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CHINA
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El chino 'prêt-à-porter' de la nueva didáctica de Beijing

Muchos sonidos y signos para memorizar y repetir, pero vaciados de la belleza meditativa que subyace en una lengua hermosísima. Un sistema codificado de niveles lingüísticos donde la pronunciación no es una variable relevante, porque es más importante saber escuchar. En los esfuerzos por hacer que el chino sea "más fácil de aprender" a lo largo de la Nueva Ruta de la Seda, se está diluyendo la delgada línea entre cultura y propaganda, entre antigua sabiduría china y sinización.

 

Milán (AsiaNews) - ¿Cómo se enseña hoy el idioma chino en China? ¿Y en qué medida la prevalencia de un modelo basado en la repetición mecánica de sonidos para hacer "más fácil" y universal su aprendizaje, esconde en realidad un modelo cultural que vacía al chino del estímulo del pensamiento que es la base de su ADN? Ofrecemos la reflexión que hace sobre este tema una fuente de AsiaNews que vive en China.

El chino es una lengua hermosísima. Sobre todo la escritura. Rica en historia, en estratificaciones de significados, en sabia agregación de ideas en símbolos; el conocimiento de la escritura china puede abrir la mente a una visión profunda de la realidad. Cada carácter, en efecto, está compuesto por símbolos más pequeños, la unión de estas partes permite reconocer la palabra no como un sonido, sino como un símbolo. Por eso la escritura china es adecuada para la meditación, la reflexión filosófica y la apertura a las conexiones de la realidad.

No es casualidad que el antiguo arte de la caligrafía china sea un arte lento y silencioso, que apunta a dejar que el símbolo, la palabra, se interiorice en quien lo escribe. En todas las lenguas del mundo se pone de manifiesto el espíritu de un pueblo, en este caso específico, una tendencia holística arraigada en una sabiduría milenaria.

El chino es una lengua, o más precisamente una escritura, que requiere repetición, práctica constante y memoria. La profundidad simbólica y la ejercitación permanente constituyen la esencia de su encanto. La otra cara de la moneda es que, vaciada de su belleza meditativa, la escritura se convierte en una mera colección de trazos mnemotécnicos, centrada en una repetición acrítica de trazos aprendidos de memoria.

Pero precisamente el método de la repetición aséptica es el que más se usa hoy para enseñar la escritura y en general la lengua. Aprender chino en China significa someterse a la memorización de ejercicios y caracteres. Lo que importa es ejecutar un ejercicio de manera exacta y reproducir correctamente cada carácter sin tener en cuenta la comprensión simbólica y sapiencial. Esto es válido tanto para los alumnos chinos como para los alumnos extranjeros. De esa manera se aprende el idioma como se aprende la matemática, es decir, como si se tratara de realizar una operación (en la medida en que la matemática es “sólo” cálculo). Se aprende a computar, no a pensar.

Es un nuevo nivel de alienación: ya no se trabaja como una máquina, sino que se “piensa” como una máquina. En la era de la inteligencia artificial, en la que nos interrogamos sobre las “máquinas pensantes”, se están instaurando procesos que apuntan a hacer “pensar” a los seres humanos como máquinas. Momentos de conocimiento y meditación como la escritura y el estudio se convierten en instrumentos de habituación, donde la memorización no es la base sobre la que se construye el pensamiento, sino un fin en sí mismo.

La sutil línea de ambigüedad entre cultura y propaganda sobre la que se construye hoy la potencia china se juega también en este frente. El llamamiento identitario de la lengua china es evidente de por sí; pero ¿hasta qué punto esta identidad es cultura y hasta qué punto está al servicio de un proyecto imperial? Si bien la necesidad de memorizar es innegable, la mera repetición mecánica no lo es. Sin embargo, existe una percepción generalizada, una especie de opinión pública compartida, según la cual ser chino y ser memorizador es lo mismo. Una visión apriorística que afirma que para aprender solo se puede memorizar/calcular. Aquí se juega la ambigüedad entre cultura y propaganda, entre antigua sabiduría china y sinización. Una línea delgada, pero que marca toda la diferencia.

La prueba de la voluntad imperial que subyace en el idioma es la Nueva Ruta de la Seda. Uno de los varios objetivos del gigantesco proyecto, en efecto, es que el chino sea la nueva lengua franca del mundo, es decir, reemplazar al inglés como idioma estándar, primero en los negocios y después en la vida cotidiana.

Para lograr esto, es necesario que el idioma resulte atractivo por su utilidad novedosa y comercial, más que por una profundidad simbólica milenaria. Por eso el chino debe ser relativamente fácil de aprender, estar codificado en rígidos exámenes esquemáticos que evalúen el nivel lingüístico según la cantidad de palabras memorizadas, y “liberado” de la anticuada meditación. Significativamente, los cursos de pronunciación para extranjeros son prácticamente inexistentes; en el sistema de niveles lingüísticos codificado la pronunciación no es una variable relevante: lo más importante es saber escuchar y ejecutar, no saber hablar y hacerse entender.

Además, el chino debe ser social. Las nuevas generaciones deben desear aprender chino (en su versión prêt-à-porter) porque es un idioma que está de moda.

El tema de las nuevas generaciones es probablemente el punto central de este proceso, cuya prueba de fuego son las nuevas generaciones chinas que viven fuera de China continental, como las de Hong Kong.

Resulta extraño pasear por Hong Kong y escuchar que se habla mandarín y no cantonés. El mandarín, lo que nosotros llamamos chino, es la lengua oficial de China continental, mientras que el cantonés, es decir, el dialecto de Guangdong, es el idioma oficial de Hong Kong. Es fácil comprender que, con el tiempo, el cantonés haya llegado a significar resistencia y orgullo. Sin embargo, según algunos habitantes de la isla, hoy “el mandarín es el idioma de los jóvenes”, por no mencionar que “es más seguro”; de hecho, “pasarás más desapercibido si no insistes en hablar cantonés”. La referencia a la seguridad del mandarín alude, obviamente, a la situación de Hong Kong tras la introducción de la Ley de Seguridad Nacional.

La estrategia es que la lengua de China continental no se impone, sino que se adapta mejor a los tiempos. Por lo tanto, si bien es cierto que es más segura, también es cierto que es más satisfactorio usarla porque es la lengua de los nuevos ídolos, series y vídeos, la lengua de los negocios globales y sobre todo porque expresa una China protagonista del mundo.

En el mecanismo del soft power, la ambigüedad entre cultura y propaganda se supera gracias al atractivo del idioma, difuminando de esa manera la sutil línea que separa cultura china y sinización.

 

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