03/12/2021, 18.36
VATICANO - CHIPRE
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El Papa en Chipre: los migrantes vienen a pedir ayuda y se topan con un odio llamado alambre de púas

“Que el Señor despierte la conciencia de todos nosotros ante estas cosas. No podemos callar y mirar para otro lado en esta cultura de la indiferencia”. “He visto testimonios filmados. Lugares de tortura, de venta de personas. Lo digo porque es mi responsabilidad ayudar a abrir los ojos: la migración forzada no es una costumbre cuasi turística. El pecado dentro de nosotros nos hace pensar así. 'Pobre gente, pobre gente...', pero luego lo borramos todo".

Nicosia (AsiaNews) – “Los que vienen a pedir libertad, pan, ayuda, fraternidad, alegría, y que huyen del odio, se encuentran con un odio llamado alambre de púas. Que el Señor despierte la conciencia de todos nosotros ante estas cosas. No podemos callar y mirar para otro lado en esta cultura de la indiferencia". Esta tarde, al término de un encuentro ecuménico de oración, el Papa habló de manera espontánea con los con migrantes en la iglesia de la Santa Cruz de Nicosia.

Hubo fuertes palabras de condena al final de este encuentro, marcado por los testimonios de cuatro jóvenes llegados a Chipre, procedentes de Irak, Sri Lanka, Camerún y Congo. Historias diferentes, pero igualmente marcadas por el odio y la violencia.

Fue el primero de los dos actos dedicados a los migrantes -el otro será en Grecia- en este viaje caracterizado precisamente por el encuentro con quienes se han visto obligados a abandonar sus hogares. El Papa se dirigió a ellos, haciéndose eco de las palabras de Pablo a los Efesios "Ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios". Francisco les habló del "sueño de Dios: un mundo de paz, en el que sus hijos viven como hermanos y hermanas".

Sin embargo, agregó, "el peligro es que muchas veces no dejamos entrar los sueños". "Es muy fácil mirar para otro lado. Nos hemos acostumbrado a mirar para otro lado, a dormir y no soñar. Dios también nos llama a no resignarnos a un mundo dividido, a comunidades cristianas divididas, sino a caminar en la historia atraídos por el sueño de Dios: una humanidad sin muros que separan, liberada de la enemistad, sin extranjeros. Hecha sólo de conciudadanos. Diferentes, por supuesto, y orgullosos de nuestras peculiaridades, que son un regalo de Dios, pero siempre conciudadanos reconciliados".

“Sus testimonios son como un ‘espejo’ para nosotros, las comunidades cristianas”, dijo Francisco. Y citó a Thamara, de Sri Lanka, que acababa de decir: "A menudo me preguntan quién soy". "También a nosotros -continúa Francisco- se nos hace a veces esta pregunta: ¿Quién eres?".Y "por desgracia, a menudo lo que se quiere decir con ello es: '¿De qué lado estás? ¿A qué grupo perteneces? Pero como nos has dicho tú, no somos números, individuos a catalogar; somos hermanos, amigos, creyentes, somos el prójimo, los unos de los otros. Pero cuando presionan los intereses de grupo o los intereses políticos, incluso de las naciones, muchos de nosotros quedamos apartados, y aún cuando no lo queramos, somos esclavos. Porque el interés siempre esclaviza, siempre crea esclavos. El amor, que es amplio, que es contrario al odio, el amor nos hace libres".

Fue al final del encuentro que Francisco, una vez concluido el discurso preparado, denunció: “Al escucharlos a ustedes, al mirarlos a la cara, el recuerdo va más allá, va al sufrimiento. Ustedes han llegado aquí, pero cuántos hermanos y hermanas quedaron en el camino. Cuántas personas desesperadas que inician su viaje en condiciones muy difíciles y precarias, no han podido llegar. Podemos hablar de este mar que se ha convertido en un gran cementerio. Y lo peor es que nos estamos acostumbrando: ‘ah sí, hoy se hundió una barcaza". "Al mirarlos a ustedes, veo el sufrimiento del camino, de tantos que han sido secuestrados, vendidos, explotados, que aún siguen en camino y no sabemos dónde. Y la historia de una esclavitud universal. Vemos lo que está pasando y lo peor es que nos estamos acostumbrando a ello”.

“Esto de acostumbrarse", dijo, "es una enfermedad grave, muy grave, y no hay ningún antibiótico contra esta enfermedad. Tenemos que luchar contra este vicio de acostumbrarnos a leer estas tragedias en los periódicos o a escucharlas en los medios de comunicación. Al mirarlos a ustedes, pienso en tantos que han tenido que volver porque fueron rechazados y acabaron en campos de concentración, en verdaderos lagers, donde las mujeres son vendidas, los hombres torturados y esclavizados". No se trata de historias del siglo pasado, del nazismo o de Stalin, "está ocurriendo hoy". "He visto testimonios filmados de esto. Lugares de tortura, de venta de personas. Lo digo porque es mi responsabilidad ayudar a abrir los ojos: la migración forzada no es una costumbre cuasi turística. El pecado dentro de nosotros nos hace pensar así. ‘Pobre gente, pobre gente…’ pero luego lo borramos todo. Es la guerra de este momento, es el sufrimiento de hermanos y hermanas, que no podemos silenciar. Aquellos que dieron todo lo que tenían, para subir a una barcaza de noche, sin saber si llegarán. Y luego, tantos que son rechazados, para terminar en verdaderos campos de concentración, encierro, tortura y esclavitud. Esta es la historia de esta civilización desarrollada que llamamos Occidente". (FP)

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