13/07/2025, 14.32
VATICANO
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León XIV: «Tantos pueblos despojados: ver sin pasar de largo»

Prevost  celebró en Castel Gandolfo en la parroquia de San Tomás de Villanova. Homilía sobre la parábola del buen samaritano: necesidad de una «revolución de amor»; pueblos «víctimas de sistemas políticos opresivos, de una economía que los condena a la pobreza, de la guerra». En el Ángelus: «No olviden rezar por la paz».

Roma (AsiaNews) - Hace exactamente una semana, el papa León XIV anunciaba al término del Ángelus en San Pedro el «breve período de descanso» que ahora está pasando en Castel Gandolfo, una localidad del Lacio no muy lejos de Roma. Hoy ha aparecido en público por primera vez, recibido por la festiva ciudad -residencia histórica de los papas-, que vio en Benedicto XVI al último pontífice que se alojó allí. Tras el Ángelus, rezado en la Plaza de la Libertad, el papa agradeció la «cálida acogida» y pidió que no se olvidara rezar por la paz, «por todos aquellos que, a causa de la violencia y la guerra, se encuentran en una situación de sufrimiento y necesidad». Como el hombre que se dirigía a Jericó y fue asaltado por los ladrones en la parábola del buen samaritano, en el Evangelio de hoy.

Antes de la oración mariana, el papa León XIV celebró la misa, acompañado por el cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, en la parroquia de San Tomás de Villanova, en Castel Gandolfo. A poca distancia del Palacio Apostólico, residencia de los papas abierta al público por Bergoglio. Durante la homilía, el pontífice, ante un reducido número de fieles, comentó el Evangelio de hoy (Lc 10, 25-37), que contiene precisamente la famosa parábola del buen samaritano. Una historia que «sigue desafiándonos también hoy, interpela nuestra vida, sacude la tranquilidad de nuestras conciencias adormecidas o distraídas, y nos provoca contra el riesgo de una fe acomodaticia», subrayó. Una enseñanza que pone en el centro la «compasión» y nos hace reflexionar sobre la condición de «tantos pueblos despojados».

Es la «mirada» lo que destaca desde el principio en el pasaje del evangelista Lucas. Al contar que el sacerdote, al igual que el levita, «vio» al hombre medio muerto en manos de los ladrones «y pasó de largo» (v. 32). Y luego al samaritano que, en cambio, «lo vio y se compadeció de él» (v. 33). «La mirada marca la diferencia, porque expresa lo que tenemos en el corazón: se puede ver y pasar de largo o ver y sentir compasión», afirmó Prevost. En la homilía se distinguieron dos tipos de mirada: una «exterior, distraída y apresurada», y otra que «nos toca, nos sacude, interroga nuestra vida y nuestra responsabilidad». «El buen samaritano [...] es ante todo imagen de Jesús, el Hijo eterno», añadió, que miró «a la humanidad sin pasar de largo, con los ojos, con el corazón, con las entrañas de la emoción y la compasión». 

Al igual que el hombre golpeado por los ladrones, también «la humanidad descendía a los abismos de la muerte». Y aún hoy «debe lidiar con la oscuridad del mal, con el sufrimiento, con la pobreza, con la absurdidad de la muerte». «Pero Dios nos miró con compasión, quiso recorrer Él mismo nuestro camino, descendió entre nosotros y, en Jesús, el buen samaritano, vino a curar nuestras heridas, derramando sobre nosotros el aceite de su amor y de su misericordia», afirmó. «Hoy se necesita esta revolución del amor». El camino que recorre ese hombre, «de Jerusalén a Jericó», «es el camino que recorren todos aquellos que se hunden en el mal, en el sufrimiento y en la pobreza». Es «el camino de tantos pueblos despojados, robados y saqueados, víctimas de sistemas políticos opresivos, de una economía que los condena a la pobreza, de una guerra que mata sus sueños y sus vidas». 

Jesús, por tanto, trastoca la perspectiva de ver y pasar de largo, «presentándonos a un samaritano, un extranjero y hereje que se hace prójimo de aquel hombre herido. Y nos pide que hagamos lo mismo», añadió León XIV. Lo que realmente acerca a las personas entre sí es, de hecho, «ver sin pasar de largo, detener nuestras carreras ajetreadas, dejar que la vida del otro, sea quien sea, con sus necesidades y sufrimientos, me rompa el corazón». Una acción de proximidad humana que «genera una verdadera fraternidad, derriba muros y vallas. Y finalmente el amor se abre paso, haciéndose más fuerte que el mal y la muerte», dijo el pontífice.

 

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