01/06/2017, 11.56
RUSIA
Enviar a un amigo

Rusia: ya es tiempo de ser Europa

de Vladimir Rozanskij

La Rusia actual vacila entre el nacionalismo y la crisis. Las prospectivas para los años venideros y el destino del putinismo. Los liberales rusos vuelven a levantar cabeza, y proponen una nueva Santa Alianza con los países europeos y con América: se salva la misión histórica de Rusia, la civilización europea, la acogida de los emigrantes provenientes de África y Asia. El análisis del economista  Vladislav Inozemtsev.

Moscú (AsiaNews)  En los últimos tiempos, Rusia parece estar siendo atravesada por vientos de incertidumbre y confusión. Y ello, a pesar de la aparente solidez de la política del presidente Putin y la taumatúrgica visita de las reliquias de San Nicolás de Bari a Moscú y San Petersburgo. Imagen emblemática de esta ambigua condición fue la jornada del 29 de mayo, cuando un verdadero y auténtico tornado sacudió las arterias de la capital, dejando a su paso 11 muertos y muchas decenas de heridos. Y bien, la multitud que se amontonaba en una fila kilométrica para rendir homenaje a las reliquias del santo no se dispersó, agarrándose a las vallas y sosteniéndose mutuamente. Las personas más robustas abrazaban a las más débiles, por miedo a que el huracán se las llevara.

La continua tensión con Ucrania, los éxitos inciertos de las operaciones bélicas en Siria, la relación oscilante y fuente de continuos escándalos que se ha entablado con la América de Trump, pero también las protestas juveniles contra la corrupción del gobierno y las amenazas terroristas que continúan luego del terrible atentado de San Petersburgo ocurrido el 3 de abril pasado: a Rusia no le faltan motivos internos y externos para preocuparse. En vista de las elecciones políticas del 2018, que le otorgarán a Putin el cuarto mandato como presidente (más el período intermedio en el cual se desempeñó como premier) en 20 años, el país siente la necesidad de reencontrar, y quizás debatir, los motivos de la estabilidad y del relativo bienestar asegurado por las políticas nacionalistas de los años 2000.

Pero es precisamente el espíritu de rigidez y orgullo nacional lo que ha entrado en crisis en los últimos meses, a tres años de la triunfal anexión de Crimea, que supo consagrar a Putin como uno de los más grandes vencedores de la historia rusa, colocado en el mismo pedestal que Stalin (que triunfó sobre los nazis), que Alejandro I (que expulsó a Napoleón) y que Iván El Terrible (que derrotó a los mongoles). Los grupos de oposición de sello liberal, que se vieron reducidos a una lábil llama desde el dominio del nuevo zar, hoy parecen estar volviendo a tener algo de credibilidad y recuperando su voz y voto.  A los liberales les han sido echadas en cara todas las culpas de la fragilidad rusa en el post-comunismo: la sumisión a un Occidente inmoral y degradado; el fin del socialismo que abrió las puertas a los “oligarcas” predadores; la fragmentación política que impidió la estabilidad de gobierno e hizo peligrar la seguridad de los ciudadanos, etc. Hoy, las propuestas liberales tal vez pueden hallar una mayor escucha entre la población.  

Un ejemplo de este renovado impulso reformista y modernizador, es la opinión de uno de los comentaristas más autorizados en el campo democrático, Vladislav Inozemtsev, que intervino el 30 de mayo pasado con un importante editorial publicado en RBK -uno de los medios de información más difundidos y de mayor credibilidad en el país- titulado Herederos de Europa: como curar a los rusos de la nostalgia del Imperio. Según el economista y director del Centro de investigaciones sobre la sociedad postindustrial, para el 2024 (término del próximo mandato de Putin), la sociedad rusa se encontrará al límite de las posibilidades de una economía que, ya hoy, está ampliamente en crisis, lo que habrá de aumentar, en los próximos años, el descontento y el cansancio de la población en relación a sus gobernantes y a la ideología dominante, por lo cual “necesitamos comenzar a hablar de esto hoy”.   

Los electores rusos, hasta ahora, han sido “hipnotizados” por la propaganda de las nostalgias post-soviéticas de gran potencia, por la apología de la guerra y de la expansión territorial, por la exaltación de un pasado próximo y anterior y por un desprecio del futuro. Para liberar a los rusos del hechizo, según Inozemtsev, los liberales deben dejar de creerse los héroes disidentes, y procurar la aprobación occidental, presentándose como partidarios de la civilización, y buscando argumentos convincentes para ser nuevamente escuchados por la población.

 

La misión histórica de Rusia y de Europa

Un primer argumento concierne a la misión histórica de Rusia, temática perenne de la conciencia del pueblo “euroasiático”, indeciso entre Oriente y Occidente. En lugar de continuar defendiendo las exterminadas fronteras propias de los enemigos de todas partes, y en particular del eterno enemigo americano (Occidente), Rusia debiera creer en un mundo euro-céntrico, en el cual Rusia y América no son los vencedores de Europa, sino sus jóvenes y potentes herederos. Es la idea de una “alianza septentrional” del mundo, que nos salvaría de la polarización extrema entre China y América, el denominado poder Chimeric (China+América). En efecto, a pesar de ocupar (con sólo 50 millones sobre una población total de 150), un tercio de las tierras asiáticas, Rusia sigue siendo un pueblo europeo en cuanto a sangre y cultura se refiere, incluso con el injerto genético de los tártaros que la dominaron por dos siglos (pero, por otro lado, los tártaros también son un mix de turcos y mongoles).  

Siempre siguiendo lo expuesto por Inozemtsev, se podría además recurrir a un segundo argumento,  incluso más profundo y decisivo para la parte más conservadora de la población, la que hace referencia fundamentalmente a la Iglesia Ortodoxa y que reclama por una “renacimiento religioso” del país, como prueba de la superioridad de Rusia en el mundo. La unión de Rusia con Europa sería una jugada decisiva incluso desde el punto de vista del rescate de la misma civilización europea y de sus raíces cristianas, ofuscadas por la secularización de los países de Europa occidental: sólo una gran alianza entre ortodoxos, católicos y protestantes reconduciría al continente cristiano a sus grandes tradiciones y a la exaltación de sus valores morales más profundos. Se trata, de hecho, de la opinión del mismo Patriarca de Moscú e incluso de muchos representantes del mundo católico, partiendo de los papas pasados y eméritos y llegando hasta el reinante Papa Francisco.  

No solamente los valores morales, sino también la misma población europea sería salvada del abrazo con sus miembros más orientales: esto haría que se recuperara un equilibrio con los porcentajes de inmigrantes, favoreciendo así una gran integración, capaz de acoger también a aquellos que provienen del Oriente Medio, de Asia o de África, que hoy se sienten particularmente marginados. Otros argumentos se refieren a cuestiones geopolíticas de expansión territorial, de control sobre territorios que están en mayor riesgo en el Oriente Medio y en el norte de África, y también a la economía, que tendría todo para ganar en caso de darse la creación de un mercado verdaderamente pan-europeo, conformado por más de 700 millones de personas. Si puede hablarse de algo así, ya sería hora de que los europeos salieran de sus divisiones y desconfianzas. En el fondo, la parte europea de Rusia cubre casi la mitad del continente entero: no hay Europa sin Rusia.  

TAGs
Enviar a un amigo
Vista para imprimir
CLOSE X
Ver también
Caracas abraza el ‘made in China’: sus trabajadores son explotados por las empresas chinas
25/02/2021 12:50
Venezuela es un banco de prueba para las ambiciones globales de China
11/03/2019 11:53
Crimea y Biden: Rusia en guerra con el mundo entero
19/03/2021 13:27
La nueva guerra fría entre Estados Unidos y Rusia
18/03/2021 13:14
Moscú concentra tropas en la frontera ucraniana
06/04/2021 10:22


Newsletter

Suscríbase a la newsletter de Asia News o cambie sus preferencias

Regístrese
“L’Asia: ecco il nostro comune compito per il terzo millennio!” - Giovanni Paolo II, da “Alzatevi, andiamo”