17/09/2022, 15.28
MUNDO RUSO
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El fin de una era

de Stefano Caprio

La muerte de Gorbachov y la reina Isabel, el Papa en Asia Central, la guerra del Cáucaso y la contraofensiva ucraniana, el viaje de Xi Jinping: todos hechos que evocan el final de una era, para dar paso a un mundo que en gran medida todavía es una incógnita.

 

En los últimos días se han producido una serie de acontecimientos, algunos de gran resonancia internacional y otros más locales o secundarios, pero todos ellos atravesados ​​por un hilo conductor especialmente relevante, porque contribuye a crear la impresión de que realmente está llegando a su fin una época histórica, para dar paso a un mundo que en gran medida todavía es una incógnita. En este momento resulta difícil aplicar definiciones exhaustivas y compartidas sobre la transición que estamos viviendo y por otra parte los historiadores saben bien que cualquier definición es puramente formal y didáctica, y rara vez se corresponde con la realidad de los hechos: la Edad Media, el Renacimiento, el Iluminismo, el Siglo corto y demás, solo son títulos de libros de texto de secundaria. El mundo de los seres humanos es mucho más complejo y variado.

La muerte de Gorbachov y la reina.

En el espacio de una semana fallecieron dos de los jefes de Estado más simbólicos del siglo XX, que representaban los dos imperios de Oriente y Occidente, el euroasiático-colectivista y el atlántico-liberal, resumiendo en sí mismos las esperanzas y contradicciones de las dos concepciones que han orientado las conciencias de las generaciones hasta el presente en un esquema binario. Derecha e izquierda, comunismo y capitalismo, cristianismo y ateísmo, dictadura y democracia, reforma y estancamiento y tantas otras categorías simplistas que han permitido vivir de manera comprensible, haciendo elecciones de campo consecuentes y predefinidas, sin la angustia de carecer de una identidad específica y una comunidad de pertenencia, como está ocurriendo con los que nacieron en el siglo XXI.

La reina Isabel tuvo que manejar una situación familiar delicada: el matrimonio de su hijo, el actual rey Carlos III, con la "princesa del pueblo" Diana Spencer, que duró desde 1981 hasta 1996, y la muerte sensacional, al año siguiente, de la mujer que, de alguna manera, había marcado el final del carácter sagrado de la monarquía británica. Sin duda no habían faltado en el pasado real escándalos familiares y de la corte, pero estaban relacionados con los equilibrios internos de la casta sagrada del poder. La historia de Carlos y Diana inauguró en cambio la apropiación pública de los asuntos de la casa de Windsor, anulando el abismo entre el trono y el pueblo, la "desintermediación" que ya es habitual en la vida de cualquier persona y permite con un clic sentirse de igual a igual con cualquier monarca o estrella del firmamento.

En cierta forma Isabel había gestionado esa transición, comprometiendo su figura icónica para mantener viva la memoria de un mundo ya desaparecido y que pasado mañana quedará definitivamente sepultado. Gorbachov llegó al poder en 1985, incorporándose al imaginario colectivo junto a Diana y otro gran intérprete del fin de ese mundo, el santo Papa Juan Pablo II. La apertura informativa de la glasnost que levantó la cortina de hierro del mundo soviético, fue su única verdadera reforma, visto el completo fracaso económico-político de la perestroika. El Papa polaco también derribó muchas barreras que mantenían la figura del pontífice romano en un empíreo inalcanzable y se convirtió en el primer "papa mediático", recogiendo la inspiración de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II con la apertura al mundo de la Iglesia católica, que hoy continúa de manera irreversible su sucesor argentino.

El viaje del Papa Francisco a Asia

Si Wojtyla venía "de un país lejano", Bergoglio llegó al Vaticano "desde el fin del mundo", el primer Papa no europeo y no mediterráneo, la gran revolución del catolicismo contemporáneo. Y la actual década de pontificado de Francisco orienta cada vez más a la Iglesia "en salida" hacia las periferias del mundo, liberándose del peso de los compromisos terrenales y llevando hasta las últimas consecuencias el fin de su poder temporal, que formalmente se produjo hace apenas un siglo y medio. Un momento importante, pero no decisivo todavía para la historia universal. El viaje a Kazajistán fue sin duda uno de los más simbólicos de este cambio de época, reflejando y redefiniendo la fase final del triunfante papado de Wojtyla, que había visitado los países exsoviéticos más unidos a Rusia para demostrar la victoria de la fe sobre el ateísmo, después que debió renunciar a los baluartes de Moscú y Minsk.

Entre 2000 y 2001 Juan Pablo II fue a Georgia, Ucrania, Armenia y Kazajistán, precisamente las tierras que hoy reclama el neoimperialismo de Putin para defenderse de la “invasión de Occidente”, de la que el Papa polaco fue el líder carismático. El Papa Bergoglio pareció cualquier cosa menos un "invasor", desplazándose a duras penas por los ultramodernos palacios de Astana como lo había hecho el mismo Wojtyla veinte años atrás, ambos debilitados por la edad y por los achaques físicos de la etapa final de sus respectivos pontificados y acentuando de esa manera el efecto de "desvanecimiento" de los límites que marcan estas transiciones históricas. Ya no el imperio de la religión sino el diálogo con los pueblos y las culturas, en Asia, donde los cristianos nunca han dictado la ley. Ya no guerra de Occidente contra los demonios ateos y después los fundamentalistas, como en el 2001 de Juan Pablo II, sino un llamamiento de paz de Francisco para Ucrania y para el mundo entero en la nueva guerra mundial "en pedazos" del 2022.

Entre triunfalismos y pedidos de perdón, nuevo impulso a la misión y aperturas ecuménicas, desde el encuentro de oración de Asís en 1986 hasta el Congreso de Nursultán en 2022, las figuras de los dos papas más mediáticos de la historia parecen estar mucho más cerca de lo que sugeriría una vulgata "del siglo XX" que contrapone el tradicionalista con el progresista. En esta doble profecía euroasiática se suma otro factor más: el Papa polaco vivió en aquel momento el sufrimiento de la negativa al diálogo de la Iglesia cristiana más importante e influyente después de Roma, el patriarcado de Moscú; y el argentino, que había restablecido la relación con ella, debió constatar con consternación el resurgimiento de la "Ortodoxia militante" en tonos dignos de las Cruzadas, él también decepcionado por la imposibilidad de visitar Moscú y abrazar de nuevo a su "hermano" Kirill, como en los días de la ilusión cubana.

El Congreso de Líderes Religiosos de Kazajistán mostró además una paradoja: la frialdad y hostilidad de los representantes de Moscú, con la ausencia del patriarca y el ritualismo soviético de la delegación encabezada por el metropolitano Antonij, frente a la gran afabilidad y espíritu fraternal de los representantes del Islam, con quienes Francisco está logrando grandes resultados en el diálogo interreligioso. Parece haber terminado entonces la gran guerra contra el terrorismo islámico, dando paso a una nueva contra del imperialismo ortodoxo. Una anécdota que pone en evidencia el aspecto grotesco de la situación que se ha creado fue la pregunta del ministro de Relaciones Exteriores kazajo durante las reuniones preparatorias del viaje de Francisco: "¿El Papa celebrará la Misa de la plaza en rito cristiano o en rito musulmán?".

La guerra del Cáucaso y la contraofensiva ucraniana

En los días que estuvo el Papa en Kazajistán, dos hechos bélicos provocaron a su vez reacciones confusas y emociones encontradas. El eterno conflicto entre azerbaiyanos y armenios por la zona montañosa de Nagorno Karabaj se reanudó con violencia precisamente cuando parecía estar cerca un acuerdo de paz definitivo. Al mismo tiempo, el ejército ucraniano engañó de manera sorprendente al invasor ruso atacándolo donde no lo esperaba, y en pocos días recuperó una gran parte de las tierras ocupadas en seis meses.

El Cáucaso es una tierra simbólica de frontera entre Europa y Asia, al igual que las partes de Ucrania en disputa alrededor del Mar Negro. Además, azeríes y armenios simbolizan el conflicto entre cristianos y musulmanes desde hace muchos siglos, pero hoy también representan partes contrapuestas inversas: Ereván es prorruso, mientras que Bakú es la principal alternativa al suministro de gas ruso a Europa. Así como es difícil evaluar la revancha ucraniana, que parecía imposible e inadecuada mientras la mayoría estaba esperando la rendición de Kiev para poder celebrar de nuevo la paz mundial, ahora, en cambio, se teme por el futuro de Rusia, ya que un colapso y la desaparición de Putin abriría escenarios imprevisibles y quizás más catastróficos que los actuales.

El viaje de XI Jinping

En este contexto el presidente chino realizó su primer viaje al exterior después de dos años de pandemia y llegó a Nursultán en el mismo momento en que el Papa celebraba (en latín) la misa de los católicos de Asia Central. XI Jinping se dirigió luego triunfalmente a Samarcanda, poniendo gran énfasis en el encuentro de Cooperación de Shanghái, una de las tantas siglas asiáticas que hasta ahora había tenido muy poca trascendencia en la geopolítica y la economía mundial. China parece querer asumir la herencia imperial a la que Estados Unidos está renunciando, sobre todo tras la retirada de Afganistán hace un año, y que Rusia es incapaz de reivindicar, como resulta evidente en la taciturna expresión de Putin en las fotos protocolares con el gran hermano chino.

¿Será China la que domine el mundo en la próxima era? ¿Será capaz Europa de reafirmar su centralidad histórica, mientras los partidos conservadores parecen ascender al poder desde Escandinavia hasta el Mediterráneo? Muchas otras preguntas se plantean y precisamente cuando la capital kazaja parecía ser el centro del mundo, en Bruselas la presidenta Ursula von der Leyen volvió a condenar la guerra en Ucrania, “una guerra contra nuestra energía, nuestras economías y nuestros valores”. Una guerra que se debería librar con las armas de la fe, como predica el Papa Francisco, para poder ser "mensajeros de la paz".

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