31/05/2025, 15.26
MUNDO RUSO
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El ideólogo de Putin y Kirill ahora ataca incluso a Averintsev

de Stefano Caprio

En un nuevo ensayo, Aleksandr Shipkov llega a acusar al filólogo que en los años noventa, con sus conferencias, ayudó a Rusia a redescubrir la tradición cristiana oriental y occidental al mismo tiempo. Porque la Rusia de hoy rechaza cualquier convergencia con la cultura cristiana de Europa del Este y del Oeste, para proponerse como la única verdadera Iglesia encargada de una misión universal.

 

Uno de los principales ideólogos del "soberanismo ortodoxo" en la Rusia contemporánea, Aleksandr Shipkov, rector de la Universidad Ortodoxa de San Juan el Teólogo de Moscú y profesor de Filosofía en la Universidad Lomonosov, ha publicado en la revista Vida Internacional un ensayo titulado "La crisis del culturalismo, o el caso Averintsev", en el que expone las razones de la difusión en Rusia del "modelo de desarrollo del mundo occidental" al que hoy los rusos tratan de reaccionar, tanto con la guerra como con la recuperación de su propia "identidad cultural".

Europa ha intentado imponer su propia visión del mundo desde la Ilustración, y, según Shipkov, "hoy Rusia está tratando de eliminar esa influencia" y de recuperar una tradición de civilización propia "diferente del modernismo protestante", para lo cual invoca polémicas de los últimos cinco siglos. Esto obliga a una "redefinición de los valores, las reglas y las normas de la vida cotidiana", decretando "la muerte de las expectativas infundadas y superando la frustración existencial, la sensación de un vacío ideal como el que hoy envuelve al hombre de Occidente". Esta condena de la influencia externa es determinante para la política rusa de los últimos treinta años de Putin, y especialmente de la última década, en la que se ha hecho todo lo posible para rechazar cualquier expresión de "agente extranjero", una forma de actuar que une de manera particular a los soberanismos a nivel mundial, como las últimas escandalosas decisiones del presidente estadounidense Donald Trump que intentó excluir a los estudiantes extranjeros de las universidades estadounidenses.

Como recuerda el filósofo ruso, esta influencia se extendió al interior del país "durante nuestra crisis de identidad a fines de los años ochenta, que corresponde al período de la perestroika de Gorbachov y el fin del sistema soviético, al que en cambio considera "coherente" con la identidad rusa tradicional. Los principios de la ideología del "mundo ruso" de Vladimir Putin y del "renacimiento ortodoxo" según la interpretación del patriarca Kirill (Gundyaev), son precisamente los que expresan los motivos subyacentes de la hostilidad y la agresión militar rusa contra Occidente, utilizando la controvertida relación con Ucrania como terreno de un enfrentamiento que en realidad se extiende mucho más allá de las fronteras, y objeto de improbables negociaciones en los últimos meses.

La debilidad del régimen soviético en los últimos años, según la reconstrucción de Shipkov, expuso a Rusia a la "trampa del universalismo globalista" que llevó a una total desorientación moral, cultural y social. La situación actual de Rusia, gracias a la reacción bélica, puede definirse entonces como "el comienzo de la solución del callejón sin salida, volviendo a unir las piedras dispersas", pero para ello es necesario un análisis cuidadoso de los errores del pasado. Por lo tanto, "se debe restablecer el nombre de las cosas", comenzando por la esfera cultural-humanitaria, ya que "el desmantelamiento del proyecto soviético comenzó con las modificaciones de los estándares humanitarios y la imposición de nuevas definiciones del espacio humanitario". En efecto, la Unión Soviética no admitía la posibilidad de "ayuda humanitaria" externa en el ámbito social, sanitario o económico, ni, sobre todo, en los proyectos culturales y educativos, tal como ocurrió en la última década del siglo pasado.

El filósofo y teólogo del Estado considera que en las últimas décadas soviéticas "todo empezó por la cultura", con la disidencia del samizdat, las vanguardias teatrales, las películas de Andrej Tarkovskij y Sergej Paradjanov y toda la nueva "tendencia cinematográfica" que invitaba a la conciencia del espectador soviético al "arrepentimiento". Recuerda el sensacional efecto del documental Ispoved ("La Confesión") de 1989, cuyo guión fue escrito por Paradjanov - que tuvo enormes cantidades de espectadores soviéticos y numerosos reconocimientos internacionales - donde se relata la vida de los jóvenes drogadictos de aquellos años en la Unión Soviética y queda demolida la imagen del "paraíso socialista" que se había difundido durante décadas. La crítica de Shipkov es aún más radical con la obra de Tarkovski, quien ya en 1962, durante el "deshielo de Jrushchov", había debutado con La infancia de Iván, la historia de un niño durante la Segunda Guerra Mundial en la que alterna el crudo realismo de la guerra con continuas digresiones oníricas, alejándose del panorama cinematográfico soviético que solo exaltaba el heroísmo de los vencedores, tema que ha vuelto a ser de gran actualidad en la Rusia de Putin. Incluso en sus obras maestras posteriores, como Andréi Rubliov de 1966, Solaris de 1972, El espejo de 1974 y Stalker de 1979, Tarkovskij reconstruye de forma absolutamente original, autobiográfica y crítica todo el recorrido de la conciencia rusa destruyendo los estereotipos soviéticos, por no mencionar las películas que rodó después de emigrar, como Nostalgia de 1983 y Sacrificio de 1986. Shipkov define estos ejemplos de reelaboración cultural como "flujos de leche de la libertad recuperada, que terminaron en las orillas de las conciencias como cuajo agrio".

Se hizo necesario "un nuevo sistema de coordenadas, fundado en el conocimiento científico y no en la retórica política, y se impuso la visión humanitaria", la búsqueda de nuevas bases de la sociedad y del sistema político que reemplazaran a las del comunismo soviético. Aquí Shipkov enumera una serie de nombres de figuras de la cultura rusa en esta fase de cambios, como el lingüista y americanista Viacheslav V. Ivanov, uno de los fundadores de la "escuela comparatística" en las universidades rusas; el eslavista Vladimir Toporov, autor de la "teoría del mito fundamental" en la comparación entre las culturas indoeuropeas; el gran arquitecto de la semiótica Yuri Lotman y el orientalista Lev Gumilev con la "teoría pasional de la etnogénesis", hasta el rusista Aleksandr Panchenko, quien releyó el sistema de valores de Rusia a partir del siglo XVIII. A todos ellos se los define como intelectuales "dominadores del pensamiento" que llevaron la auténtica autoconciencia rusa al "declive de la culturología".

Por lo tanto, incluso antes de la influencia directa de las asociaciones e iniciativas occidentales, todavía en tiempos soviéticos, entre Jruschov, Brézhnev y Gorbachov, el filósofo putino-kiriliano observa una "decadencia" del verdadero espíritu ruso, e identifica entre todas una figura particularmente significativa en este sentido, la del filólogo y crítico literario Sergei Averintsev, uno de los intelectuales más influyentes de la Rusia postsoviética. Heredero de muchos otros exponentes de una "cultura alternativa" no abiertamente disidente, pero muy activa en el mundo académico de las últimas décadas soviéticas a pesar de todas las limitaciones de la censura, Shipkov acusa a Averintsev de haber "asumido un aura de sacralidad" por sus lecciones y conferencias sobre el redescubrimiento conjunto de la tradición cristiana oriental y occidental, como resulta evidente en una de sus pocas publicaciones, la Poética de la literatura antigua bizantina, que se difundió en los años '90 y fue traducida a muchos idiomas en 2004 - después de su muerte repentina en Viena - que Shipkov considera un "nuevo evangelio simbólico del occidentalismo ruso".

En este análisis de la cultura rusa se destaca un factor que hoy resulta verdaderamente determinante para la autoconciencia del poder político y eclesiástico, que afirma la absoluta pureza y originalidad de la variante rusa del cristianismo y del sistema de valores morales, en oposición a la heredada del catolicismo y el protestantismo occidental, que según esta interpretación se han "apropiado" incluso de la tradición bizantina, como muestra precisamente la obra de Averintsev. La Rusia de Shipkov rechaza, por lo tanto, la convergencia de las grandes corrientes de la espiritualidad y la cultura cristiana de Europa Oriental y Occidental, para proponerse como la única verdadera Iglesia encargada de una misión universal.

El filósofo expresa admiración por la personalidad de Averintsev, capaz de evocar a los padres de la Iglesia y la antigua literatura cristiana incluso en tiempos de censura soviética, pero en su opinión fue "una víctima involuntaria de la nueva ideología de los valores liberales", contra la que Rusia se ve obligada a luchar hoy. En el intento de conectar el simbolismo ortodoxo con la literatura occidental, en una "visión común de las épocas" y una especie de "sincretismo de las culturas paganas y las bíblicas", Averintsev intentó armonizar cristianismo y secularismo, provocando una contradicción característica de la visión actual del mundo, que Shipkov define como "tentación del culturalismo", una especie de "herejía contemporánea".

El filósofo utiliza un término ya empleado por otros historiadores rusos de la teología como Georgi Florovsky, "pseudomorfosis", una negación y una traición a la auténtica tradición que se introdujo en Rusia desde los tiempos modernos, en particular a través de la Academia Teológica de Petro Mogila en Kiev a principios del siglo XVII, que utilizaba los esquemas de la escolástica latina. Esto muestra las raíces profundas del conflicto entre Rusia y Ucrania, que precisamente en esa época comenzó a separarse netamente de Moscú, poniendo en evidencia su propia identidad de "puente entre Oriente y Occidente".

Cabe señalar que Averintsev reinterpretó la idea rusa de la "Tercera Roma" conectándola con una dimensión antigua de la cultura, siendo ya la Roma antigua una "tercera figura" después de Troya (mundo oriental) y Alba Longa (Latium vetus occidental), y también Constantinopla como descendiente de Troya y de Roma, para sugerir que no existe un único heredero del cristianismo y de la cultura antigua, sino que en cada manifestación de todas las latitudes se expresa una auténtica contribución a la conciencia universal, lo que los rusos no tienen intención de admitir bajo ningún concepto.

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