18/02/2023, 12.25
MUNDO RUSO
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La Ortodoxia rusa y la religión militante

de Stefano Caprio

La dimensión propiamente eclesiástica resulta cada vez más secundaria en la glorificación del "Mundo Ruso", que significa "pueblo" e "imperio" más que liturgias y mitras episcopales. Por todas partes hay banderas, camisetas y memes digitales impresos con el lema "¡Somos rusos, Dios está con nosotros!", que el zar Nicolás I enarboló como grito de batalla de Rusia en la Guerra de Crimea a mediados del siglo XIX.

 

Ya ha pasado una semana desde el séptimo aniversario del histórico encuentro entre el papa Francisco y el patriarca Kirill en el aeropuerto de La Habana, el 12 de febrero de 2016, pero ninguna de las dos Iglesias ha considerado oportuno recordarlo de alguna manera. Hasta 2021 en esas fechas se habían organizado conferencias en sedes alternas entre Europa y Rusia, la última de las cuales fue online, sobre la pandemia. Hoy los encuentros son raros e improbables, con la presencia silenciosa del metropolita Antonij de Volokolamsk en alguna cita en común, sin tratar de reanudar un verdadero diálogo, ni siquiera sobre la posibilidad de actuar juntos por la paz.

Precisamente con vistas a iniciar negociaciones para el cese definitivo de la guerra en Ucrania, el mismo Papa ya ha dejado de lado cualquier posible convergencia con el patriarca, centrándose decididamente en los líderes políticos. Cuando volvió de su viaje a África el 5 de febrero, Francisco reiteró que estaba "abierto" a reunirse con los presidentes de los dos países en conflicto, Zelenskyj y Putin. “Si no he ido a Kiev es porque de momento no es posible ir a Moscú, pero pido diálogo”, quiso aclarar el pontífice. El ruso Leonid Sevastyanov afirmó que el Papa le había escrito que “desea intensamente venir a Moscú y discutir con el presidente Putin sobre la posibilidad de normalizar el conflicto entre Rusia y Occidente”, según dijo en declaraciones a RIA Nóvosti el 15 de febrero.

Sevastyanov es el presidente de la Unión de Viejos Creyentes, una formación cismática de la ortodoxia rusa que siempre ha profesado la superioridad de la fe y las tradiciones de los rusos sobre todas las demás, incluidas las de otras iglesias ortodoxas. En realidad también es un colaborador histórico del patriarca Kirill, quien lo acogió como seminarista cuando era metropolitano en Smolensk, a pesar de proceder de una familia cismática, e incluso lo envió a estudiar a la Universidad Gregoriana de Roma, donde obtuvo una licenciatura en filosofía política en 2002. Luego completó su educación en la Georgetown University de Washington, con un doctorado en relaciones internacionales. Su relación de confianza con el Papa se debe a la admiración del pontífice por su esposa Svetlana Kasyan, una cantante lírica y popular que fue varias veces a visitar a Francisco en Roma junto con toda la familia.

No se trata, entonces, de simpáticas cartitas amistosas: la correspondencia con el Papa es una forma de "diplomacia paralela" de un experto en política internacional (Sevastyanov también es consultor del Banco Mundial), un hombre de confianza del patriarca y del mismo presidente Putin, quien ha expresado en reiteradas ocasiones su cercanía a la comunidad de los Viejos Creyentes. Los cismáticos del siglo XVII, perseguidos por todos durante siglos, en cierta forma hoy expresan el alma profunda del cristianismo ruso, por lo menos en esa versión radical y militante que se impone cada vez más a la canónica y "ecuménica" de la Iglesia patriarcal. Con estos mensajes se confirma que a los rusos les gustaría enrolar también al papa de Roma en la gran restauración de un cristianismo tradicionalista e intransigente -que en términos generales es muy poco afín a la personalidad de Jorge Mario Bergoglio- e incluso en la lucha contra el dominio político y cultural del Occidente filo estadounidense, la verdadera motivación de la agresividad de los rusos.

Se impone cada vez más desde Rusia una variante del cristianismo político y "popular", cuyo alcance va mucho más allá de la guerra con Ucrania y las pretensiones de reunificación de las variantes históricas del pueblo ruso. El impacto en la opinión pública internacional es tal que ha pasado casi desapercibida la noticia del ascenso del nuevo jefe de Al-Qaeda, el egipcio Saif Al-Adel, entrenador de los terroristas que atacaron las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 y símbolo del radicalismo religioso durante veinte años, que hoy ha sido sustituido por los "mártires rusos" bendecidos por el patriarca para la guerra de Ucrania. En realidad, la figura misma del patriarca Kirill y de los demás jerarcas de la ortodoxia rusa se desvanece cada vez más frente a las proclamas propagandísticas de los líderes políticos y militares.

La dimensión propiamente eclesiástica resulta cada vez más secundaria en la glorificación de la Ortodoxia del "Mundo Ruso", que significa "pueblo" e "imperio" más que liturgias y mitras episcopales. Es una reedición de la “tríada zarista”, que proclamaba como principios fundamentales “ortodoxia, autocracia y populismo”, dejando la religiosidad en último lugar, como accesorio decorativo. Por todas partes hay banderas, pero también camisetas y memes digitales, estampados con el lema "¡Somos rusos, Dios está con nosotros!" (My russkye, c nami Bog!), según el cual, Dios está al servicio de los rusos y no al revés. Es la consigna que se impuso durante la campaña suiza del Generalísimo Suvorov en 1799, y que el zar de la “tríada”, Nicolás I, enarboló como el grito de batalla de Rusia en la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX, la operación militar que más inspiró la guerra actual. Incluso el imperio germánico, que nació en esa misma época, también quiso apropiarse del lema "Gott mit uns!", y en la Primera Guerra Mundial rusos y alemanes lucharon entre sí confiando ambos en el apoyo divino, siempre suponiendo que estamos hablando del mismo dios.

Un poeta ruso de la época de Nicolás I, Petr Vyazemsky, escribió en aquel momento un poema sarcástico titulado "El dios ruso": "¿Necesitan que les explique / quién es el dios ruso? / Es el dios de las tormentas, el dios de los abismos… el dios de los hambrientos, el dios de los congelados / el dios de los que no lo lograron / ése es el dios ruso”, y concluye con “el dios de los extranjeros errantes / que se presentan a nuestra puerta / sobre todo el dios de los alemanes / ése es el dios ruso”. Los "alemanes" (nemtsy) designa a todos los extranjeros, a los que son "mudos" (nemye) porque no tienen la palabra (slovo), prerrogativa exclusiva de los eslavos, en un complejo juego de palabras destinado a condenar la pretensión de ser los únicos “verdaderos creyentes” del universo.

En la nueva constitución de Putin de 2020 se quiso introducir oficialmente el nombre de Dios en la ley fundamental, en la expresión  que habla de la "memoria de nuestros padres, que nos transmitieron sus ideales y la fe en Dios". También en este caso reducido a un accesorio y al margen de la influencia directa del patriarcado, que prácticamente no tuvo voz en la redacción del nuevo texto. Como dice la columna Signal de Meduza, "no fue la Iglesia la que vino al encuentro del Kremlin, sino el Kremlin el que entró en la iglesia". Todas las encuestas y estadísticas confirman que el 70-80% de los ciudadanos rusos que se declaran ortodoxos entienden su fe más que nada como una dimensión simbólica de la ideología de Estado. De esta casi totalidad de la población de etnia rusa, más de la mitad nunca ha pisado una iglesia, según muestra una encuesta del centro Levada de 2022, solo el 27% cree en la resurrección y el más allá, y más del 70% no tiene ninguna intención de observar los ayunos, un precepto fundamental de la devoción ortodoxa tradicional. El mismo patriarca Kirill ha confirmado en reiteradas oportunidades que la fe ortodoxa es ante todo la "herencia de los padres", y cuanto mucho el "fundamento espiritual de nuestra civilización, del mundo ruso".

Estas afirmaciones son tachadas de herejía tanto por teólogos ortodoxos como católicos y protestantes. Pero es importante dejar en claro de qué herejía se trata. En el siglo XIX el patriarcado de Constantinopla condenó el "filetismo", es decir, la pretensión de autonomía nacional de la Iglesia, atribuido a los griegos de Atenas y a los búlgaros. Posteriormente la autocefalia étnica se convirtió en la norma de toda la Ortodoxia, que hoy cuenta con 15 Iglesias nacionales, y el mismo patriarca Bartolomé de Constantinopla forzó en 2018 la aprobación del Tomos de autocefalia para Ucrania, desatando la ira de Moscú. Por otra parte, el patriarcado moscovita fue el primero en allanar el camino a las Iglesias nacionales, imponiéndose como la Tercera Roma a fines del siglo XVI.

Y hace pocos días los obispos católicos alemanes Peter Kohlgraf (director de Pax Christi) y Franz-Josef Overbeck (obispo de Essen y obispo castrense) comentaron las posiciones del patriarca Kirill, calificándolas como "cínicas y depravadas" tanto desde el punto de vista religioso como moral, porque glorificaban el martirio de los soldados rusos, "enviados al frente como carne de cañón". La herejía nacional imperialista resulta así agravada por la justificación de la guerra y el sacrificio humano, retrotrayendo a un pensamiento medieval.

Quizás deberíamos preguntarnos no sólo por las desviaciones de la ortodoxia rusa, sino especialmente por la difusión cada vez más incontenible de la "religión política" en todas las latitudes. Desde el Islam radical hasta la Turquía neo-otomana, pasando por los teo-con estadounidenses y el pentecostalismo intransigente, el hinduismo y el budismo al servicio de la política, y la sacralización del comunismo chino. ¿Esta es la religión del siglo XXI?

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