06/07/2022, 11.00
RUSIA
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Los buriatos que cayeron en Ucrania ahora son 'santos'

de Vladimir Rozanskij

Los envían desde una de las provincias más remotas de Rusia para luchar contra Kiev. En su tierra de origen se los considera dioses, incapaces de cometer malas acciones. El enrolamiento es la única oportunidad de trabajo que hay en la zona. Los ortodoxos de Buriatia reciben "signos místicos" de la victoria rusa contra todos los enemigos.

 

Moscú (AsiaNews) - En el cementerio de Kjakhta, una ciudad de la Buriatia siberiana, hay una larga fila de decenas de ataúdes ordenadamente alineados en el suelo, con los nombres de los difuntos escritos en un costado con rotulador. Son los soldados caídos en la guerra de Ucrania. “No se preocupen, están vacíos”, explica la guardiana del cementerio, Elena Takhtaeva, abriendo uno para demostrarlo. “Solo son las cajas de transporte, de aquí sacan los cuerpos en el contenedor de zinc y los envían a la morgue, de donde regresan en ataúdes mucho más solemnes, y después se hace el funeral”, añade Elena con un suspiro. “Ustedes están en el cielo, muchachos, han cumplido la voluntad de Dios”.

La guardiana parece un personaje de las antiguas fábulas rusas, con un vestido amarillo claro y un suéter negro con rosas anaranjadas. Trabaja aquí desde hace ocho años para el párroco local, el P. Oleg Matveev, y antes estuvo varios años en un monasterio ortodoxo. Conoce por su nombre a todos los jóvenes difuntos, "muchachos inteligentes, verdaderos creyentes", y hace que su hijo, que es sepulturero, ponga a un costado los ataúdes "ucranianos" ya vacíos, "que servirán para los muertos que no tienen familia".

Kjakhta tiene 20.000 habitantes y está a 230 kilómetros de la capital de Buriatia, Ulan-Ude, a la que se llega cruzando la frontera con Mongolia. Cerca de la ciudad se pueden ver numerosos edificios grises que alojan la Brigada 37 de la Guardia Especial, la principal fuente de trabajo para los jóvenes de la zona. Al menos cincuenta de ellos han perdido la vida en Ucrania. No hay documentos oficiales al respecto, pero la prensa local los describe como mártires y ángeles de la Patria, y hay orquestas fúnebres que tocan casi todos los días por las calles de la ciudad.

Un periodista de Kjakhta, Aleksandr Farfutdinov, cuenta que continuamente presencia escenas de devoción en los cuarteles, con velas encendidas y gente rezando y llorando frente a las fotografías de los caídos. “Son nuestros mejores hijos”, dice Aleksandr, que no cree en las acusaciones de violencia brutal que difunden en Ucrania contra algunos miembros de la 37ª Brigada. "Pueden discutir y golpearse entre ellos, pero no son capaces de ofender a nadie y mucho menos de torturar personas". Farfutdinov cuenta que un joven soldado, pariente suyo, llamó por teléfono días después de partir hacia el frente y dijo que había robado comida por primera vez en su vida después de vagar hambriento por los campos durante mucho tiempo, "y estoy muy avergonzado de eso".

Un historiador local, Aleksandr Kuzkin, lee sus propios poemas en la plaza central de Kjakhta, donde glorifica la historia de la ciudad. “En un tiempo los chinos llevaban el té a Rusia pasando por nuestra tierra, los habitantes locales tenían mucho dinero, tanto que nos llamaban la ciudad de los millonarios, una especie de Venecia mongola”. Aquí se construían iglesias, escuelas, teatros, y también hubo un planetario. En la céntrica calle Lenin todavía se conservan algunas antiguas casas de los mercaderes.

Kuzkin expresa la nostalgia por un país pacífico, que teme que nunca volverá a ser como antes. Es uno de los pocos habitantes que no se emociona por las hazañas de los soldados buriatos, entre los más comprometidos en los ejércitos rusos en Ucrania. Incluso el director del museo local, Bair Tsyrempilov, repite que "el pueblo y el ejército son una sola cosa", y muestra con orgullo a los visitantes la sala principal dedicada a la Gran guerra patriótica donde se exhibe la pieza más importante, un "glorioso fusil Maksim". Han cambiado la inscripción de la entrada, que ahora reza "muZej", el museo de la Zeta de Putin.

“Antes no prestábamos atención a los soldados” -afirma Tsyrempilov- “y ahora que se han sacrificado en defensa de la patria, se han convertido en nuestros dioses, reemplazando a los médicos de los tiempos de la pandemia”. Cuenta la "historia divina", cuando la noche del 24 al 25 de febrero sonó la alarma en la sala del museo dedicada a la Iglesia ortodoxa. Dos iconos del Salvador se desplomaron sobre el de la Madre de Dios, que cayó al suelo, "pero no sufrió ni un rasguño". El padre Matveev aseguró que se trata de un "signo místico", que anuncia la victoria de Rusia contra todos los enemigos, y ahora predica que los caídos de Kjakhta "son nuestros santos".

 

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