La Rusia ortodoxa, centro de la civilización mundial
Moscú celebró la variante rusa de la fiesta del Bautismo de la Rus' de Kiev y el patriarca Kirill recordó incluso al "creyente ateísta" Stalin, para exaltar el "nuevo Bautismo" de la Rusia post soviética. Por su parte, el metropolitano de Crimea, Tikhon, inauguró en Sebastopol una gran exposición dedicada al príncipe Vladimir, presentándola como un verdadero "museo universal del cristianismo".
El patriarca Kirill (Gundjaev) de Moscú celebró la variante rusa de la fiesta del Bautismo de la Rus' de Kiev dos semanas después de la fecha “gregoriana” que se observa en Ucrania, poniendo de relieve la "rusidad" de la herencia bautismal, pero sin ahondar en la polémica con los ucranianos por la atribución de la elección del gran príncipe Vladimir de Kiev. Con el Bautista "igual a los apóstoles" ha sido comparado, además, el actual señor del Kremlin, Vladimir Putin, porque "hoy, al frente de nuestro Estado, hay un hombre sinceramente ortodoxo, no por conveniencia política ni por circunstancias particulares, sino por su libre elección, basada en su fe profunda, que se refleja en la vida de todo nuestro pueblo".
El patriarca recordó el dicho de que "la fe del zar es la fe del pueblo", refiriéndose al primer Vladimir y, por extensión, también al último Vladimir, pasando por los numerosos soberanos "sinceramente creyentes" de la historia rusa, incluso durante el período soviético. Haciendo referencia a las “diversas leyendas” que se transmiten sobre el dictador soviético Iósif Stalin - sin hacer comentarios sobre su autenticidad - recordó que el “padre de los pueblos” georgiano se encontró en 1943 con el entonces Teniente patriarcal, el metropolitano Sergij (Stragorodskij), quien se dirigió a "Su Excelencia" con el proverbio ruso "El que recuerda el pasado perderá un ojo", inaugurando así "una nueva era de la ortodoxia rusa". En efecto, Stalin nombró patriarca a Sergij, restauró gran parte de las iglesias y dejó en libertad a muchos obispos recluidos en los campos de concentración, por lo que también él puede ser incluido con pleno derecho en la lista de los "herederos de Vladimir el Grande".
El recuerdo del “creyente ateísta” - que usaba la Iglesia para alimentar el culto de su propia personalidad - sirve al patriarca Kirill para demostrar la continuidad de la fe en Rusia incluso a través de la persecución soviética, que "no logró erradicar la ortodoxia de las mentes y los corazones de nuestros hombres y mujeres". Durante el imperio de la ideología oficial de los bezbožniki, los "sin Dios" comunistas, "había obviamente muchas personas que renunciaban a la fe en Dios por miedo", pero también había muchísimos que no renunciaban a expresar su religiosidad, aunque "no todos tenían el valor de ir a la iglesia". Recordando sus propias experiencias de los tiempos soviéticos, Kirill cuenta que "algunos invitaban secretamente al sacerdote a su casa para la Pascua", pero también aquellos que no hacían nada parecido "seguían siendo de todos modos hombres creyentes".
El patriarca asegura entonces que "el Señor ha tenido misericordia de Rusia, del pueblo ruso" a pesar de las persecuciones más terribles de la historia contra la religión, gracias "a la fe de nuestros mártires y confesores, de nuestras abuelas y madres, un poco menos de la de nuestros padres", pero después del final del régimen ateísta la Iglesia ortodoxa ha retomado su papel "civilizador", que a lo largo de los siglos se ha convertido en la verdadera "fuerza fundacional del Estado", una expresión que se remonta al santo "martillo de los herejes" de finales del siglo XV, Iosif de Volokolamsk, a quien el patriarca recurre muy a menudo para demostrar la importancia de la Iglesia en la historia rusa.
El “nuevo Bautismo” postsoviético de treinta y cuatro años atrás es, entonces, la verdadera razón de ser de la fiesta de los 1073 años del Bautismo de Kiev, lo que demuestra que “los acontecimientos trascendentales y los cambios tectónicos en la vida del Estado nunca se someten a la voluntad de los políticos, aunque estos intenten dominarlos, sino que en realidad están destinados a realizar la voluntad de Dios”, y por lo tanto “hoy somos herederos de este milagro divino, de este don de su misericordia”. Esto renueva la vocación de Rusia a una misión universal para “expulsar al demonio que intenta separar al hombre de su Señor y Salvador”, proclama triunfalmente el patriarca.
Hoy, en cambio, Rusia vive “en condiciones muy favorables”, sin ninguna presión sobre la Iglesia, y nadie amenaza la verdadera fe, como sí sucede en muchos otros países del mundo. Además de los gobernantes ortodoxos, también “se ha convertido” la intelligentsija, y la mayoría de los mejores eruditos y especialistas en los diversos campos de la ciencia “son verdaderos creyentes”. Sin embargo, la verdadera fe “siempre requiere grandes sacrificios”, advierte Kirill, recordando el término ruso para referirse a la ascesis, el podvig que presupone el dviženie, el “movimiento” del desarrollo interior de la persona humana. “No es posible llevar a cabo la tarea del trabajo y la tarea de la guerra si el alma es débil, si no se afirma una visión correcta del mundo”, porque sólo “cuando el alma es fuerte, también son fuertes las acciones”, algo de lo que hoy Rusia tiene extrema necesidad, considerando la necesidad de conquistar la victoria en la guerra con Ucrania, aunque sin mencionarla explícitamente.
La renovación de la fe bautismal debe, por lo tanto, “conservarse y regenerarse cada vez más”, insiste el patriarca, porque “Rusia es un gran país que ejerce una enorme influencia en la civilización mundial, y en todo lo que sucede en el mundo”, ampliando los horizontes mucho más allá de los confines del conflicto con su vecino. Hay que “saber conjugar la fe con la ciencia, la tecnología y toda forma de conocimiento”, prestando especial atención a “aquellos que viven más al oeste de nosotros, que han renunciado a su fe hace mucho tiempo”. Y este testimonio de Rusia servirá también a todos los otros pueblos y religiones, para “reflexionar adecuadamente sobre los destinos de los Estados y de las regiones del mundo”.
Por eso la fe de los rusos debe ser cada vez más auténtica, concluye Kirill, “sin hipocresías, sin limitarse al cumplimiento formal de las propias tareas, sin tener miedo de los poderes superiores, sino solo con el temor de Dios, para ser buenos servidores de sus planes para Rusia y para el mundo entero”, con la oración de todos los santos y mártires, de los Vladimir y de los soberanos ortodoxos o pseudo-ortodoxos “iluminadores de Rusia”. A estos llamamientos patriarcales ha respondido de inmediato con gran celo la otra personalidad de primer plano de la jerarquía ortodoxa rusa, el metropolitano de Crimea, Tikhon (Ševkunov), cuando inauguró hace pocos días la gran exposición dedicada al Krestnyj Otets, el “padrino de Bautismo” de Rusia, el príncipe Vladimir el Grande, que fue bautizado precisamente en Quersoneso a orillas del mar Negro, antes de hacer que la población de Kiev se sumergiera en las aguas del río Dniéper.
La exposición ocupa la parte principal del gran museo del “Nuevo Quersoneso”, el complejo eclesiástico-museográfico construido por iniciativa de Tikhon sobre las ruinas de la antigua ciudad, en la periferia de la capital, Sebastopol. Tiene siete grandes salas, con muchos objetos sagrados e históricos, pero también grandes pantallas y una sala-teatro con pantalla en forma de cúpula para las proyecciones cinematográficas. El metropolitano, por su parte, nombró directamente a Ucrania, afirmando que “el Bautismo es una fiesta de unión de los pueblos, de los rusos y de los ucranianos y de todos los demás pueblos que a lo largo de la historia se han unido a Rusia”, y el museo de Sebastopol no estará solo limitado a Rusia, sino que será un verdadero “museo universal del cristianismo”.
Releyendo la historia milenaria, Tikhon afirma que “muchas veces otros Estados han intentado destruir y dividir a Rusia, pero siempre hemos logrado superar y aniquilar estas conspiraciones, incluso derramando nuestra sangre”. Recordó los enfrentamientos que comenzaron en 1654, a los que llamó “la primera operación militar especial” para reunificar a Ucrania con Rusia, cuando se produjo el levantamiento de los cosacos de Bohdán Jmelnitski que separó los territorios fronterizos “ucranianos” del reino de Polonia, sometiéndolos al zar Alexéi de Moscú, el segundo zar de la dinastía Romanov. El metropolitano recuerda que en aquel momento “hicieron falta trece años de combates”, aludiendo a la necesidad de ir hasta las últimas consecuencias en la guerra actual, durante todos los años que haga falta. El metropolitano considera que hoy “la sangre de los hermanos no solo divide, sino que también une, quizás no de inmediato, pero lo lograremos, el tiempo lo cura todo”.
Después de la solemne liturgia en la catedral de la Dormición del Kremlin, el patriarca y todos los metropolitanos encabezaron una solemne procesión con las reliquias y el ícono del santo príncipe Vladimir hasta la plaza Borovitskaya, donde se encuentra el monumento al Bautista erigido en 2016, que se caracteriza por el curioso detalle del gorro de los zares, la Šapka Monomakha de estilo tártaro, que los monarcas rusos adoptaron recién en el siglo XVI con la coronación de Iván el Terrible. Otra muestra de la superposición de las figuras históricas del Mundo Ruso, donde no importan las fechas, sino sus interpretaciones actuales.
En la letanía celebratoria se incluyó la oración “por nuestro país protegido por Dios y por su presidente Vladimir Vladimirovich, las autoridades y el ejército victorioso, para que podamos vivir en la paz y en la pureza de la fe”. El Bautismo es un evento que se renueva en la espiritualidad y sobre todo en la reconstrucción de un mundo unitario, lo que para los rusos caracteriza verdaderamente la dimensión político-religiosa, porque es el único país del mundo donde el sacramento se convierte en fundamento del Estado, y proyección de un imperio universal.
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14/12/2018 11:52
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