El pedido de auxilio de los filipinos víctimas de los tifones en la Cop30 de Belém
Joy Reyes, que en 2020 vivió en primera persona la devastación del ciclón Ulises, llevó su testimonio a la Conferencia de la ONU sobre la lucha contra el cambio climático: “Amaba el sonido de la lluvia. Ahora cada gota me da miedo”. La perversa conexión con la deuda internacional, que recae sobre aquellos que son víctimas de la contaminación que producen otros. Cardenal David: "Un impuesto sobre la extracción de la tierra que retribuya a las comunidades locales".
Belém (AsiaNews/Agencias) - “Amaba el sonido de la lluvia. Ahora cada gota me da miedo”. La voz de Joy Reyes, activista por la justicia climática y superviviente del supertifón Ulises en Filipinas, resonó ayer en Belém, en la Amazonía brasileña, donde se está celebrando la Conferencia de la ONU que reúne a los países del mundo para hablar sobre el cumplimiento de los compromisos adquiridos en la lucha contra el cambio climático.
Reyes habló en el evento “El imperativo moral del financiamiento climático: abordar la deuda ecológica en un año jubilar” organizado por Caritas Internationalis junto con CAFOD, Catholic Relief Services (CRS), Debt and Climate Working Group y Living Laudato Si’ Philippines. Un intenso debate durante el cual voces de Asia y América Latina comunicaron un mensaje inequívoco: los Estados deben dejar de tratar la financiación climática como caridad y empezar a considerarla una cuestión de justicia.
"Estamos en el Amazonas, pulmón de la Tierra - dijo Alistair Dutton, Secretario General de Caritas Internationalis, cuando explicó el propósito de la iniciativa -. Los beneficios del desarrollo industrial los han disfrutado algunos; otros han pagado la factura. La justicia exige que quien ha contaminado más, pague más".
La filipina Joy Reyes tradujo estas mismas palabras a su experiencia de vida. Recordó una noche de 2020, cuando los vientos del tifón Ulises devastaron su ciudad y obligaron a su familia a huir de las inundaciones. No habló de cifras y promesas sobre el clima, sino sobre cómo llevó a sus abuelos al piso superior mientras el agua en creciente invadía su casa. "La resiliencia no es justicia – comentó -. No queremos ser resilientes. No estamos pidiendo un favor, estamos pidiendo responsabilidad".
Por su parte, el presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas, Mons. Pablo Virgilio David, habló de los efectos devastadores de los ciclones y tifones que azotan reiteradamente el país. "A los que todavía niegan los efectos del cambio climático – dijo - le hago una amable invitación: vengan a vivir con nosotros durante un año en el país más expuesto a los desastres naturales del mundo". Luego pidió que se pase de la fórmula de los préstamos a formas de reparación, recordando el enorme desequilibrio que se vivió en el año 2022, cuando los países en desarrollo pagaron 59 mil millones de dólares en deudas, mientras que solo recibieron 28.000 millones en financiación climática privada, la mayoría en forma de préstamos.
"La deuda es un instrumento neocolonial - explicó la economista boliviana Carola Micaela Mejía -. Mantiene a los países en una condición de dependencia, incluso mientras enfrentan en primera línea la destrucción climática”. Mejía citó datos según los cuales América Latina gasta tres veces más para reembolsar la deuda que en salud y educación, y que países como Colombia destinan más del 20% de su presupuesto público al pago de la deuda y menos del 1% a la acción climática. Pidió la creación de un acuerdo marco de las Naciones Unidas para la reestructuración de la deuda soberana.
Los participantes en el evento coincidieron en el principio según el cual, el que ha contaminado más debe reparar más. Al respecto, monseñor David citó una propuesta pastoral que se hizo en Mindanao: la introducción de un impuesto a la extracción de tierras, que obligaría a los extractores de combustibles fósiles a pagar contribuciones obligatorias en el lugar de extracción. "No sería una compensación o una escapatoria - explicó - sino cumplir la obligación de reparar el daño".
Reyes, por su parte, habló sobre la insuficiencia de los esfuerzos actuales: "El fondo global para pérdidas y daños asciende a sólo 700 millones de dólares, una cifra irrisoria en comparación con la que haría falta. Y durante 14 años ningún país ha sido considerado responsable por no haber cumplido la promesa de alcanzar los 100 mil millones de dólares. ¿Por qué las víctimas deberían endeudarse para reconstruir lo que otros han destruido?".
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