La utopía de la unión de los ‘pueblos menores’ en el ‘padre’ ruso
La unión universal es la nueva religión de Moscú en un mundo dividido y conflictivo. Desestabilización, propaganda, financiación de las élites y de los oligarcas “amistosos” leales a Moscú y las Iglesias como instrumentos de poder. Después de Ucrania, Kazajistán es el país que más se encuentra en riesgo. Tiene la frontera terrestre más larga y la diáspora rusa más importante. Estados Unidos, la Unión Europea y sus socios internacionales deberán reforzar las relaciones económicas y diplomáticas con los territorios que se encuentran en el punto de mira de Moscú.
La principal fiesta nacional rusa del 4 de noviembre, Den Narodnogo Edinstva (“Día de la Unidad Popular”), este año fue, como siempre, la ocasión más solemne para celebrar la ideología de Estado que proclama la superioridad de Rusia sobre todos los demás pueblos de su Federación, y por extensión simbólica también sobre los del resto del mundo. Ese día se conmemora el evento que tanto añora la Rusia de Vladimir Putin, la victoria sobre los polacos invasores y todo Occidente en 1612, después de los veinte años del Período Tumultuoso (o la Época de Inestabilidad) que aniquilaron completamente el sueño de la “Tercera Roma” del primer zar Iván el Terrible.
Las analogías no consisten solo en la exaltación del patriotismo bélico, consagrado en las estatuas de bronce de Kuzma Minin y Dmitrij Pozharskij frente a las Puertas Rojas (Krasnye Vorota), la entrada principal del Kremlin. Los dos líderes de la resistencia contra los polacos señalan a Occidente, donde los enemigos de Rusia deben regresar humillados y derrotados. El Período Tumultuoso fue también el fracaso de las políticas del sucesor del zar Iván, su fiel asistente Boris Godunov, que había intentado reformar el país pasando de la autocracia imperial a la oligarquía feudal, e inventó incluso la institución del patriarcado de Moscú para dar a la Iglesia ortodoxa un papel institucional.
La crisis económica, las revueltas populares y una serie de desastres naturales provocaron la muerte prematura del zar Boris, allanando el camino para los conflictos entre las grandes familias de los boyardos y los traidores que condujeron a los polacos hasta Moscú. Rusia recuperó el orden tras la victoria sobre los invasores gracias a la dinastía Romanov, que inauguró en 1613 la pareja reinante de padre e hijo, el patriarca Filaret y el zar Mikhail, expresión de la sinfonía de trono y altar de tradición bizantina, al estilo ruso. Todo esto todavía sigue inspirando a la Rusia del zar Putin y el patriarca Kirill, en la guerra contra Occidente y en el sometimiento de la multiformidad interna del imperio.
Como recordó el diputado de la Duma de Moscú Pavel Krasheninnikov, el Día de la Unidad Popular recuerda el “renacimiento espiritual de Rusia después de la tragedia del Período Tumultuoso”, y la superación de la destrucción y la fragmentación, que fue posible gracias “a la fidelidad de las generaciones sucesivas a los valores tradicionales de la familia, la única forma de regulación de la vida común capaz de unir en una sola Patria, en la historia y en la cultura”. Precisamente la relación entre el patriarca-padre y el zar-hijo, que se prolongó de diversas maneras a lo largo del siglo XVII, pone en evidencia esta concepción de “familia que instituye el Estado” como definición de las relaciones de poder en los distintos niveles de la sociedad, tal como, por otra parte, ocurría en mayor o menor medida en todos los reinos y principados de Europa. En esta acepción, familia significa “sucesión y sumisión”, como en la dictadura soviética del sucesor de Lenin y “Padre de los Pueblos”, Josif Stalin, en cierto modo la verdadera reencarnación de Iván el Terrible.
Con ocasión del 4 de noviembre, Putin retomó a su vez el rol “paterno” estalinista firmando el decreto que establece dos nuevas fiestas, el Día de los Estados menores nativos de la Federación Rusa y el Día de las lenguas de los pueblos de Rusia, que se celebrarán el 30 de abril y el 8 de septiembre, para “custodiar las tradiciones, los modelos de vida y los valores culturales de los pueblos menores” y su herencia lingüística, en el día del nacimiento del poeta daguestaní Rasul Gamzatov, uniendo así las distintas lenguas a la rusa. El significado de estas nuevas fiestas, que pretenden responder de algún modo al resurgimiento de los diversos nacionalismos locales que se está produciendo, es precisamente la reafirmación del rol de “pueblo-padre” ruso que impone la “lengua-madre” a todos los “hijos menores”, en la gran familia de la Unión universal.
Precisamente esta concepción es la que dio origen al conflicto con Ucrania, a la que los rusos consideran el primero de los "pueblos menores", el principal hermano de sangre junto con Bielorrusia, relegando a todos los demás pueblos ex-soviéticos y federales a hermanastros o hijos adoptivos. Lo mismo que con Ucrania, Putin ha repetido varias veces que Kazajistán, el territorio más vasto de los “menores”, tampoco “ha tenido nunca una estatalidad propia”. Y aún más profundas son las tensiones con Armenia, tierra de una antiquísima y siempre controvertida estatalidad, que después confluyó en la gran familia rusa a causa del genocidio perpetrado por la Turquía moderna a principios del siglo XX. Rusia intenta mantener sometidos a los armenios recurriendo al apoyo de la Iglesia Apostólica, la principal fuerza pro-rusa del país y en conflicto con el primer ministro Nikol Pashinián, que se propone construir una “nueva Armenia” independiente y pro-occidental.
Por estas razones Rusia también incluye como objetivos de la guerra global a los países del Cáucaso y de Asia Central, así como otras regiones de Europa oriental, desde los países Bálticos hasta Moldavia en el mar Negro. La guerra se está desarrollando en todas las direcciones, si es necesario incluso a nivel militar, como ocurrió en Georgia en 2008-2009, que llevó a la completa sumisión de Tiflis a Moscú, sofocando cualquier protesta gracias a la dictadura oligárquica del Sueño Georgiano, el partido fundado por el multimillonario Bidzina Ivanishvili, aliado de Putin. La guerra híbrida se extiende cada vez más gracias a la dezinformatsija, a las provocaciones y a los sabotajes, a las acciones destinadas a aumentar el estado de tensión y enfrentamiento dentro de las sociedades no solo de los países vecinos sino en todo el mundo. Desestabilización, propaganda, financiación de las élites y oligarcas “amistosos” leales a Moscú, y, no menos importante, el uso de la religión y de las Iglesias como instrumentos de poder, como es evidente en Ucrania, Armenia, Moldavia y Rumania, y ahora incluso en África y en varios países de Asia, territorios confiados a la única verdadera Iglesia ortodoxa de Moscú.
Kazajistán es el país más vulnerable, porque tiene la frontera terrestre más extensa con Rusia y la mayor diáspora rusa después de Ucrania. Además, el ejército kazajo no es ni remotamente comparable al ucraniano en términos de preparación militar, y miles de kilómetros de frontera están prácticamente indefensos. Mientras Moscú esté ocupada en Ucrania no está dispuesta a abrir un nuevo frente, pero las presiones para ejercer influencia informativa y económica sobre Astaná son muy fuertes, y esta intenta salir del paso con una política de equilibrio entre Oriente, Occidente, Norte y Sur. Estados Unidos puede desempeñar un papel importante en la región de Asia Central, como lo demuestra la reciente reunión con los líderes de los países centroasiáticos en el formato “5+1” en Washington, donde se discute sobre las tierras raras, particularmente codiciadas en estos tiempos, como alternativa a las chinas, aunque la influencia de los rusos en la región siempre es difícil de limitar. También en Armenia, después del acuerdo estadounidense de agosto con Azerbaiyán, Moscú sigue buscando restablecer su rol histórico, lo que origina grandes tensiones con Bakú, que a su vez busca asumir un papel independiente en los equilibrios regionales.
Rusia está perdiendo el control sobre todo el espacio post-soviético, pero la oportunidad para que estos países puedan pasar a sistemas verdaderamente democráticos no se mantendrá mucho tiempo, porque de todos modos los rusos son capaces de socavar su estabilidad incluso sin invasiones militares, como por otra parte ocurrirá también en el futuro con la propia Ucrania. Estados Unidos, la Unión Europea y los demás socios internacionales deberán fortalecer las relaciones económicas y diplomáticas en estos territorios para evitar que se vuelva a izar la bandera del imperio moscovita, como ocurrió recientemente en el devastado palacio del ayuntamiento de Pokrovsk, la última conquista rusa en el frente ucraniano.
Han pasado treinta y cinco años desde que terminó la Guerra Fría, y después de casi cuatro años de guerra en Ucrania, parece perfilarse un nuevo escenario de equilibrio mundial de guerra híbrida, incluyendo ejercicios nucleares de Estados Unidos y Rusia como en los tiempos de Brézhnev y Nixon, cuando el mundo estaba pendiente de la “lucha por la paz” de los imperios siempre preparados para una guerra total. Como afirma el experto en cultura rusa Evgenij Dobrenko, “con el fin del comunismo también comenzó el fin de Occidente”, que se debate en el bi-populismo de los radicalismos soberanistas y anti-soberanistas bien representados por Donald Trump y el nuevo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani. Por un lado, en Oriente tenemos una Rusia agonizante que sueña con volver al centro de la política mundial con operaciones militares suicidas pero que en realidad se entrega cada vez más al sometimiento feudal del imperio económico chino; por el otro, Occidente no logra encontrar una forma compartida de respuesta eficaz, más allá de las infinitas sanciones cada vez más contradictorias y fáciles de eludir
Rusia no tiene capacidad para derrotar a Occidente, pero intenta hacer que se derrumbe desde dentro, renovando sus utopías que del comunismo se han convertido en el “cristianismo universal” de la Ortodoxia rusa, que en las celebraciones de estos días fueron definidas por Putin como “ideologías afines, que proclaman la libertad y la fraternidad, la igualdad y la justicia”. El patriarca Kirill ha proclamado que “nosotros somos el único pueblo ruso, que puede unir a las otras culturas sin conflicto como ningún otro país es capaz de hacer, porque en el alma del hombre ruso predomina el sentido de la humildad, el fundamento de la verdadera unión con los demás”. Es la nueva religión de Rusia, la utopía de la unión universal de los pueblos, en un mundo cada vez más dividido y conflictivo, en busca de nuevas revelaciones para un futuro aún por descubrir.
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