15/04/2023, 11.28
MUNDO RUSO
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La mesa de Pascua de la Rusia en guerra

de Stefano Caprio

Al igual que en los años 90, la comida se convierte en la dimensión de la identidad perdida y la que hay que volver a encontrar. Los salarios promedio descienden, por lo que el único alimento sigue siendo la "espiritualidad" de los valores morales tradicionales, apoyada en los milagros que invocan los metropolitanos y patriarcas, pero confiada a las manos de cocineros que no tienen ingredientes.

Al final de la larga ceremonia nocturna de Pascua, como prescribe el Typikon, las reglas monásticas ortodoxas, es necesario compartir el "gran consuelo fraternal", el Paskhalnyj Pir o Banquete de final del ayuno, y la celebración de la comunión con Cristo resucitado. Cuando se apareció a los asustados apóstoles después de Su muerte, el Señor compartió el pescado asado para convencerlos de que no era un fantasma.

Uno de los aspectos más significativos de la espiritualidad ortodoxa, sobre todo durante el tiempo de Cuaresma y las fiestas de Pascua que se celebran hoy, es precisamente su relación con la comida. Desde el comienzo del ayuno, las buenas mujeres empiezan a recoger cáscaras de cebolla, con las que  se pueden adornar los huevos con la coloración rojo-amarronada más brillante e intensa mejor que con cualquier otro polvo importado, y sobre las que los miniaturistas son capaces de representar santos y ángeles, mares y montañas y todas las iglesias y monasterios de Rusia. Si a los oficios de las iglesias moscovitas asisten como máximo doscientos o trescientos mil fieles de una población de doce millones, entre cinco y siete millones de personas acuden a los patios delanteros el Sábado Santo para la bendición de los huevos y el kulič, el típico roscón de Pascua.

Los huevos de colores, símbolo de la nueva vida, son suficientes en Rusia para ser considerados miembros fieles del pueblo ortodoxo, y el kulič en la mesa del hogar sustituye fácilmente al sacramento eucarístico, que de todas maneras en el rito bizantino se prepara con masa fermentada, sobre todo porque su composición "pesada" permite conservarlo durante toda la Pascua hasta Pentecostés. El banquete termina obligatoriamente con la Paskha, una tarta cremosa de ricota que recuerda la Tierra Prometida, con sus ríos de nata y miel, a la que llegó el pueblo elegido después de su larga peregrinación por el desierto.

El gran experto en cocina rusa Pavel Sjutkin trató de explicar las profundidades de la comida sagrada en una charla en el sitio web de Radio Svoboda, a la luz de la crisis que se cierne sobre la economía rusa después de un año de guerra y sanciones. Aunque hasta ahora no se ha producido ningún colapso repentino de la actividad productiva en Rusia, el aire de crisis ya se respira en los mismos lugares donde se comparte la comida, en restaurantes, bares y locales varios. Y uno de los signos de la creciente dificultad para imaginar el futuro es el ambiente excesivamente despreocupado de los restaurantes del centro de Moscú, incluso antes del "consuelo de Pascua", como contó Sjutkin después de visitar los renombrados establecimientos del Patriaršie Prudy, los "jardines del patriarca" que se hicieron famosos por la novela de Mijaíl Bulgákov, El maestro y Margarita, que ambienta allí el encuentro de unos hombres con el diablo Woland. Como en la época del asedio de los nazis a Leningrado, que duró 900 días y acabó provocando una terrible hambruna, las risas y los brindis intentan ocultar la sensación de angustia y destrucción, provocada por la tragedia de la guerra, pero de la que la gente quiere escapar considerándola un acontecimiento lejano, que "no nos concierne".

Los líderes del partido combatieron su guerra con caviar y vodka, y aún hoy los altos dirigentes aseguran que "todo volverá a su lugar", a pesar de que las marcas de los productos occidentales más populares ya han desaparecido de Rusia. Por todas partes se venden pirožki, tortitas rellenas, bliny, crepas para untar con smetana, crema agria, caviar rojo y negro que se vende por kilo, y kisel ortodoxo, la gelatina de carne en conserva que se come la noche de Pascua directamente en la iglesia. Son los alimentos que a menudo ensalza el propio Putin en sus autobiografías, que expresan la nostalgia por la época dorada de la juventud soviética.

En realidad, en todas las redes sociales hay quejas y maldiciones contra los "manjares" patrióticos que están sustituyendo a los elementos clásicos de la comida rápida al estilo occidental, donde ni siquiera las simples patatas fritas se pueden digerir realmente, y los quesos de las estanterías de los supermercados parecen imitaciones de plástico del cheddar británico o la mozzarella de Caserta. Y no es solo un fenómeno relacionado con el último año después de la invasión de Ucrania, sino que se remonta a 2014, cuando las sanciones empezaron a afectar a Rusia tras la anexión de Crimea.

La exaltación de la ideología putiniana conocida como krimnašizm, el "crimeanostrismo" basado en el grito Krym Naš!, "¡Crimea es nuestra!", había llevado a contra-sanciones que restringían precisamente la importación de alimentos extranjeros (aunque no de alcohol), en favor de la comida auténticamente rusa. Los perjudicados fueron, en primer lugar, los restaurantes, que dependían de la elección de productos de calidad incluso más que de la compra común en los supermercados. Entonces renació el "mercado negro" de memoria soviética, en el que, en lugar del aumento del tipo de cambio del rublo frente al dólar, se introducían de contrabando quesos franceses y jamón español. Como esto no podía explicarse en los menús de los restaurantes con estrella, se inventó el término "sustitución de importaciones", importozameščenie, con efectos bastante contradictorios.

El uso de ingredientes de baja calidad, desde leche hasta aceites y grasas, con tecnologías anticuadas y defectuosas, hizo imposible ofrecer alternativas convincentes a las exquisiteces europeas, hasta el punto de que ahora se considera que los "quesos de élite" en Rusia son los que proceden de países que no aplicaron sanciones, como Suiza, Sudamérica e Irán. Y esto se aplica también al resto de la cadena alimentaria, donde estos "sustitutos" cuestan en promedio el doble que los productos originales, ya perdidos.

Por eso, sobre todo en los días en los que se rompe el ayuno de Pascua, se insiste en una "vuelta a las raíces", a la auténtica cocina rusa. Más allá del énfasis ideológico, esto presupone el uso de elementos que tradicionalmente se encuentran en todos los huertos rurales, donde la gente pasa sus vacaciones: nabos, ortigas, avena para polenta, espelta, achuras de pollo, bayas y setas, además de patatas y zanahorias. Para los restaurantes, esto supone un gran ahorro, pues en lugar de consomé y lasaña ofrecen las patrióticas sopas boršč y šči, con nabo rojo y col agria, a las que dan el título de "sopa de Valaam" que venden a 600 rublos la porción cuando gastan menos de 50.

Los auténticos productos de "importación paralela" son cada vez más escasos, incluso Turquía está negando el tránsito del champán francés, y hay que volver a recurrir a la carbonatación artificial del sovetskoe šampanskoe, para acabar con un vodka que también es de menor calidad que el polaco o el escandinavo. Y quizá intentar terminar con un café de contrabando, para no tener que beber un líquido oscuro e hirviente de dudosa procedencia. El problema podría agravarse aún más con la caída del valor del rublo, que en el año de la guerra se mantuvo artificialmente con maniobras proteccionistas que venían de arriba y aprovechando las ganancias de la energía, ahora cada vez más en peligro.

Renacen las stolovye, las "cantinas populares" de la época soviética con comida rusa barata, ensaladas de col y caldos calientes de contenido incierto, empanadas de pan y grasas diversas en lugar de hamburguesas y alitas de pollo al estilo americano del McDonald's "fascista". Como en los años 90, la comida se convierte en la dimensión de la identidad perdida y de la identidad que hay que volver a encontrar, a medida que cambian los sistemas políticos y económicos. Los salarios promedio están cayendo por debajo de los 40 mil rublos (500 dólares), y no se sabe hasta dónde caerán, lo que obliga a reducir cada vez incluso los placeres de la mesa, tanto en los restaurantes como en casa. Y así, el único alimento sigue siendo la "espiritualidad" de los valores morales tradicionales, que se apoya en los milagros que invocan los metropolitanos y patriarcas, pero que se confía a las manos de cocineros que no tienen ingredientes.

En las novelas distópicas de Vladimir Sorokin, la comida sólo tiene tres nombres: patriótica, ortodoxa, patriarcal; y sólo hay dos tipos de carne, cerdo y ternera; dos tipos de condimento, ketchup y mayonesa de fabricación rusa; dos tipos de pan, blanco y negro; y sólo un tipo de queso, como en la época soviética. A menos que podamos escribir una antiutopía de la paz, que satisfaga los apetitos de la gente y conceda el consuelo de la Pascua.

 

 

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