08/09/2017, 14.58
IRAK – ORIENTE MEDIO
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El referéndum del Kurdistán y los riesgos para la paz en el Oriente Medio

de Luca Galantini

El referéndum, fijado para el 25 de septiembre, propone que la región pase a ser independiente de Bagdad. Las mayores potencias se oponen a esto, al igual que Siria, Irán e Irak. El sueño de un Estado kurdo data de fines del imperio otomano. Los temores de que se produzca un efecto de dominó en toda el área.  

Milán (AsiaNews) – El próximo 25 de septiembre, el Kurdistán, región autónoma de Irak con una población mayoritariamente kurda, será llamado a pronunciarse en relación a su independencia del gobierno central de Bagdad.

El líder del gobierno regional del Kurdistán (KRG) Massoud Barzani quiere obtener la plena soberanía política y la independencia para la conformación de un futuro Estado kurdo. Pero dicha voluntad se enfrenta con la negativa explícita de las diplomacias de las principales potencias internacionales y de los Estados que limitan con el territorio del Kurdistán.

Los Estados Unidos, Rusia, Irán, Turquía, Siria: Estados, democracias, teocracias o regímenes autoritarios que a lo largo de estos años a menudo han estado en desacuerdo e incluso en conflicto a la hora de definir el ordenamiento geopolítico del Oriente Medio, curiosamente convergen en el intento de impedir la realización del proyecto de Barzani.

De hecho, el Kurdistán, una región de Irak, a nivel administrativo, ya cuenta con una amplia autonomía política en relación al gobierno central de Bagdad: tiene instituciones públicas propias, un ejército constituido por los Peshmerga, que ha contribuido de un modo determinante para lograr la derrota del terrorista y sedicente Estado del ISIS; tiene una capital, Erbil, y, sobre todo, gestiona riquísimos recursos petrolíferos, que constituyen más del 50% de la producción iraquí total, incluyendo la tan disputada ciudad de Kirkuk, que aspira a formar parte del Kurdistán.

En realidad, el referéndum por la independencia del Kurdistán arriesga convertirse en la primera crisis política internacional grave en el Oriente Medio, después del ISIS.

 

El Secretario de Estado de los EEUU Rex Tillerson ha criticado de manera explícita la decisión de Barzani, y ha expresado el deseo de que el Kurdistán llegue a un acuerdo manteniéndose dentro del sistema federal de gobierno previsto por la Constitución del Irak del 2005.  

El mismo Ministro de Relaciones Exteriores de Irán Javad Zarif se ha referido al referéndum por la independencia del Kurdistán definiéndolo como un error, y, con un pragmatismo político, ha delineado los riesgos a futuro que acarrearía, para la seguridad de los Estados limítrofes, la separación de la región kurda del Irak.

El hecho es que el Kurdistán representa un nudo histórico, político y económico que hoy en día no resulta nada fácil desbaratar.

La legítima ambición del pueblo kurdo –que desciende de los antiguos Medas- de poder constituirse en una nación data de fines de la Primera Guerra Mundial, cuando con el Tratado de Sèvres de 1920, las potencias aliadas vencedoras reconocieron al pueblo kurdo -que hasta aquel entonces era súbdito de Turquía- la posibilidad de crear un Estado propio en el Asia Menor, levantado sobre las ruinas del Imperio otomano.

Frente a la reacción belicosa de una Turquía nacionalista surgida de las cenizas del Imperio otomano, ateniéndose al interés de entablar buenas relaciones con el nuevo gobierno laico y filo-occidental de Kemal Ataturk, las potencias occidentales suscribieron el Tratado de Lausana, a través del cual aquellos territorios que debían haber constituido el Kurdistán fueron repartidos entre los nuevos Estados de Turquía, Siria, Irak e Irán.

El resultado de ello es que, desde entonces, el pueblo kurdo, conformado por poco menos de 50 millones de personas, quedó dispersado entre estos Estados, pasando a constituir minorías más o menos numerosas que aspiran a la reunificación nacional.

Este nudo irresuelto de carácter histórico es lo que fundamenta el problema político que rige actualmente en el área.

En efecto, en caso de darse la declaración de independencia de la región autónoma kurda en Irak, no hay ninguna duda de que esto podría activar un efecto de dominó, favoreciendo las aspiraciones de independencia de las demás minorías kurdas presentes en Turquía, Irán y Siria.

Lamentablemente, el sistema federal o cantonal previsto por la Constitución de 2005 que siguió a la caída del déspota Saddam Hussein,  no ha dado buenos resultados en Irak: la idea de subdividir el Estado en tres regiones administrativas asentadas en una base étnica religiosa (los kurdos, los chiitas y los sunitas) ha reavivado las tensiones locales, y el gobierno central federal de Bagdad no ha tenido la capacidad de armonizar con equilibrio los impulsos centrífugos tendientes a la separación de estas regiones.

En Irán, la minoría kurda de credo sunita, compuesta por más de 6 millones de personas, tras la instauración del régimen teocrático de los ayatolás en 1979 llevó adelante una fuerte campaña política a favor de la autonomía, desencadenando una dura represión del gobierno de Teherán, que provocó más de 10.000 víctimas. El gobierno teocrático iraní mira con gran sospecha las aspiraciones independentistas kurdas, que podrían crear no solamente tensiones internas que socaven la estabilidad territorial de la República islámica, sino también un nuevo obstáculo a la política iraní de apertura hacia el Mediterráneo y Siria a través del movimiento de los Hezbollah.

Ciertamente, la peor pesadilla está siendo vivida por la Turquía del autocrático presidente Recep Tayyip Erdogan, puesto que la mayor parte del territorio sobre la cual se asienta la población de etnia kurda está en Turquía: cerca de 250.000 km y unos 15 millones de habitantes. En Turquía, el movimiento independentista kurdo ha creado la mayor forma de oposición política al régimen centralista de Ankara, llevando adelante durante décadas una lucha orientada al reconocimiento jurídico de la identidad y lengua propias. Los regímenes políticos que se han sucedido en Anakara, incluyendo el de Erdogan, caracterizados por un fortísimo sello nacionalista y autoritario, jamás concedieron la posibilidad de abrir un diálogo.

Aún siendo legítimas, las aspiraciones del pueblo kurdo, de que le sea reconocida su identidad histórica, étnica y cultural en forma de nación, deben enfrentarse con el realismo de la política exterior internacional en el Oriente Medio: el nacimiento de un Estado kurdo podría ser la causa de una nueva guerra civil en Irak, con las partición del país en facciones étnicas y religiosas chiitas y sunitas; podría debilitar, como consecuencia, las fragilísimas instituciones políticas de Siria, sustrayendo territorio a este país; pondría en un estado de agitación descontrolada a las provincias turcas e iraníes con una población mayoritaria kurda.

Las garantías para los derechos del pueblo kurdo debieran ser dignamente acogidas en el marco de una conferencia internacional que esté en grado de garantizar una pacífica convivencia de los grupos étnicos y religiosos en una misma área: la experiencia nos enseña que alimentar los nacionalismos en el Oriente Medio no hace sino contribuir a echar más leña al fuego. 

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