06/12/2025, 12.03
MUNDO RUSO
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La deriva nacionalista de Rusia

de Stefano Caprio

El ideal de la “reunión universal de los pueblos” bajo el liderazgo de Moscú hoy está siendo reemplazado por la búsqueda de la pureza de la Russkaja Obščina, la “comunidad rusa” que excluye a todos los demás pueblos de su orgullosa soledad universal. Al mismo tiempo, desde principios de 2025 se conocen 276 casos de agresión por motivos de odio interétnico en Rusia, en los que 7 personas perdieron la vida.

Mientras se arrastra cansadamente la puesta en escena de las “negociaciones de paz” entre la Rusia cada vez más agresiva de Putin y la Ucrania cada vez más desintegrada de Zelenski, y los mediadores Steve Witkoff y Kirill Dmitriev pasean amistosamente por la Plaza Roja, Rusia cae en la espiral de una deriva nacionalista y ultraconservadora cada vez más radical, que parecía ajena a la ideología imperial del Russkij Mir, el ideal de la “reunión universal de los pueblos” bajo el liderazgo de Moscú. Ahora, en cambio, parece imponerse la búsqueda de la pureza de la Russkaja Obščina, la “comunidad rusa” que excluye a todos los demás pueblos de su orgullosa soledad universal.

A los nacionalistas rusos se les llama los “ultra”, que a menudo no son más que  grupos de “cazadores de migrantes”, difíciles de distinguir de los movimientos análogos en las regiones contra las que se ensañan, como los caucásicos, supernacionalistas a su vez, partidarios del presidente checheno Ramzan Kadírov o de otros líderes del Cáucaso Norte, que se alinean con la “Comunidad Rusa” en la defensa de la “nación”. Como recuerda en el programa "Grani Vremeni" de Radio Svoboda la experta de Memorial en cuestiones de discriminación racial, Stefania Kulaeva, hasta hace pocos años las autoridades rusas trataban de extinguir estos fenómenos con fuertes políticas represivas, y se pregunta “para qué les sirven hoy los ultranacionalistas a la política del Kremlin”.

Los grupos de nacionalistas son cada vez más numerosos en Rusia, desde Severnyj Čelovek (“Hombre Septentrional”) pasando por Rusič (“Hombre de la Rus”), hasta precisamente Russkaja Obščina y decenas de otras agrupaciones locales de la misma orientación. En vísperas de la fiesta de la Unidad del Pueblo, el pasado 4 de noviembre, sus representantes organizaron una marcha en el suburbio moscovita de Liubertsy, con máscaras negras, símbolos nazis y coreando consignas sobre la “pureza de la nación”, rodeados por la policía, que se cuidó muy bien de intervenir.

Hoy los ultra apoyan la guerra en Ucrania, llevan adelante diversas iniciativas para combatir el aborto, forman patrullas para aterrorizar a los inmigrantes, persiguen a los activistas LGBT, y sus “valores tradicionales” prácticamente coinciden con los que promueve oficialmente el Kremlin. En la primera década del siglo los movimientos de extrema derecha habían sido reprimidos y decapitados cuando organizaron las primeras “marchas rusas” por las calles de Moscú y San Petersburgo con decenas de miles de adherentes. Los líderes fueron arrestados y acusados de numerosos delitos, como Aleksandr Potkin, el fundador del “Movimiento contra la inmigración ilegal”, y su socio, Dmitrij Demushkin, que fueron declarados culpables de “fundar una asociación extremista”, prohibida y disuelta en 2011. A otro referente de esta orientación, Maksim Martsinkévich, condenado por extremismo, lo encontraron muerto en su celda de aislamiento después de un interrogatorio.

Hoy, en cambio, las autoridades acuerdan con los nacionalistas sobre diversas cuestiones, tanto a nivel regional como federal, lo que pone en evidencia la deriva cada vez más aislacionista de Rusia después de la invasión de Ucrania en 2022, a pesar de las proclamas de la sobornost ecuménica imperial. La retórica sobre la inmigración se orienta progresivamente hacia la hostilidad y la marginación de los extranjeros, sobre todo los que provienen de los países de Asia Central, el “patio trasero” de los tiempos soviéticos, que cada vez goza de menos confianza entre los rusos. Putin firmó recientemente la nueva “Política sobre las migraciones”, donde resulta evidente que Rusia no tiene intención de adaptar e integrar los flujos de migrantes ni quiere resolver gracias a ellos la crisis demográfica, como en realidad sería más que necesario.

En cambio, se promueve el “crecimiento natural de la población rusa” con todo tipo de incentivos a la natalidad, recompensando incluso con subsidios del Estado a las adolescentes que aceptan quedar embarazadas por espíritu patriótico. La migración se regula cada vez más como “no familiar”, excluyendo esposas e hijos, a la gran mayoría de los cuales se les prohíbe matricularse en las escuelas rusas, se les niega la atención de la salud y preferentemente se les envía de vuelta a casa. Este enfoque contradice todas las necesidades no solo demográficas sino también económicas de Rusia, como afirman en voz baja todos los expertos, incluso a nivel del gobierno. En cambio, la propaganda nacionalista excita sobre todo a los más jóvenes, que provocan peleas con los hijos de los inmigrantes y publican las imágenes en los canales de Telegram.

Esta espiral de violencia está estrechamente relacionada con la necesidad de movilizar a la población para la guerra; la Russkaja Obščina no solo expresa xenofobia o islamofobia, sino que su propósito es exaltar los “fundamentos de la rusicidad”, y de esa manera respalda las motivaciones del Kremlin para “liquidar a Ucrania”, el objetivo no solo de la guerra en el Donbass, sino de la contraposición radical a cualquier limitación de la naturaleza rusa. Sin la guerra, esta exasperación podría fácilmente disiparse, y los extremistas de derecha podrían volverse peligrosos y sin control, y en cualquier caso no necesarios para la política del Estado, y esa es una de las razones por las que el Kremlin no tiene ninguna intención de cerrar acuerdos de paz.

Hace pocos días se celebró en Moscú el “Foro Ideológico Panruso”, cuyo tema central fue la “restitución a Dios del Mundo Ruso” y la proclamación del Imperio Ruso, según las intenciones de los organizadores, el oligarca ortodoxo Konstantin Malofeev y el filósofo Aleksandr Duguin. En su opinión, la imagen de la Rusia del futuro está indisolublemente unida a la “nación rusa trinitaria”, en el sentido de la unión de la Gran Rusia con la Rusia Blanca y la Pequeña Rusia, como se denomina a Bielorrusia y a Ucrania. Según sus proclamas, “para formar una nación hay que encontrar una idea común, que responda a las exigencias de la justicia social” y esta es precisamente “la idea rusa”, y los ideólogos afirman terminantemente que “no tiene nada en común con el nazismo”.

Estalló un escándalo cuando el conocido actor Sergéi Bezrúkov imitó burlonamente el acento uzbeko al describir una reciente visita a Tashkent. Un grupo de neonazis de San Petersburgo se reunió en el teatro Mariinski, personajes bastante grotescos según varios comentaristas, miembros del “Partido de la Patria” Rodina, de tonos nostálgicos, que recuerdan los tiempos soviéticos y la red de comunistas a nivel internacional. Los nacionalistas actúan dentro de Rusia para atraer a las franjas más extremas y marginales, y hablan sobre la “restauración de la Santa Rus’ de los orígenes”, el tema que desarrollaba Duguin en sus clases en la Escuela de Patriotismo de la Escuela Superior de Economía de Moscú, la academia que hasta la guerra era reconocida por su capacidad de diálogo con las universidades de todo el mundo.

Solo en el mes de noviembre se reportaron 28 víctimas del odio contra los extranjeros, a menudo confirmadas por los videos que publican en los canales de Telegram los mismos agresores, como ocurrió en ocasión de la fiesta patriótica del 4 de noviembre. Con la aparición de un nuevo movimiento, la “Organización nacionalsocialista para la liberación de la Europa de los blancos”, se han multiplicado las “marchas contra los ocupantes de la tierra rusa”. Desde principios de 2025 se conocen 276 casos de agresión por motivos de odio interétnico en Rusia, en los que 7 personas perdieron la vida, por no hablar de los actos de vandalismo xenófobo, que no son registrados por las fuerzas del orden.

En la ciudad de Viatka los nacionalistas se fotografiaron con la bandera imperial mientras marchaban por las calles, exhibieron carteles que decían “¡Basta de tolerancia!”, y en el parque central de la ciudad de Nizhni Nóvgorod depositaron flores en el monumento a los caídos en Afganistán y en la guerra civil en Chechenia. Los miembros de Russkaja Obščina han participado en las procesiones religiosas en muchísimas ciudades, desde Vladivostok hasta Orel, Ekaterimburgo, Ussurisk y Kaluga. Durante el "mes patriótico" se llevaron a cabo otras manifestaciones en los museos, en los cines y en los conciertos, y en muchas ciudades se realizaron “encuentros de vigilantes” contra los migrantes de Asia Central que viven en los guetos donde “se concentran masas de ilegales de otra cultura”, como dice un comunicado de la Comunidad Rusa.

La xenofobia es una característica muy difundida en las sociedades de muchos países, incluso en Europa y en los Estados Unidos de Trump, y podría continuar como una de las principales consecuencias de los conflictos en curso, desde Ucrania hasta la Franja de Gaza, cada vez más alimentados por las ideologías nacionalistas, soberanistas, imperialistas o comoquiera que se expresen hoy las formas ideológicas del tradicionalismo artificioso, del que Rusia es seguramente uno de los países inspiradores a nivel mundial.

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