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TAIWÁN-CHINA
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El pueblo de Taiwán ha hablado, que el mundo no escuche sólo a Xi Jinping

de Gianni Criveller

La victoria de William Lai, la posición clara del electorado a favor de mantener el "statu quo", las amenazas cada vez más insistentes de Beijing, que hoy capitaliza en Oceanía la "ruptura" de las relaciones diplomáticas de Nauru con Taipei. Temores de una escalada de la tensión con un líder dispuesto a todo para concretar la "reunificación".

 

Milán (AsiaNews)- William Lai Ching-te, candidato del Partido Demócrata Progresista (DPP), ganó el sábado las participadas elecciones presidenciales. El margen de victoria es amplio, obtuvo más del 40% de las preferencias, pero esto no se traduce en una mayoría clara en el Parlamento. Derrotó a Hou Yu-ih, el candidato del Kuomintang, partido históricamente adversario de Beijing, pero con el cual comparte la doctrina de que hay una sola China, y que Taiwán forma parte de ella. Por eso China habría acogido con satisfacción su victoria. Y en tercer lugar quedó Ko Wen-je, ex alcalde de Taipei y fundador del Partido Popular: de orientación progresista, tiene la ambición de conciliar los intereses de China y Estados Unidos. Con sus diputados, Ko podrá desempeñar un papel de arbitraje entre los dos partidos principales en el Parlamento.

William Lai pertenece a ese partido que, cuando surgió a principios de los años '90, estaba arraigado en el sur, donde predomina la lengua taiwanesa que habla el 70% de los habitantes de la isla. Los ciudadanos de habla taiwanesa quieren la independencia. Sin embargo, ante las amenazas de China, los líderes del partido que fueron elegidos presidentes (después de Chen Shui-bian y Tsai Ing-wen, Lai es el tercer presidente del DPP), renunciaron a la declaración formal de independencia. Más bien, promueven la perpetuación del statu quo: es decir, la autonomía total de Taiwán, aunque sin reconocimiento internacional formal.

Las encuestas demuestran que la gran mayoría de la población también piensa así: no a la reunificación con la China comunista y no a la declaración de independencia. Eso arrastraría a la isla a una guerra desastrosa y destinada al fracaso desde el principio. La gente prefiere mantener el 'statu quo', renunciando a las aspiraciones nacionalistas.

Por otra parte, la perspectiva de una reunificación pacífica que salvaguarde las conquistas democráticas de Taiwán ha quedado eliminada por la triste historia de Hong Kong, donde el régimen chino introdujo la Ley de Seguridad Nacional (2020), y encarceló a toda la oposición democrática. Sin embargo, los líderes no violentos encarcelados en Hong Kong habían pedido libertad y democracia, no la separación de su ciudad de China.

La fórmula de "un país, dos sistemas" que gobernaba Hong Kong y que ahora ha quedado esencialmente abortada, hubiera podido funcionar como modelo y garantía para la reunificación de Taiwán. Ahora los ciudadanos de Taiwán ya no pueden contar con esa posobilidad.

Es lamentable que los sentimientos del pueblo de la Isla cuenten tan poco en los análisis políticos y en la opinión pública mundial. Pocos conocen o están interesados ​​en conocer la historia de Taiwán. Es decir, su dolorosa historia, hecha de masacres y opresión; del milagroso progreso económico, social y político; de la conquista de la libertad y la democracia en los años 1990. Quien escribe vivía en la isla en ese momento y fue testigo de su transformación. La opinión de los 23 millones de taiwaneses, aunque expresada en elecciones libres, parece contar poco: Taiwán es universalmente considerada sólo como un problema político aún no resuelto con China.

La atención se centra siempre y sólo en Beijing. Xi Jinping ha asumido el poder de manera totalizante como nunca antes en los últimos 30 años, recurriendo en gran medida a una retórica nacionalista y soberanista. Ha dicho expresamente, en varias ocasiones y todas solemnes (la última, en su discurso de año nuevo) que el momento de la reunificación no puede posponerse indefinidamente y que el uso de la fuerza no es una opción excluida.

En 2005 Beijing aprobó una dura ley anti secesionista que autoriza la guerra contra Taiwán en tres casos. Si la isla proclama la independencia, esto último parece inevitable. La reunificación pacífica resulta imposible. Los misiles chinos siguen apuntando a la isla y en 2023 ha aumentado la presión militar en torno a Taiwán, con ataques aéreos y movimientos de buques de guerra. Dong Jun, el nuevo ministro de Defensa de China, es un general experto precisamente en maniobras militares relacionadas con Taiwán. Se han sustituido numerosos generales del ejército: el control de Xi Jinping sobre el aparato militar está completamente consolidado.

Después de las elecciones, con la victoria del candidato más cercano a las ambiciones independentistas de Taiwán, es de temer una escalada de la tensión que conduzca a un conflicto económico y militar más amplio. Taiwán está situado en una posición estratégica en el Pacífico, entre Japón, el Sudeste Asiático y el continente oceánico, lo que lo convierte en una zona clave para los equilibrios mundiales.

Y es emblemático que hoy mismo, pocas horas después de conocerse el resultado de las elecciones, la pequeña isla oceánica de Nauru -uno de los 12 países del mundo que mantienen relaciones diplomáticas formales con Taiwán- haya anunciado que va a interrumpirlas, en coincidencia con la apertura de su embajada en Beijing. Aislar a Taiwán es la condición que la República Popular China impone a todos para poder acceder a cualquier forma de cooperación económica.

Estados Unidos no puede permitir que Taiwán se transforme en un puesto militar chino de avanzada en el Pacífico, en conflicto con sus intereses de seguridad económica, estratégica y militar. Taiwán produce más del 80% de los microchips del mundo, herramientas indispensables para la vida cotidiana del planeta, desde teléfonos móviles hasta ordenadores, desde componentes de vehículos de transporte y militares hasta electrodomésticos: en resumen, cualquier dispositivo que contenga componentes de alta tecnología. La destrucción de Taiwán pondría de rodillas la funcionalidad del mundo tal como lo conocemos ahora. Además, casi la mitad de los buques portacontenedores del mundo pasan por el Estrecho de Taiwán.

También hay otro elemento, casi psicológico, que tiene que ver con las aspiraciones personales del muy ambicioso Xi Jinping, un dictador que no ha dudado en eliminar, política y socialmente, a adversarios y opositores. Se inspira retóricamente en Mao Zedong y quisiera pasar a la historia como un líder a la altura de Mao y Deng Xiaoping, los dos últimos "emperadores".

El primero fundó la Nueva China (es decir, la República Popular China); el segundo la abrió a la modernización, sacándola de la pobreza y unificando Macao y Hong Kong. Para obtener el reconocimiento histórico de ser glorificados como un igual, a Xi sólo le queda una última tarea: devolver a Taiwán al seno de la Gran China. Una tarea histórica, sagrada, irrenunciable. Es de temer que quiera hacerlo en el curso de su vida y que esté dispuesto a pagar (o más bien a hacer pagar) un precio muy alto.

 

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