02/09/2023, 16.44
MUNDO RUSO
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El giro de Rusia hacia el Oriente de sí misma

de Stefano Caprio

El Kremlin afirma haber cortado los lazos con Occidente para pasar a un "giro hacia Oriente", pero los hechos desmienten esa tesis: la Rusia de Putin ha regresado más bien a la imagen de la Rusia imperial del siglo XIX y la guerra de Crimea, cuando estaba en continuo conflicto con los países del Viejo Mundo. Descuidando sus inmensas extensiones euroasiáticas que nunca amó y que hoy permite que sean colonizadas por Beijing.

 

Las dimensiones topográficas de Rusia son tales que a menudo se confunden los polos alternativos, como recuerda una vieja anécdota soviética sobre dos estudiantes enviados a ejercicios de verano que equivocan sus destinos, uno de ellos el sur del Mar Blanco y el otro el norte del Mar Negro. Hoy Rusia está inmersa en la ocupación del este de Ucrania, en una guerra total contra el mundo occidental, y ha perdido completamente de vista el Oriente siberiano y el Lejano Oriente, concentrando todos los recursos en el frente de la odiada Europa y el Occidente global.

Esto refleja la lógica típica de los imperios, para los cuales la expansión territorial es más importante que cuidar las tierras ocupadas, como ocurrió en la época de la "Ecúmene" helenística de Alejandro Magno -modelo de los sucesivos emperadores romanos- que prácticamente murió en Afganistán sin conseguir dar forma definitiva a sus conquistas. Roma intentó después aplicar modelos más eficaces y duraderos, pero terminó disolviéndose con las invasiones bárbaras. La "tercera Roma" ha decidido pasar directamente a la fase destructiva, sin siquiera tomar ejemplo de su madre Bizancio, la "segunda Roma", que precisamente para evitar la invasión de los antiguos rhos decidió convertirlos al cristianismo europeo.

Desde hace décadas la región de Jacuzia, una de las más ricas en recursos naturales, no logra concretar la construcción del puente sobre el río Lena, que atraviesa la Siberia oriental por más de 4.400 kilómetros. Un puente que realmente sería un vínculo entre las tierras de todas las latitudes. Los fondos que ya habían sido asignados por Moscú en los últimos años se han desviado para otro puente muy simbólico, el de Kerch, que conecta Rusia con Crimea y actualmente se encuentra sometido a continuos bombardeos de los ucranianos, y no se sabe cuánto tiempo podrá seguir en pie. El Kremlin afirma haber cortado los lazos con Occidente para dar un "giro hacia Oriente", pero los hechos desmienten esa tesis: la Rusia de Putin ha vuelto más bien a la imagen de la Rusia imperial del siglo XIX y de la guerra de Crimea, cuando estaba en continuo conflicto con los países del Viejo Mundo. Por aquel entonces, poetas y escritores como Tyutchev y Dostoievski soñaban con "levantar de nuevo la cruz sobre la catedral de Santa Sofía en Constantinopla", y tal vez con unir a todos los pueblos eslavos (precisamente, la versión del "paneslavismo") para someter Europa a la "verdadera fe".

La Rusia del siglo XIX estaba tan extraviada en las interminables extensiones euroasiáticas que incluso conquistó Alaska y parte de California, es decir, la parte extrema de Occidente, de la que luego se desprendió apresuradamente para embolsar el dinero estadounidense. En 1860 había fundado la nueva ciudad de Vladivostok (nombre que significa "dominio sobre Oriente"), y llamó "Bósforo" al golfo situado frente al puerto, como el de Constantinopla; pero la ciudad nunca despertó grandes pasiones en los rusos, que incluso cuando están a un paso de los chinos, o en medio de los chinos, como ocurre en esas zonas, siempre se sienten "occidentales". Porque la mentalidad rusa sigue siendo eurocéntrica aún en sus versiones más conflictivas, y el Lejano Oriente, del que ocupa la mayor extensión de territorio, se mantiene siempre en las "márgenes del mundo". Para conquistar esas tierras, los rusos siempre han preferido enviar al frente a los ucranianos, desde el mítico atamán cosaco Ermak en tiempos de Iván el Terrible hasta los colonizadores de Primorje, la costa del Pacífico donde se escucha más acento ucraniano que ruso o chino, a tal punto que los colonos fundaron la república autónoma de Zeleny Klin, una "Verde Ucrania" de Oriente. El Far East nunca ha fascinado tanto a los rusos como el Far West a los estadounidenses, pese a que siempre hubo más oro en Siberia que en California, aunque más difícil de extraer por el hielo.

El gran escritor Antón Chéjov visitó la isla de Sajalín en 1890 y quedó impresionado no por su extraordinaria belleza natural o la riqueza de recursos, sino porque se había convertido en un Hades carcelario debido al uso que le daba el poder imperial. Y en general Siberia es la tierra del confinamiento y el exilio por antonomasia, desde la época de los zares hasta los campos de concentración estalinistas, como la describe Memorias de la casa de los muertos, de Dostoievski, que pasó allí la década de reclusión más terrible de su vida, y Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn. Precisamente el gran disidente de la era soviética escribió en su texto-manifiesto de 1974, De debajo de las rocas, que "la historia nos ha entregado intacto el sueño de la gran casa del Oriente ruso del norte, y en vez de intentar poner orden en los océanos y molestar a los vecinos con la mano de la dominación, podríamos aprender a vivir libremente en nuestro espacio infinito, concentrando nuestros esfuerzos en hacerlo habitable y acogedor para todos". Putin siempre se ha proclamado admirador de Solzhenitsyn, y quizás su "giro hacia el Este" persigue precisamente el sueño (muy soviético, por otra parte) de civilizar definitivamente Siberia.

El mismo escritor, expulsado y exiliado en Estados Unidos, regresó a Rusia en 1994 y pronunció un memorable discurso ante la Duma de Moscú sobre el tema "Cómo reconstruir Rusia". Rechazando la variante del imperio soviético, Solzhenitsyn advirtió contra el "sometimiento dominante de Ucrania, Bielorrusia y el norte de Kazajistán", y recordó el topónimo Novorossiya que se usaba para llamar a las tierras occidentales en disputa que debían ser "nuevamente acogidas" en el seno del Estado ruso, pero sin tragedias. Lamentablemente también se forzaron estas palabras del gran disidente para justificar la invasión de Ucrania. Hoy el Kremlin invita a las numerosas regiones de la Federación a "hacerse cargo" de las zonas ocupadas y anexadas de Ucrania, para "reconstruir las infraestructuras" destruidas por los propios ejércitos rusos. El gobernador de Kamchatka, Vladimir Solodov, ha empeñado todas las fuerzas de la península fronteriza entre el Este y el Oeste en los trabajos a realizar en el Donbass, dejando de lado todos los de su propia península, donde todavía no existe un ferrocarril que permita a los ciudadanos locales desplazarse de un lugar a otro, y que según sus propias palabras "nunca se construirá, es un sueño inútil".

Solodov es un típico representante de los "jóvenes tecnócratas" diseminados por la administración presidencial por todo el territorio, sobre todo en el este. Nacido en Moscú, después de formarse en la "escuela del Kremlin" fue enviado a Irkutsk y luego a Kamchatka, y gracias a personajes como él las regiones orientales siempre irán a la zaga de la Rusia europea. Él habla a menudo de las "innovaciones tecnológicas" que se introducirán en las tierras del Lejano Oriente, sin recordar que éste era precisamente el proyecto compartido con muchas instituciones europeas y americanas, todas ellas hoy desaparecidas debido a la guerra y las sanciones que se aplicaron, incluso a su propia persona por la “deportación de niños ucranianos”. En compensación, en su región están cada vez más activos los "tigres orientales", comenzando por China, que no necesita invasiones para engullir todo el Oriente ruso.

Las tierras siberianas ya son una colonia económica de Beijing, sobre todo para la explotación de recursos naturales, y recibe de Moscú todo tipo de permisos de invasión pacífica a cambio de su "amistad geopolítica". Por ejemplo, alrededor de un tercio de todo el pescado de Rusia se captura en Kamchatka, pero la mayor parte se sirve en las mesas chinas. En Kovyktinsk, en la región de Irkutsk, se encuentra el mayor yacimiento de gas natural, que se destina casi en su totalidad al Celeste Imperio mientras los lugareños alimentan las estufas con mazut o simplemente con leña. Y la misma madera ya es en gran parte de propiedad china, con arrendamientos de varias décadas a sus empresas de miles y miles de hectáreas de bosques de Siberia y el extremo Oriente; toda la madera cortada se envía a Beijing, mientras que en el este de Rusia, con sus enormes recursos forestales, no hay ni siquiera una fábrica de celulosa. En realidad producir papel es bastante caro, mientras que la madera sin procesar es muy útil para China como materia prima barata.

En las tierras del este de Rusia los chinos también están intentando abrir algunas fábricas, pero sólo las más peligrosas, como corresponde a los territorios coloniales. En la provincia de Ajano-Majsk de la región de Khabarovsk, una empresa china planeaba abrir en 2021 la planta química combinada más grande del mundo. Esa vez la idea fue descartada tras un referéndum entre la población local con un 97% en contra, pero pronto la cuestión volverá a plantearse bajo otras formas. Las infraestructuras del Este son un incordio que al Kremlin ya no le interesa desde hace tiempo, y el mítico Transiberiano de finales del siglo XIX, vanguardia del transporte a nivel mundial, deja paso ahora a los desiertos del triángulo entre Kamchatka, Yakutsk y Magadán, al menos hasta que se construya una ruta hacia Beijing. Los chinos tienen en mente el fantástico proyecto de un puente, o un túnel, entre Chukotka y Alaska, que unirá definitivamente Oriente con Occidente, y recordará a todos que (aunque no todos lo crean) vivimos en un planeta esférico, no en una tierra plana y carente de mundos opuestos.

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