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RUSIA-AFGANISTÁN
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El reconocimiento ruso de los talibanes de Afganistán

de Vladimir Rozanskij

Moscú se ha convertido en el primer gobierno en completar la normalización de las relaciones con el Emirato Islámico de Afganistán. Ya en 2018, la política rusa hacia los talibanes había comenzado a cambiar, pasando de una oposición formal a una búsqueda evidente de colaboración. Pero la nueva amistad con Kabul se desarrollará al estilo habitual de sospechas mutuas y controles cruzados.

Moscú (AsiaNews) - El pasado 3 de julio, la Federación Rusa se convirtió en el primer Estado del mundo en reconocer a todos los efectos al gobierno del movimiento radical talibán, que en 2021 tomó el poder en lo que hoy se declara Emirato Islámico de Afganistán y que, por lo tanto, ahora ha izado su bandera en el edificio de la embajada afgana en Moscú. Sobre los motivos de esta decisión y las consecuencias que pueden derivarse de ella reflexiona en Asia Plus el analista político de origen afgano Farid Muttaki, profesor de economía política en la Universidad de Bremen (Alemania), que desde hace tiempo documenta los crímenes de guerra y las violaciones de los derechos humanos en Afganistán.

Recordando la historia que precedió al regreso de los talibanes a Kabul, observa que la actitud de Rusia hacia este movimiento extremista siempre ha sido bastante ambigua, oscilando entre la colaboración prudente, las negociaciones estratégicas y el distanciamiento pragmático. En el país invadido por los soviéticos en 1979, donde se desmoronó de hecho la capacidad de los rusos para dominar el equilibrio geopolítico en el siglo pasado, Rusia ha tratado de limitar los daños y las amenazas a la seguridad regional de Asia Central, luchando contra el terrorismo y tratando de salvar sus intereses en esta zona crucial.

El objetivo principal, desde la primera caída del régimen talibán en 2001, siempre ha sido evitar una reorganización de los grupos armados, que podrían desestabilizar la región de diversas maneras y en numerosas ocasiones. Moscú siempre ha mantenido una actitud bastante escéptica hacia el gobierno de la república islámica establecido en 2001, considerándolo un «títere occidental», pero permaneciendo formalmente a su lado en la contención de las presiones radicales de los talibanes y otros grupos, con los que, sin embargo, intentaba negociar entre bastidores.

Desde 2018, la política rusa hacia los talibanes ha comenzado a cambiar, pasando de una oposición formal a una búsqueda evidente de colaboración. Las primeras negociaciones oficiales con los representantes del movimiento tuvieron lugar en 2019, una primera señal de reconocimiento de su participación en la construcción de un futuro alternativo en Afganistán. Como explica Muttaki, estas reuniones tenían como objetivo «una regulación política, vinculada a una disminución de las acciones violentas», aunque Moscú no pretendía reconocer a los talibanes como una fuerza política legítima, sino intensificar su presión sobre el Gobierno de Kabul y también sobre otros actores de la escena regional, como China y Pakistán, junto con los cuales Rusia participó en el Grupo de Coordinación Cuadrilateral con Estados Unidos para «garantizar la estabilidad en Afganistán» .

Así se llegó, con las diversas fases de los sucesivos cambios, al reconocimiento actual, en el que Rusia considera que el Gobierno talibán es «un factor decisivo para contener las presiones extremistas» procedentes del ISIS-Khorasan en sus diversos sectores y para reforzar el papel de Rusia como principal mediador de toda la región, tras la salida del ejército estadounidense. Ahora los talibanes esperan «una oleada de espías rusos en Afganistán», según se desprende de documentos gubernamentales de Kabul publicados en Nezavisimaja Gazeta, y la nueva amistad con los rusos se desarrollará con el habitual estilo de recelos mutuos y controles cruzados.

La decisión del Kremlin podría llevar también a China, Irán, Pakistán y quizás a los Estados del Golfo Pérsico —que ya mantienen relaciones con los talibanes desde hace tiempo— a completar el proceso como lo ha hecho Moscú, debilitando aún más el aislamiento de los talibanes. Esta medida se inscribe en la estrategia global del conflicto de Rusia con todo Occidente, bloqueando también los mecanismos occidentales de ayuda humanitaria y reafirmando su control también en este sector. El politólogo, junto con muchos otros comentaristas, se pregunta hasta qué punto Rusia será capaz de actuar por sí sola, o en coordinación con su estrecho círculo de socios regionales, y garantizar el nivel necesario de estabilidad y apoyo económico al Afganistán de los talibanes, y no conseguir más bien el efecto de arrastrar también a Kabul al aislamiento internacional a largo plazo, en el que ya se ha hundido Moscú con la guerra en Ucrania.

 

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