre quedan en la cuarta y última división, que es la de los “slow learners”, la de los que aprenden lento. Me pregunto, ¿acaso son estúpidos estos chicos de las montañas? No, su problema es uno solo: la comida. En los montes comen arroz y sal, muchas veces una sola vez al día, a veces comen hierbas, pero carne, jamás. A veces no tienen arroz, entonces comen solamente maíz. Una alimentación muy pobre, que limita su cerebro: les cuesta mucho concentrarse, memorizar, se cansan enseguida y pierden el 90% de lo que enseña la maestra. Cuando llegan al pensionado, me ocupo de que coman bien, y los resultados cambian. Siempre relegados a la cuarta división, empiezan a ser los primeros, los mejores de su curso. Con esto quiero decir que si comes adecuadamente, te vuelves fuerte físicamente, te vuelves inteligente, con mucha capacidad para planificar, inventar y rápido en el aprendizaje. 

Así sucede con la Eucaristía; el Catecismo de la Iglesia Católica lo dice claramente, al referirse a los frutos de la Comunión: 

1391. La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús.

1392.  Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

1393. La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados.

1394. Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse.

1396. La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada.

1397. La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40): 

«Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. [...] Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno [...] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).

Y también nos lo dice claramente el Catecismo de Pío X: 

345. ¿Qué efectos produce en nosotros la Santísima Eucaristía?Los efectos principales que produce la Santísima Eucaristía en quien dignamente la recibe son estos: conserva y aumenta la vida del alma, que es la gracia, como el manjar material mantiene y aumenta la vida del cuerpo; perdona los pecados veniales y preserva de los mortales; trae consigo la espiritual consolación, acrecienta la caridad y la esperanza de la vida eterna, de la cual es prenda.

 

Dos meses sin misa

Ya hace dos meses que mi gente no ve al cura en las capillas y tampoco participa en la misa. Ya hace dos meses que mi gente no se alimenta con la Eucaristía. ¿Cómo está hoy su vida cristiana, que no se ve alimentada regularmente por la Eucaristía? ¿Cómo está su caridad, su comunión en casa y con los que están cerca, su confianza en el Señor, en este período de enfermedad, muerte y crisis de trabajo, dinero, comida y sobre todo, de libertades denegadas? Pues a decir verdad, ya se ven muchas señales de derrumbe en mis cristianos: crece más y más la queja, la furia hacia los frontliners [1], la envidia y los celos; las riñas familiares están a la orden de día, en parte debido a este encierro forzoso, y lo mismo sucede con las disputas con los vecinos. Muchos comienzan a maldecir al Señor, y los frontliners están empezando a apalear brutalmente a la gente hambrienta por las calles, que busca limosna o arroz, y a veces los matan, como ocurrió con ese hombre con retraso mental, asesinado por vagar por las calles en su estado de inconsciencia. En la televisión, la vicepresidente de la Nación, Leni Lobredo, ataca al presidente Duterte diciendo: “El enemigo es el coronavirus, no las personas. Combatamos el virus y no a las personas; ellas deben ser ayudadas”.

Los políticos locales se han comprometido a distribuir en las aldeas arroz y alguna que otra ración de comida enlatada para la gente; el gobierno central de Manila entrega 5.000 pesos a las familias que reconoce como pobres o necesitadas. De alguna forma se sobrevive, se llena el estómago con algo. ¿Pero quién se preocupa de distribuir la Eucaristía en las calles de las aldeas, de modo que también el alma sea alimentada, y no solo el cuerpo? Mi colega misionero, un dehoniano filipino de la parroquia que linda con la mía, ha visitado todas sus aldeas, distribuyendo la Eucaristía a los católicos que esperan que pase por la puerta de sus casas, luego de seguir la Misa transmitida en la TV. 

Don Davide Milani decía que: “Hay que garantizar las coordenadas para que la recuperación esté lo más atenta posible a todas las dimensiones de lo  humano”. Y pienso que aquí reside el error más garrafal de todos los gobiernos del mundo en este período de cuarentena: se han dedicado a llenar la barriga de la gente, pero se han olvidado de que el hombre no es solo estómago; no somos como los cerdos, que no importa que estén  siempre en una jaula mientras coman y engorden. En estos días de cuarentena, tres enfermeras y un sacerdote se suicidaron en Italia. Sin duda que a ellos no les faltaba la comida, pero todos escribieron: “No soporto más”, y 998 italianos se quitaron la vida en el 2019, por problemas económicos o porque estaban sin trabajo.  

Mons. Pablo David, el obispo de Kalookan, en Manila, en su vídeo-homilía del Domingo del Buen Pastor, contó que un enfermero de Manila, luego de haber atendido a muchos enfermos de coronavirus, terminó infectado. Angustiado y decepcionado, se rebeló contra Dios: “Señor, ¡¿por qué me toca esto justo a mí, que he servido a los enfermos hasta ahora?!”. La Providencia quiso que en su desesperación encontrara el número de celular de Mons. David, y lo llamó para pedirle oraciones. El obispo concluyó su homilía recomendando procurar la ayuda de psicólogos voluntarios, y pidiendo a sus sacerdotes que den su número de celular a la gente, para que muchos puedan seguir encontrando una voz de esperanza en medio de la angustia. 

(Fin de la Primera Parte)

 

 [1] Personal empleado por el gobierno para monitorear el respeto de la cuarentena y a los infectados de Covid-19. Entre ellos hay médicos, enfermeros, pero también militares y policías, con licencia para matar.

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