19/03/2018, 15.53
RUSIA
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Ganó Putin IV, ‘el Terrible’

de Vladimir Rozanskij

Si bien los resultados aún no son definitivos, el zar Putin resulta ganador con el 76,6 % de los votos. El efecto “Crimea” y la división entre los liberales fueron factores que contribuyeron a su afirmación como líder. La bendición de Putin por parte de Kirill.

Moscú (AsiaNews)- La comparación entre Vladimir Putin y el zar del Siglo XVI, Iván “El Terrible” suena casi con naturalidad desde el mismo inicio del caso político del zar contemporáneo, desde su amenaza lanzada a los terroristas chechenos cuando asumió el cargo de Premier, en el año 1999. La amenaza -en ruso: groza-  es el origen del sobrenombre Groznyi, precisamente “el terrible”, capaz de asustar a todos los enemigos de Rusia. Hoy,  como entonces, es Occidente el verdadero y gran “enemigo”, incluso más que los islámicos -domados por Putin en la patria y en el extranjero (en Siria)-, y la victoria del cuarto mandato hace que Putin se parezca cada vez más al cuarto Iván de la Santa Rusia medieval.

En Rusia, los resultados definitivos de las elecciones presidenciales de 2018 serán anunciados dentro de algunos días, ateniéndose a la ley electoral rusa. Sin embargo, ya desde anoche surgió claramente la amplia afirmación del “presidente del pueblo”, que se presentaba por primera vez como [candidato] independiente y por encima de toda división. Considerando la casi totalidad de las papeletas contadas, Putin resulta vencedor con el 76,6% de los votos (56,2 millones, 10 millones más que en 2012), delante de los comunistas Pavel Grudinin con el 11% (su predecesor Zjuganov había sacado el 17%), del eterno nacionalista Zhirinovskij -que mantiene su 6%- y de los demás candidatos que siguen, entre los cuales sobresale la “opositora liberal”, Ksenja Sobčak con el 1,7%. Los datos son susceptibles de mínimas correcciones, dentro de los diez días previstos para la proclamación oficial.

 

El efecto “Crimea”

Putin aprovechó realmente el efecto “Crimea”, siendo éstas las elecciones posteriores a la anexión (2014) de la península disputada con Ucrania, territorio simbólico para toda la historia rusa: en Crimea se bautizó el príncipe Vladimir en el año 987, para luego conducir a todo el pueblo al cristianismo al año siguiente, en la aguas de Dnieper, bajo Kiev. Con el correr del tiempo, Crimea fue colonia griega, tártara y turca, pero siempre fue reconquistada por los cosacos rusos para afirmar la victoria de la verdadera fe; Pedro El Grande hizo de esto un trampolín de su imperio y Stalin convocó allí a los jefes aliados para sancionar los equilibrios de la “guerra fría”. Hoy, desde Crimea, Putin proclama que Rusia quiere condicionar los equilibrios mundiales nuevamente.

En verdad, la gran victoria costó mucho más de lo previsto. Hace cuatro años, la popularidad del presidente estaba por las estrellas, por encima del 80%, pero ésta luego fue cayendo progresivamente a la par de las estrecheces de la crisis económica, agudizada a raíz de las sanciones occidentales como consecuencia, precisamente, de la anexión de Crimea. Prometiendo superar en plena autarquía cada dificultad, Putin ha tenido que extraer su fuerza del orgullo nacional, echándole la culpa al odiado Occidente por los sacrificios que deben atravesar los ciudadanos de la Federación. La guerra en Siria fue la gran “arma de distracción de masas”: con la bendición de la Iglesia Ortodoxa, e incluso con la del Papa en Roma, Rusia retomó el control de este territorio crucial de Oriente Medio, que siempre estuvo bajo su protectorado, llegando a justificar con esto su carrera armamentista con las más avanzadas y aterradoras tecnologías, que el presidente saliente blandió en su discurso conclusivo del mandato.

Un  impulso eficaz también provino de la “guerra de los espías”, después de la ejecución con veneno del espía Sergej Skripal y de la  expulsión recíproca de diplomáticos entre Rusia y Gran Bretaña. El episodio, un clásico de la Guerra fría, exaltó la propia groza, la capacidad de Putin de devolver al remitente las agresiones y de castigar a los traidores, tal como hacía el zar Iván y el generalísimo Stalin, a quien el perfil del actual líder se está conformando cada vez más. La popularidad de Putin, de hecho, marcha de la mano con la rehabilitación del dictador georgiano, el cual es justificado por buena parte de la población, incluso en lo que respecta a las víctimas de los campos de concentración: imaginemos entonces qué peso podrá tener la eliminación de los espías que huyeron a Gran Bretaña.

 

La contribución de la Iglesia ortodoxa y de Kirill

A pesar de todas estas coyunturas favorables, la campaña presidencial contó con un gran compromiso de la administración estatal y de la Iglesia Ortodoxa, para convencer a los rusos de ir a votar, alcanzando una afluencia del 67% y superando el 65% del año 2012, una caída en la participación habría dejado un sabor amargo en la boca del triunfal líder que lleva 20 años en el poder.  Hay quien tiene tiene reservas sobre la credibilidad de este dato, considerando la gran diferencia que rige en los porcentajes de los votantes en las mesas desprovistas de observadores (casi el 80% de afluencia promedio) y de aquellas que, en cambio, fueron fiscalizadas (afluencia aproximada del 50% en promedio), pero también este es un dato que suele repetirse en las elecciones rusas.

Por último, los electores han demostrado que no les agrada que el histórico secretario del Partido comunista sea sustituido con un empresario agrícola proveniente del partido de Putin; en general, los comunistas son apoyados por la porción más anciana y conservadora de la población. Los liberales también colaboraron para que se diera el triunfo putiniano, peleándose continuamente entre ellos: en los últimos días, la polémica más destructiva fue entre Sobčak y el “no-candidato” Aleksej Naval’nyj, líder de la oposición callejera, que proponía no ir a votar. La total incapacidad de los adversarios de Putin para movilizar a los rusos casi que hace pensar en una directiva del Kremlin, que en cada elección se muestra capaz de montar un escenario de “competencia democrática”  cuando en realidad, éste se asemeja cada vez más al de la consagración del zar. El patriarca de Moscú, Kirill (Gundadjev) le dio su bendición enseguida, resumiendo los motivos del triunfo: “Vuestra convincente victoria en las elecciones, en las condiciones de un procedimiento electoral abierto y transparente, con una alta participación de los electores, testimonia la voluntad de los rusos de unirse en torno a usted, de todos aquellos que pertenecen a diversas nacionalidades, religiones y confesiones, a diversos grupos sociales y franjas etarias, e incluso de aquellos que tienen diversas ideas políticas”. Putin IV ya es el zar de todas las Rusias.

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