22/04/2017, 19.13
VATICANO
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Papa: la persecución de los cristianos nace del odio del diablo

Francisco fue a la basílica de S. Bartolomé en la isla Tiberina, convertida, después del Jubileo del 2000 en “Memorial de los testigos de la fe del S. XX y del S. XXI”. “El recuerdo de estos heroicos testigos antiguos y recientes nos confirma en la conciencia que la Iglesia es Iglesia si es Iglesia de mártires”. “Los jefes de los refugiados son campo de concentración de la gente. Los dejan allí, porque los acuerdos internacionales parecen más importantes de los derechos humanos”. 

Roma (AsiaNews)- Las persecuciones de las cuales todavía hoy son víctimas los cristianos son causados por el odio del demonio, del “príncipe de este mundo” contra aquellos que fueron salvados por Jesús. Es el pensamiento expresado por el Papa Francisco en el curso de la liturgia de la Palabra celebrada hoy por la tarde en la basílica de S. Bartolomé en la isla Tiberina (en la foto), en Roma, la iglesia que-por deseo de S. Juan Pablo II-se convirtió después del Jubileo del año 2000 en el “Memorial de los testigos de la fe del XX y del XXI siglos”.

Un rito durante el cual algunos familiares y amigos de los cristianos asesinados en odio a la fe han leído testimonios. Se escucharon al hijo de Paul Schneider, pastor de la Iglesia reformada, asesinado en el campo de exterminio de Buchenwlad en 1939, una amigo de William Quijano, asesinado por bandas armadas en Ecuador y Roselyne Hamel, hermana del p. Jacques, asesinado en julios pasado en su iglesia en Francia por fundamentalistas islámicos.

“El recuerdo de estos heroicos testimonios antiguos y recientes nos confirma en la conciencia que la Iglesia es una Iglesia de mártires. Y los mártires son aquellos que, como nos lo ha recordado el Libro del Apocalipsis, «vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestiduras, haciéndolas cándidas en la sangre del Cordero» (7,17). Ellos han tenido la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Ellos sufren, ellos donan la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio. Y existen también tantos mártires escondidos, esos hombres y esas mujeres fieles a la fuerza humilde del amor, a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y de amar a Dios sin reservas”.

Si miramos bien, la causa de toda persecución es el odio del príncipe de este mundo hacia cuantos han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con su resurrección. En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (Cfr. Jn 15,12-19) Jesús usa una palabra fuerte y escandalosa: la palabra “odio”. Él, que es el maestro del amor, a quien gustaba mucho hablar de amor, habla de odio. Pero Él quería siempre llamar las cosas por su nombre. Y nos dice: “No se asusten. El mundo los odiará; pero sepan que antes de ustedes, me ha odiado a mí”.

“Jesús nos ha elegido y nos ha rescatado, por un don gratuito de su amor. Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del diablo, del poder del príncipe de este mundo. Y el origen del odio es este: porque nosotros hemos sido salvados por Jesús, y el príncipe de este mundo esto no lo quiere, él nos odia y suscita la persecución, que desde los tiempos de Jesús y de la Iglesia naciente continúa hasta nuestros días. ¡Cuántas comunidades cristianas hoy son objeto de persecución! ¿Por qué? A causa del odio del espíritu del mundo”.

Hoy dijo aún, “uno se puede preguntar: “¿Qué cosa necesita hoy la Iglesia?” Mártires, testimonios, es decir, Santos, aquellos de la vida ordinaria, porque son los Santos los que llevan adelante a la Iglesia. ¡Los Santos!, sin ellos la Iglesia no puede ir adelante. La Iglesia necesita de los Santos de todos los días llevada adelante con coherencia; pero también de aquellos que tienen la valentía de aceptar la gracia de ser testigos hasta el final, hasta la muerte. Todos ellos son la sangre viva de la Iglesia. Son los testimonios que llevan adelante la Iglesia; aquellos que atestiguan que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo testifican con la coherencia de vida y con la fuerza del Espíritu Santo que han recibido como don”.

El Papa “llevó un testimonio” la de un hombre (Cuando estaba en la isla de Lesbos) de 30 años con tres niños que me ha dicho: "Padre yo soy musulmán, pero mi esposa era cristiana. A nuestro país han venido los terroristas, nos han visto y nos han preguntado cuál era la religión que practicábamos. Han visto el crucifijo, y nos han pedido tirarlo al piso. Mi mujer no lo hizo y la han degollado delante de mí. Nos amábamos mucho. Este es el ícono que hoy les traigo como regalo aquí. No sé si este hombre está todavía en Lesbos o ha logrado ir a otra parte. No sé si ha sido capaz de huir de ese campo de concentración porque los campos de refugiados... muchos de ellos son campos de concentración, son abandonados ahí, a los pueblos generosos que los acogen, que tienen que llevar adelante este peso, porque los acuerdos internacionales parecen ser más importantes que los derechos humanos. Y este hombre no tenía rencor.

“Recordar estos testimonios de la fe y orar en este lugar es un gran don. Es un don para la Comunidad de San Egidio, para la Iglesia de Roma, para todas las Comunidades cristianas de esta ciudad, y para tantos peregrinos. La herencia viva de los mártires nos dona hoy a nosotros paz y unidad. Ellos nos enseñan que, con la fuerza del amor, con la mansedumbre, se puede luchar contra la prepotencia, la violencia, la guerra y se puede realizar con paciencia la paz. Y entonces podemos orar así: «Oh Señor, haznos dignos testimonios del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva tu Iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede pronto la paz al mundo entero. A ti Señor la Gloria y a nosotros la vergüenza».

Después de los testimonios y la homilía, el Papa encendió una vela en cada uno de los altares que tenían las reliquias y las memorias de los testigos de la fe. Fueron luego recordados algunos mártires- católico, protestantes. Ortodoxos- de nuestro tiempo-hasta los coptos asesinados el Domingo de Ramos- y en cada mención de sus nombres y en su memoria se encendía una vela. Al final, después de la celebración, Francisco se encontró con un grupo de refugiados en los locales de la Basílica”.

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