22/12/2022, 13.39
AFGANISTÁN
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Selene Biffi y la fábrica de pastas que quiere reescribir la historia de las mujeres afganas

de Alessandra De Poli

La empresaria social llegó al país en 2009 y, tras varias experiencias de cooperación, ahora dirige un taller de pastas en el que trabajan 15 mujeres. Mientras los talibanes imponen una nueva ofensiva contra el derecho de las mujeres a la educación, las jóvenes se ayudan mutuamente aprovechando los espacios que deja la ley.

Milán (AsiaNews) - "Cuando se alude a la situación de las mujeres en Afganistán, la información que se publica en el exterior suele ser parcial. No es correcto decir, por ejemplo, que las mujeres no pueden trabajar en absoluto. No pueden realizar tareas en contacto con el público, salvo en algunos casos particulares". Quien dialoga con AsiaNews es Selene Biffi, de 40 años, una emprendedora social de Mezzago. La mujer habla sobre la situación actual de las mujeres afganas. Aunque los talibanes siguen reduciendo los espacios de libertad al prohibir que las jóvenes vayan a la universidad (hasta ahora se había permitido el acceso a ciertos niveles educativos), hay muchas iniciativas para apoyar a las mujeres aún en un contexto sumamente complicado.

Es el caso de una fábrica de pastas situada en el norte de Afganistán, apoyada por la asociación She Works for Peace -fundada por Selene a principios de año- en conjunto con  la Cooperativa Girolomoni, activa en la producción de alimentos ecológicos, y un grupo de otras empresas italianas.

Todo surgió a partir de un encuentro, en marzo de este año: Selene, que también había participado en la evacuación de ciudadanos afganos en agosto de 2021, regresó al país para distribuir entre la población la ayuda recogida en Italia tras la reconquista talibán. "La gente estaba contenta de recibir ayuda, pero me preguntaban por la posibilidad de volver a trabajar”. Así fue como la red de apoyo creada por Selene se convirtió en la organización sin fines de lucro She Works for Peace, cuyo objetivo es apoyar microemprendimientos de mujeres que viven en contextos difíciles.

En marzo, Selene participó en un evento para mujeres emprendedoras. Allí conoció a Sima, una mujer que se dedica a la venta de bufandas y estolas: "Su sueño, sin embargo, era reabrir su fábrica de pastas, que se inauguró en 2018 pero luego fue clausurada, cuando los talibanes llegaron al poder". Ha transcurrido un año desde la caída de Kabul y la fábrica de pastas ha vuelto a la vida (ver foto): al principio funcionaba dos días a la semana, ahora las trabajadoras concurren cinco días a la semana. La mayoría son viudas o tienen maridos enfermos, por lo que ellas son el único sustento de sus familias. "Cuando hablamos de microempresas", señala Biffi, "también nos referimos a una mujer que vive sola, pero tiene una vaca a la que ordeña y cuya leche luego vende en el mercado. Por tanto, en muchos casos se trata de actividades de supervivencia". En un año, She Works for Peace ha apoyado a más de 300 microempresas de mujeres en todo Afganistán.

La fábrica de pastas se encuentra actualmente en una casa que ha sido remodelada para convertirla en taller.  Las mujeres se ocupan de la producción -al principio eran dos, ahora son 15-, y dos hombres fueron contratados para las tareas de distribución de productos.

Es difícil predecir qué rumbo tomará Afganistán en los próximos meses. La cúpula talibán alberga diferentes corrientes en su seno y, mientras tanto, el país, superado por cuestiones más acuciantes como la guerra de Ucrania, ha caído en el olvido de la comunidad internacional. Sin embargo, la ONU calcula que 28,3 millones de personas -dos tercios de la población- necesitarán ayuda humanitaria en 2023. Casi cuatro millones de mujeres y niños sufren cuadros de desnutrición aguda. Debido a la crisis económica y la falta de liquidez, las deudas de los hogares se han multiplicado por seis. Hoy, más del 70% de los ingresos se destinan a la compra de alimentos.

Sin embargo, Selene no tiene ninguna intención de rendirse y tampoco las mujeres afganas: "Estas mujeres y muchachas están reconstruyendo el tejido socioeconómico local a pesar de las restricciones impuestas por los talibanes", comenta la empresaria. "Procuran un equilibrio entre las posibilidades que se les ofrecen y sus necesidades: es un signo de gran fortaleza, demuestra que no quieren rendirse a pesar de las dificultades".

"Lo que más me impresiona de las mujeres afganas es su deseo de apoyarse mutuamente”, continúa Biffi. Piensan en otras mujeres como ellas: quieren enseñar, crear oportunidades y nuevos empleos incluso en un contexto tan complejo", prosigue. Selene llegó a Afganistán por primera vez en 2009 y desde entonces jamás lo abandonó del todo: pero "es él quien me eligió a mí", precisa. Llegué como voluntaria, trabajaba para una organización internacional pero luego regresé en 2013". Ese año, la ex voluntaria fundó la Academia Qessa (la Academia de los Cuentos), en Kabul. Una escuela para juglares y trovadores tradicionales, una vía para "formar e informar" a jóvenes desempleados de entre 18 y 25 años. A pesar de los 20 años de presencia de la comunidad internacional en Afganistán, más del 60% de la población afgana sigue siendo analfabeta".

De ahí la decisión de recurrir a la narración tradicional (que se caracteriza por la riqueza de cuentos populares, embellecidos por la épica persa) para llegar a los jóvenes y a las comunidades locales: "La cultura popular sufrió un lento declive que comenzó con la ocupación soviética en 1979, y luego, con el primer gobierno talibán en la década de 1990, los juglares itinerantes corrieron el riesgo de desaparecer", explica Biffi. "En 2013, los narradores que quedaban eran todos muy mayores;  por otro lado, había una población muy joven y casi analfabeta -más del 60% eran menores de 25 años. Hasta 2020, la Academia Qessa informaba a las comunidades locales sobre diversos temas a través del método tradicional de narración de cuentos -que resulta "más íntimo y fácil de aceptar" para los afganos- incluso mediante eventos públicos y programas de radio y televisión.

Mientras tanto, la fábrica de pasta de Sima, en el norte de Afganistán, también ha recibido el apoyo de otras tres empresas italianas vinculadas a la producción de pastas (Sima Impianti, de Spresiano, y Landucci y Ricciarelli, de Pistoia) que, junto con Girolomoni, seguirán ofreciendo recursos y apoyo técnico. Al fin y al cabo, ya sea a través de una fábrica de pasta o de una academia de narradores, lo que intenta Selene Biffi  es reescribir la historia de un país golpeado por décadas de guerras y fanatismo.

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