06/04/2021, 12.56
EDITORIAL
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El mundo busca la esperanza de la resurrección

de Bernardo Cervellera

Jóvenes asesinados en Myanmar, oprimidos en Bangkok, encarcelados en Hong Kong, sin perspectivas por la crisis económica ... La larga lista de "plagas" sociales del Papa Francisco. La Pascua no es un símbolo vago ni un consuelo psicológico. Tampoco es un mero acontecimiento del pasado.

Roma (AsiaNews) - El anuncio de la Pascua, de la resurrección de Cristo, nunca fue tan bienvenido como este año. Los amigos y familiares que murieron a causa o como consecuencia del Covid; los jóvenes asesinados en las calles de Myanmar - casi 600 en el momento de escribir este artículo - por una dictadura militar que va en contra de la historia; la decisión de Beijing de reprimir hasta el más mínimo anhelo de democracia y libertad en Hong Kong; los generales de Bangkok que desprecian la presión de la juventud tailandesa; los musulmanes uigures víctimas de una represión capilar… A esta ya triste lista se suman las situaciones que recordó el Papa Francisco en su Mensaje del Domingo de Pascua, este 4 de abril: los enfermos sin tratamientos ni vacunas; los jóvenes sin perspectivas; los migrantes "que huyen de las guerras y la miseria". Y luego los calderos de guerra o cercanos a la guerra en Siria, Líbano, Yemen, Israel, Palestina, Ucrania, Nagorno-Karabaj; las amenazas terroristas en África (Sahel, Nigeria, Tigray y Cabo Delgado); los países (sin nombre) donde se pisotea la libertad religiosa, donde "muchos cristianos han celebrado la Pascua con severas restricciones y, a veces, sin poder acceder siquiera a las celebraciones litúrgicas", como en China.

Nunca como este año quisiéramos tener alguna esperanza de derrotar la pandemia, de superar la crisis económica y social que se está agravando cada vez más, de restablecer el diálogo y el entendimiento en una sociedad deshilachada hasta el extremo, donde ahora parece que el único criterio es salvarse a uno mismo a costa de cualquier otro. Y por otra parte, hay una impotencia generalizada, que se tambalea entre soluciones de corto alcance y sin ninguna certeza.

Ya de por sí es muy difícil que el anuncio de la resurrección de Cristo pueda penetrar en la mentalidad de nuestro mundo. En el mejor de los casos se la considera un símbolo de renacimiento (como las flores de primavera sobre los troncos desnudos del invierno), o una especie de consuelo psicológico al que nos aferramos precisamente porque todo parece destinado a la nada. Pero de esa manera la resurrección de Cristo no puede dar origen a un compromiso en la historia.

Los cristianos también contribuimos a la evanescencia de este anuncio. Hay muchos fieles que consideran la resurrección de Jesús como algo que ocurrió en un pasado lejano; Jesús sólo es un maestro que enseñó "muchas verdades", es un ejemplo moral digno de respeto aunque incapaz de producir ningún efecto en la realidad de hoy. En la Vigilia Pascual el Papa Francisco describió con precisión esta actitud: “Muchos viven la 'fe de los recuerdos', como si Jesús fuera un personaje del pasado, un amigo de la lejana juventud, algo que pasó hace mucho tiempo, cuando yo estudiaba el catecismo. Una fe hecha de hábitos, de cosas del pasado, de bellos recuerdos de la infancia, que ya no me toca, que ya no me interpela”.

Pero si es verdad que Jesús ha resucitado, eso significa que tiene poder sobre cada instante de la historia y que hoy sigue estando vivo, en nuestra vida, y que podemos encontrarlo en los sacramentos, en la oración, en la relación fraterna. Y si está vivo, significa que todo el amor con el que nos amó desde la cruz no fue en vano, como si hubiera sido una chispa de sentimiento generoso antes de que todo termine. Significa que su amor es más grande y más fuerte que todos los que querían silenciarlo, aniquilarlo.

De esa manera cualquier situación, incluso la que parece más desesperada, tiene la posibilidad de evolucionar con esperanza, y el compromiso de cada día tiene un horizonte de garantía para el futuro. También significa que Dios no es una droga para la terapia del dolor de la vida, sino la garantía absoluta de la verdad y el bien.

En cierto sentido, la situación desesperante de nuestro mundo nos pone entre la espada y la pared: o el mundo es un disparate irracional, que se avanza hacia la nada, o es una criatura de Dios y por eso tiene esperanzas de crecer, de mejorar, en la alianza del hombre con Dios.

El lunes de Pascua ("del Ángel") el Papa Francisco dijo: “Todos los planes y las defensas de los enemigos y los perseguidores de Jesús han sido vanos. La imagen del ángel sentado sobre la piedra del sepulcro es la manifestación concreta, visual, de la victoria de Dios sobre el mal, de la victoria de Cristo sobre el príncipe de este mundo, de la luz sobre las tinieblas. La tumba de Jesús no se abrió por un fenómeno físico, sino por la intervención del Señor... Dios mismo [es] portador de una era nueva, de los últimos tiempos de la historia, porque con la resurrección de Jesús comienza el último tiempo de la historia, que podrá durar mil años, pero es el último”.

 

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